Beatificaciones de mártires de la Guerra Civil
12 de diciembre de 2011 por Redacción FNFF
El próximo 17 de diciembre, serán beatificados en la catedral de la Almudena de Madrid veintidós religiosos oblatos fusilados, entre julio y noviembre, durante la Guerra Civil española en 1936, conocida por una persecución religiosa inédita por su barbarie.
Los veintidós religiosos pertenecían a la congregación de Misioneros Oblatos de María Inmaculada (OMI), que se habían establecido en Pozuelo de Alarcón, Madrid, en 1929. Ejercían su ministerio como capellanes en tres comunidades de religiosas y colaboraban en las parroquias del entorno. Los jóvenes escolásticos (estudiantes) impartían catequesis en cuatro parroquias vecinas y la coral oblata solemnizaba las celebraciones litúrgicas. Esa actividad religiosa comenzó a inquietar a los comités revolucionarios del barrio de la Estación.
El 20 de julio de 1936, hubo nuevos incendios de iglesias y conventos, sobre todo en Madrid. Los milicianos republicanos de Pozuelo asaltaron la capilla del barrio de la Estación, sacaron a la calle ornamentos e imágenes y los quemaron. Incendiaron luego la capilla y repitieron la escena en la parroquia. Dos días después, esos milicianos asaltaron el convento y apresaron a los 38 religiosos. En el registro hallaron fueron cuadros religiosos, imágenes, crucifijos, rosarios y ornamentos sagrados. Todo fue arrojado y quemado en la calle. El día 24, se producen los primeros asesinatos. Sin interrogatorio ni juicio, sin defensa, dispararon mortalmente a Juan Antonio Pérez Mayo, sacerdote, profesor, 29 años; y los estudiantes Manuel Gutiérrez Martín, subdiácono, 23; Cecilio Vega Domínguez, subdiácono, 23; Juan Pedro Cotillo Fernández, 22; Pascual Aláez Medina, 19; Francisco Polvorinos Gómez, 26; Justo Gónzález Lorente, 21. El resto de los religiosos permanecieron presos en el convento y dedicaban sus horas de espera a rezar y prepararse a bien morir.
Alguien, probablemente el alcalde de Pozuelo, comunicó a Madrid el riesgo que corrían los religiosos aún vivos y ese mismo 24 de julio llegó un camión de Guardias de Asalto que llevó a los religiosos a la Dirección General de Seguridad donde fueron puestos en libertad. En octubre, fueron de nuevo detenidos y encarcelados. Soportaron un lento martirio de hambre, frío, terror y amenazas. Reinaba entre ellos la caridad y el clima de oración silenciosa. El 7 de noviembre, fue fusilado el padre José Vega Riaño, sacerdote y formador, de 32 años, y el estudiante Serviliano Riaño Herrero, de 30. Éste, al ser llamado por los verdugos, pudo acercarse a la celda del padre M. Martín y pedirle la absolución sacramental por la mirilla. Veinte días después, tocaría el turno a los otros trece: Francisco Esteban Lacal, superior provincial, 48 años; Vicente Blanco Guadilla, superior local, 54 años; Gregorio Escobal García, sacerdote recién ordenado, 24 años; y los hermanos escolásticos: Juan José Caballero Rodríguez, subdiácono, 24 años; Publio Rodríguez Moslares, 24 años; Justo Gil Pardo, 26 años; José Guerra Andrés, 22 años; Daniel Gómez Lucas, 20 años; Justo Fernández González,18 años; Clemente Rodríguez Tejerina, 18 años; y los hermanos coadjutores Ángel Francisco Bocos Hernández, 53 años; Marcelino Sánchez Fernández, 26 años y Eleuterio Pardo Villarroel, 21 años.
El 28 de noviembre de 1936 fueron sacados de la cárcel, conducidos a Paracuellos de Jarama y allí asesinados. El neosacerdote Gregorio Escobar había escrito a su familia “Siempre me han conmovido hasta lo más hondo los relatos del martirio que siempre han existido en la Iglesia, y siempre al leerlos un secreto deseo me asalta de correr la misma suerte que ellos. Ese sería el mejor sacerdocio a que podríamos aspirar todos los cristianos: ofrecer cada cual a Dios su propio cuerpo y sangre en holocausto por la fe ¡Qué dicha sería la de morir mártir!”.
Consta en el proceso diocesano que todos murieron haciendo profesión de fe y perdonando a sus verdugos y que, a pesar de las torturas y presiones durante el cruel cautiverio, ninguno apostató, ni decayó en la fe, ni se lamentó de haber abrazado la vocación religiosa.
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