Un rey poco fino
03 de junio de 2014 por Redacción FNFF
Un rey poco fino, por Pío Moa
Pío Moa

Claro está que Juan Carlos no puede ser culpado de modo principal por estos hechos evidentes, ya que, entre otras cosas, su poder quedó muy limitado por la Constitución. Los principales causantes de las fechorías que han desembocado en la multicrisis actual han sido los dirigentes de la oligarquía PP-PSOE-separatistas, montada en la transición. Unos individuos perfectos sucesores de aquellos que Azaña describió como capaces de una política “incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta”. Pero también es cierto que el rey no ha sido en ningún momento una barrera para tales “jugadores de la política” como los llamaba Zugazagoitia, sino más bien un estímulo. Si en alguna ocasión lo intentó, la tentativa desembocó en la gran chapuza del 23-F.
Juan Carlos, dice, ha querido ser rey de todos los españoles. Ningún político deja de querer siempre cosas excelentes, pero eso tiene poca importancia. La tosca lección extraída por los monárquicos de la experiencia de la Restauración ha sido que el rey debía atraerse a los intelectuales y a la izquierda, para mantenerse. Cuando Don Juan jugaba peligrosamente con el país, hacia el fin de la SGM, su asesor Gil-Robles, ya convertido en un cantamañanas, le aconsejaba congraciarse con las izquierdas, pues la derecha “por la cuenta que le trae”, aguantaría todo. Ciertamente no habría podido reinar sin cierta aquiescencia muy amplia, lo que implica traiciones y enemistades con quienes resultan preteridos; pero el precio del semiacuerdo con una izquierda nunca monárquica de corazón e incapaz de aprender de la historia podía resultar, ha resultado, muy caro.
El rey no ha sido, en suma, el mayor responsable de la situación, pero es su mejor símbolo. Su abdicación representa el fin del ciclo abierto con la transición, y ahora entramos en un período de mayor incertidumbre. Algunos se empeñan en la república, pero creo que a pesar de todo, a pesar de Juan Carlos, la monarquía es un factor de estabilidad y de continuidad, aunque sea, nuevamente, en un plano simbólico. Para desconfiar de la república basta recordar las dos desastrosas experiencias pasadas, pero resulta aún más alarmante oír a la masa de republicanos actuales, en nada mejores e incluso peores que los que tan bien retrataba Azaña mientras olvidaba sus propios errores.

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