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Eduardo García Serrano
¿Qué es peor, condenar a un ser imaginario a la realidad (El Quijote, como ejemplo paradigmático), o condenar a un ser real (el pueblo español) a lo ficticio? De lo primero surge el libro más grande de la Humanidad, desde la Iliada hasta nuestros días, y de lo segundo la tragedia permanete que, desde la I República y la posterior Restauración, viene enfrentando en banderías estériles al pueblo español, condenado a aceptar la ficción de que los partidos políticos vertebran la sociedad y que sin ellos perderíamos hasta el oremus.
¿Qué vertebran los partidos políticos? Veamos: todas las empresas demoscópicas saben que la institución peor valorada por los españoles es la que conforman los partidos políticos y que sus líderes, todos, no alcanzan jamás ni un aprobado raspao en la estima popular. Aún siendo así, al español se le ha hecho creer que sin los partidos políticos la vida, su vida, sería un imposible físico y metafísico. Y el español hace que se lo cree, no por convicción sino por miedo a que le tachen de fascista, y los peor es que actúa socialmente como si de verdad lo creyera. También Cervantes hizo creer al pobre Don Quijote que Dulcinea, una posadera manchega, era un dechado de belleza, estilo y glamour.
Mientras el pueblo español se remanga todos los días en el Fango de Rómulo para llenar las arcas del Estado, sus partidos políticos se entregan a ese empeño agrio, canijo y paralítico, a ese gozo sordo y maligno que convierte a España en el patio de corrala de sus casus belli ideológicos y de sus intereses sectarios que enfrentan al puebo y destruyen la Nación. Lo vemos, lo oímos y lo padecemos todos los días en todos los parlamentos de España, desde hace cuarenta y seis años. Desde que murió Francisco Franco, el Padre de la Patria que llevamos cuatro décadas destrozando con esta democracia plebeyizada, que diría don José Ortega y Gasset.
En definitiva, vivimos en la ficción de la abismal diferencia que separa las palabras de las exigencias de la acción y que, como una constante histórica, demuestra que la política ideológica, abstracta, no es suficiente para servir a la Patria, o sea al pueblo español, y que no da frutos verdaderos hasta que se hace herramienta de progreso y producción en la Unidad que nos condujo a la grandeza nacional y a la auténtica libertad.