Los exiliados perdieron toda esperanza de poder lograr que los países occidentales cuestionaran al régimen de Franco y, mientras que los tres intrigantes de 1943 morían en el exilio, Franco falleció en la cama, ejerciendo la jefatura del Estado
Cuando en el año 1943 se empezó a perfilar el triunfo de los aliados en la II Guerra Mundial y EE.UU. y Gran Bretaña comenzaron a dejar de reconocerle a Franco el beneficio que les había reportado su no participación en la guerra junto a Hitler, los exiliados españoles soñaron con la caída del régimen y con su regreso a España, por lo que empezaron a intrigar en el Departamento de Estado, en el FBI y en la CIA de EE.UU. De ello se encargaron socialistas como Indalecio Prieto o Luis Araquistain y peneuvistas como José Antonio Aguirre, que prácticamente pasó a estar a sueldo de los americanos. Todos ellos se dedicaron a recordar allí el apoyo prestado por la Italia fascista y la Alemania hitleriana al bando nacional, y el apoyo, más bien platónico, dado por las democracias europeas y muy efectivo de la Rusia soviética a la España republicana en la guerra civil. Gracias a sus gestiones, en la Declaración de Potsdam del 2 de agosto de 1945 se condenó al régimen español como contrario al sistema político de los vencedores. Y un año después, el 12 de diciembre de 1946 –ahora se cumplen 75 años–, lograron que las recién creadas Naciones Unidas adoptaran otra resolución de condena en la que se le «prohibía» al régimen de Franco pertenecer a los organismos internacionales y se recomendaba a todos los Estados miembros la retirada inmediata de los embajadores acreditados en Madrid. Así fue como, en pocos días, estos quedaron reducidos al nuncio de Su Santidad, al embajador de Portugal, al ministro plenipotenciario de Suiza y al encargado de negocios de Argentina que, inmediatamente, fue elevado al rango de embajador.
El presidente argentino, Juan Domingo Perón, en su relato autobiográfico, cuenta que el embajador de los EE.UU. acudió a la Casa Rosada y le dijo: «A España le aplicaremos las mismas sanciones que a los demás países derrotados en la guerra y Franco tendrá que ir a Nuremberg, como han ido todos los criminales de guerra, pues él también lo es». Perón le replicó: «Me gustaría saber si ésa es una opinión particular de usted, señor embajador». «No –dijo éste–, es la opinión del presidente Truman». Y Perón, clarividente, le respondió: «Si ustedes fueran inteligentes no se dejarían arrastrar por la pasión y afán de venganza contra Franco. Llegará un momento en que se arrepentirán de lo que están haciendo con España porque, en el futuro, la necesitarán. Esto hoy no lo comprenden, carecen de visión, España un día les será necesaria».
El bloqueo internacional y la consiguiente exclusión de España del Plan Marshall sumergió a nuestro país en una etapa angustiosa y dramática, de gran penuria, en la que se carecía de todo lo esencial y en la que no había ni pan, de la que se salió adelante gracias a la ayuda de Argentina, que envió medio millón de toneladas de trigo. José María de Areilza, que era entonces el embajador en Buenos Aires, lo contó así: «Mi única misión importante era lograr que Argentina nos mandara ininterrumpidamente cereales, grasas y cueros. Iba en ello nuestra existencia nacional. Un retraso o interrupción del navío significaba el hambre de una capital o región y un nuevo rigor en el racionamiento». Y, por si esto fuera poco, esa dramática situación se vio agravada con el cierre de la frontera con Francia y con la violenta actuación del maquis, que entre los años 1944 y 1950 ocasionó 953 muertos, 834 secuestros, 538 sabotajes y casi 6.000 atracos.
Pero el pueblo español no fue cómplice de los exiliados sino que ante esta adversidad reaccionó manteniéndose unido contra lo que consideró una inadmisible intervención extranjera en los asuntos de España, rechazó la condena de la ONU y aclamó a Franco en una gran manifestación nacional que se celebró en la plaza de Oriente el 8 de diciembre de 1946, en eso que Juan Pablo Fusi dijo que «no era un plebiscito nacional; pero era la expresión de la amplia adhesión popular que su figura tenía en España».
Pasaron los años, estalló la guerra de Corea, cambiaron las circunstancias geopolíticas y, el 4 de noviembre de 1950, la ONU se retractó del acuerdo de 1946. Entonces, como había vaticinado Perón, el secretario de Estado norteamericano, Dean Acheson, dijo: «No hay indicio de otra alternativa al Gobierno presente –en España–». Por eso, pocos meses después, en marzo de 1951, el embajador del presidente Truman, Stanton Griffis, presentó sus cartas credenciales a Franco y a este le siguieron los de otras naciones, con lo que en poco tiempo se pasó de tener en Madrid cuatro jefes de Misión a 58. Además, el resto de los organismos internacionales se retractaron, también, de sus condenas y España pasó a formar parte de ellos: ONU, Organización Mundial de la Salud, UNESCO, etc. Y, en 1953, se firmó el Concordato con la Santa Sede y los acuerdos con los EE.UU., y un año después, Francia cerró Radio Euzkadi, que era el órgano de resistencia que emitía desde el País Vasco-francés. Además, a través del Instituto de Cultura Hispánica, se impulsó la política hispanoamericana y gracias al trato personal de Franco con los reyes de Jordania, Arabia Saudí y Marruecos, se impulsó la política hispanoárabe. Por eso, no es de extrañar que el propio Franco proclamara en las Cortes –1 de octubre de 1953–: «Esta es la hora de la plenitud de nuestra política exterior». Una política que tendría su momento álgido en 1959, cuando el presidente Eisenhower, general de las fuerzas aliadas en Europa en la II Guerra Mundial, viajó a Madrid en visita oficial y abrazó a Franco como vencedor de la guerra civil española.
Ante todos estos varapalos, los exiliados perdieron toda esperanza de poder lograr que los países occidentales cuestionaran al régimen de Franco y mientras que los tres intrigantes de 1943, Prieto, Araquistain y Aguirre, morían en el exilio, Franco falleció en la cama, ejerciendo la jefatura del Estado, en 1975. Por lo que, con el bloqueo que ellos propiciaron, solamente lograron consolidarle a él y a su régimen.
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