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Ultano Kindelán
Boletín Informativo FNFF nº 149
Teniendo en cuenta que España vivió en el franquismo casi cuarenta años, un régimen anómalo por lo duradero y por lo eficaz, sería de esperar que hubiese diversas cátedras en nuestras universidades dedicadas al estudio y valoración de ese régimen.
Un régimen que arranca con un país destrozado, curándose las heridas de una cruelísima guerra civil, y que termina con un país próspero y sin otras tensiones que alteren la concordia ciudadana que las resultantes de la liga de futbol. Un régimen autocrático desde luego, pero aceptado por la gran mayoría de españoles como mal menor, al compararlo con la inevitable alternativa; una dictadura comunista controlada desde la URSS. Ese hubiese sido, sin ninguna duda, el destino de España, si Indalecio Prieto y Largo Caballero hubiesen conseguido ver cumplido su tan proclamado sueño de imponer la famosa “dictadura del proletariado”, después de haber hecho añicos a la segunda república con su golpe de estado de 1934. Con la muerte de Francisco Franco, en 1975, el franquismo se dio a sí mismo por finiquitado y sus juristas prepararon la transición a una monarquía parlamentaria “De la Ley a la Ley”, transición facilitada por la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, promulgada por las Cortes en Julio de 1947. Esta ley estableció la constitución de España nuevamente en reino, (tras un hiato de 16 años), y la sucesión de Francisco Franco a la jefatura del estado; disponiendo que su sucesor sería propuesto por el propio Franco a título de Rey, debiendo ser la designación aprobada por las Cortes.
Franco había designado a Juan Carlos de Borbón su sucesor el 22 de Julio de 1969, y las cortes aprobaron esa designación el 22 de noviembre de 1975.
Una enorme transformación política, el paso de un rígido régimen autocrático a una democracia abierta, lograda en un ambiente de concordia y respeto entre sus principales muñidores, algo inédito en la historia de las democracias. Una transición rápida, eficaz, y feliz, donde cada paso sucedió al anterior sin sobresaltos, un logro solo posible en un entorno de ausencia de odio; ausencia que dice mucho a favor del régimen franquista. Franco dejó una España reconciliada consigo misma, próspera, y lista para estrenar con ilusión una monarquía parlamentaria.
La guerra civil fue una tremenda tragedia, cuya responsabilidad, hoy los manipuladores
de la opinión pública pretenden endosar a Franco. La causa principal de la guerra civil fue el odio acumulado por una parte de las izquierdas españolas contra la opresión a las que estas entendían les sometieron las clases dirigentes españolas a través del Ejército y de la Iglesia. Un odio cuya causa más inmediata fue la absurda Guerra de Marruecos, impuesta por los gobiernos de la monarquía que costaron la vida a miles de jóvenes de las clases populares, vaciando sus hogares de esperanza, y llenándolos de odio. Los gobiernos de la república, no solo no supieron contener ese odio, sino que terminaron sancionándolo, dejando que facinerosos armados impusieran su ley por todo el país, robando y asesinando a placer a todo aquel que oliera a “clase dirigente”. Robos y asesinatos que espolearon la respuesta violenta de las derechas, acosadas desde la calle y desde el gobierno, respuesta que desembocó en el alzamiento militar que Franco secundó.
La guerra civil, con su añadido de asesinatos, venganzas, y barbaridades cometidas en ambas retaguardias, se llevó el odio, y trajo dolor; dolor por los muertos, y por los vivos, que se encontraron con un país reducido a escombros.
Ganada la guerra, Franco, que no entró en la guerra por odio, sino por defender ideales y valores compartidos por la mayoría de españoles, pasó a gestionar la paz, instalando una administración de corte militar. ¿Debería haber entonces entregado el poder a Alfonso XIII, como reclamaban los monárquicos, lo que hubiera reinstalado la camarilla de políticos que expulsó la república; o debería haber convocado elecciones abriendo a un país extenuado a las inevitables tensiones de la democracia? Buenas preguntas para abrir un debate, pero Franco no era un teórico, y entendió que la única alternativa viable para dirigir la recuperación material y anímica del país, era él. Así que mantuvo el mando, consiguiendo evitar que España entrara en la segunda guerra mundial, a pesar de las enormes presiones de Hitler. Asegurada la paz, Franco se dedicó de cuerpo y alma, durante los 35 años de su mandato, a la reconstrucción de España, objetivo que su régimen cumplió brillantemente.
Evidentemente, el estado franquista que preparó la transición, era radicalmente diferente del estado franquista original, una transformación lenta, demasiado para los críticos del franquismo, pero segura. Esa capacidad de transformación puede darse en una autocracia personalista como fue el régimen de Franco, pero difícilmente la consiguen dictaduras corporativas como las comunistas, atadas de pies y manos por su ideología política. Al someter el Movimiento a su mando, y prohibir cualquier otra forma de organización política, Franco se desembarazó de cortapisas y convirtió al Estado en una maquinaria cada vez más eficaz al servicio de la prosperidad y bienestar de los españoles, estimulando la inversión y la iniciativa privada. Franco era un buen español, que como muchos vio con esperanza la llegada de la segunda república, un sueño malbaratado por la violencia que sus gobernantes no supieron o no quisieron atajar. Al llegar al poder, (elegido por sus pares no por imposición propia), su primera preocupación fue mantener la paz, la segunda vencer el hambre, y la tercera definir los valores de la nueva España que surgía de los escombros de la guerra civil. Asumió la presidencia de la única formación política autorizada, (eufemísticamente llamada “Movimiento”, pero que se mantuvo inmóvil bajo todo su mandato), dando a culto formal a su principal componente, Falange Española, culto que fue abandonando tan pronto se vio libre de hacerlo; reforzando a cambio su promoción de los dos valores que a su juicio más habían contribuido a unir a los españoles; el cristianismo y la hispanidad. No por casualidad su régimen es recordado como de “nacional catolicismo”, y pocos o ningún estudioso cualificado del franquismo lo califica de fascista.
La inmensa mayoría de los españoles aceptó de buen grado la imposición de un gobierno autocrático, pero volcado en la mejoría de las condiciones de vida de la población. Las leyes de asistencia sanitaria y de subsidio de desempleo, desde el principio del nuevo estado, obligaron a empresas y patronos a ingresar en la caja de la Seguridad Social asignaciones mensuales sobre sus nóminas para colaborar en la financiación de esos beneficios. Un estado paternalista, que protegió al trabajador y mantuvo el derecho a la propiedad privada, incentivando la economía del mercado, y limitando las inversiones del estado a infraestructuras y servicios estratégicos.
Esas recetas, aplicadas durante casi cuarenta años permitieron el desarrollo de una gran clase media, y colocaron a la economía española España entre las diez más desarrolladas del mundo.
Lo que acabo de reseñar, justifica un interés académico por estudiar el éxito del franquismo como vehículo de transición entre una democracia fracasada y la robusta democracia que disfrutamos hoy. Estudios, y también debates, que expongan los logros y errores de esas largas tres décadas y media, que tuvieron una pléyade protagonistas destacados en todos los campos. Lo que no se justifica de ningún modo, es el empeño de esconder el franquismo bajo una alfombra, la ley de Memoria Histórica, condenando a todo aquel se atreva a levantarla. El franquismo lo trajeron, españoles de izquierdas y de derechas, es parte de nuestra historia, y como todas las historias tiene sus luces y sombras. Pero tratar de pretender esconder ese periodo de la historia por corresponder a una “oprobiosa dictadura” es absurdo y contraproducente, incluso en el plano psicológico. Los españoles debemos asumir el franquismo como la mejor alternativa para establecer un periodo de transición entre dos sistemas políticos viciados (una monarquía absoluta disfrazada de parlamentaria, y una república fallida), y una verdadera democracia como la que disfrutamos hoy.
Un período que permitió a todos los españoles bajo el franquismo, refundar España.
Tenemos derecho a estar muy orgullosos de nuestra historia, pero para ello debemos conocerla y aceptarla. Nuestra guerra civil fue una gran tragedia, y el franquismo fue su consecuencia. Una consecuencia que afortunadamente impuso 35 años de paz, permitiendo a los españoles reconciliarse, trabajar y prosperar, algo que los regímenes que la precedieron nunca consiguieron.
Tristemente la única voz que queda en España dispuesta a defender la figura y el régimen de Franco, es la Fundación Nacional Francisco Franco. Una Fundación admirable, dirigida y sostenida por buenos españoles, que trabajan día a día con abnegada ilusión para impedir que el recuerdo de Franco y su obra se vea tergiversado, o aplastado por el rodillo de la siniestra Ley de Memoria Histórica.
¡Sí, desde luego! La Fundación Nacional Francisco Franco, con sus magníficos colaboradores y su valiente labor de divulgación, es una Institución, hoy más que nunca esencial y necesaria para el bien de todos los españoles, sean de izquierdas o de derechas. Pues todos tenemos el derecho, y hasta el deber, de conocer la verdadera historia y así poder rechazar las patrañas de los que, torticeramente, la quieren reescribir.