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Eduardo García Serrano
En el ancestral Egipto de los faraones, los niños de las adúlteras, en estado fetal o recién nacidos, eran ofrecidos a los sagrados cocodrilos del Nilo para que la madre obtuviera el perdón de Isis. En Esparta, a los niños nacidos con evidentes minusvalías físicas se les abandonaba a su suerte y a la intemperie en las faldas del monte Taigeto. En Roma, el recién nacido que no era reconocido por el pater familias era abandonado al pie de la Columna Lactante. La única esperanza de todas esas criaturas era la piedad… la improbable piedad de un cocodrilo o la inexistente piedad de la Naturaleza salvaje, cuya matemática crueldad con el más débil de la camada, de la familia y de la tribu está en su propia esencia. Esa es la esencia de la nueva ley del aborto (y las implícitas de eugenesia) de Irene Montero, esa bárbara comunista, continuadora de la de Bibiana Aido, la acémila socialista de Atila que llegó a decir que el nasciturus (del latín, el que está por nacer) “es un ser vivo pero no es un ser humano”. No, claro, lo que anida durante nueve meses en el vientre de la hembra de la raza humana es una col, una berza o un brócoli, a elegir, que al ver la luz se convierte por magia, por alquimia o por arte de birlibirloque, en un niño.
¿Qué conducta es la más sórdida, la barbarie que sacrifica una sola vida inocente a un temor innominado y a una deidad pagana, o el espíritu ilustrado que permite, ampara y fomenta el sacrificio de millones de vidas inocentes en nombre de la libertad y del progreso? Socialistas, comunistas y feministas dan a la libertad una interpretación monstruosa con las leyes del aborto y de la eugenesia mientras sus mochileros del PP, como siempre, juegan al ajedrez con la verdad y se esconden cobardemente en la ley del aborto de 1985.
Con eso se conforma el PP, con que el niño sea sacrificado dentro de los márgenes y de los plazos que marca la ley de 1985. Dentro de unos años (pocos) el PP también aceptará y se conformará con la ley del aborto de Irene Montero en nombre, por supuesto, de la libertad, del progreso y del relativismo. Olvidando que para el relativismo la verdad es una ramera con muchos clientes que ofrece razones válidas para realizar cualquier acto sin importar lo espantoso que sea.
Todos ellos son responsables de los millones de cuerpos inocentes que son sacrificados en los ilustrados altares de la libertad y del progreso mientras millones de mujeres recorren, hilando sus mortajas de olvido, el sendero tenebroso que nos conduce a todos a las orillas del Nilo faraónico y a las faldas del monte Taigeto, porque ya ni siquiera la Ciencia, a la que tanto apelan los progresistas racionalistas, les avala, pues al desentrañar el genoma humano la Ciencia ha demostrado algo que los que tenemos Fe ya sabíamos: que la semilla del hombre es lo más grande en lo más pequeño pues lleva marcada de forma indeleble, gracias a Dios, lo que somos y seremos.