Las leyes injustas no se obedecen, por Eduardo García Serrano

 

Eduardo García Serrano

Desde la Atenas de Pericles no se ha vuelto a producir una concentración tan fecunda de sabios en una ciudad como la que se dio en Salamanca en el siglo XVI. Conocida universalmente como la Escuela de Salamanca, los maestros que desde sus cátedras iluminaron a la Humanidad nos enseñaron, entre otras muchas cosas, que las leyes injustas no se obedecen ni se cumplen. Simplemente. Ante la injusticia codificada por el tirano, al uso o revestido de demócrata, ¡qué más da!, no caben más que la rebelión, la insumisión, el alzamiento o la desobediencia. También en el luminoso Siglo de Oro español Lope de Vega le enseña al mundo cómo el pueblo tiene el derecho y el deber de sublevarse, con las armas en la mano, llegando incluso a la legítima práctica del tiranicidio, ante la injusticia perpetrada por el Poder y la Autoridad del Estado. Fuenteovejuna se llama el imperativo moral escrito por Lope de Vega. Pedro Sánchez debería verla en sesión contínua. Por cierto, yo la vi en numerosísimas ocasiones durante el Franquismo, cuando nadie aspiraba a sublevarse contra el Régimen, ni siquiera los socialistas, pero no por miedo sino porque la gran mayoría de los españoles, los socialistas los primeros, vivían decentemente y disfrutaban de libertades reales de las que hoy carecemos gracias, fundamentalmente, a los socialistas.

Los hombres que se someten mansamente al imperio de la injusticia abdican de su dignidad y de su libertad, individual y colectivamente, dejan de ser Pueblo y se convierten en rebaño, dejan de vivir para vegetar buscando el pasto del acomodo que sólo otorga el tirano, al uso o democrático, ¡qué más da! Los pueblos rugen cuando la injusticia enseña los colmillos, he ahí Fuenteovejuna, los rebaños balan hasta en las puertas del matadero. He ahí lo que fuimos. He ahí lo que somos.

A la vuelta de este verano calcinante nos esperan las cadenas, los grilletes y las mordazas de la nueva Ley de Memoria Democrática, pergeñada en los zulos a cielo abierto de la organización socialista abertzale conocida por el siniestro acrónimo ETA, en virtud de la cual el terrorismo socialista etarra secuestra nuestra libertad, nuestra memoria, nuestra historia y nuestros recuerdos, y asesina nuestra voz y nuestras palabras con un disparo de 150.000€, si nos atrevemos a hablar o a escribir para contar la verdad de lo sucedido en España desde el 18 de julio de 1936 hasta… ¡1983!. Período histórico que se inicia con un Fuenteovejuna contra el Comendador soviético y contra sus cipayos españoles, gloriosamente derrotados en la guerra y en la paz.

Nos van a perseguir como sólo son capaces de hacerlo los tiranos, al uso o democráticos, ¡qué más da!, con la fuerza brutal de la injusticia, con la otrocidad de unas multas económicas inasumibles y con unas celdas que están deseando llenar de fascistas de la Escuela de Salamanca y de Fuenteovejuna. Pero tenemos el derecho y el deber de desobedecer esa ley tiránica porque estamos sujetos al imperativo moral de dar testimonio. Stricto sensu, pues etimológicamente nuestros términos testimonio y testigo vienen del latín testiculus, que es la zona anatómica sobre la que los romanos ponían su mano izquierda en el Sacramentum, la ceremonia del juramento de lealtad cuando ingresaban en las legiones: Semper Fidelis a Roma, al César y a las Legiones. La mano izquierda sobre los testículos, donde habitan la masculinidad, la virilidad y el valor, y el brazo derecho izado como una bandera, como una espada, como un águila.

Que el silencio impuesto por los tiranos socialcomunistas y etarras (perdón por el pleonasmo) no cierre los candados de tu voluntad ni disuelva en el miedo y en la nada tus principios, tus lealtades y tus juramentos. Semper Fidelis a España y a Francisco Franco, a su nombre, a su obra y a su memoria.

 

    

 


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