¡Tu carrito está actualmente vacío!
Puedes consultar la información de privacidad y tratamiento de datos aquí:
- POLÍTICA DE PROTECCIÓN DE DATOS
- SUS DATOS SON SEGUROS
El debate sobre Moa en Francia ha tenido similar jaez al que tiene en España.
Burnett Bolloten fue un británico con simpatías izquierdistas que en 1936, con 27 años, llegó a España como periodista de United Press y cubrió nuestra Guerra Civil. Acabó dedicando a nuestra contienda toda su vida y publicó tres libros al respecto, fundamentales, sobre todo el último, que resume a los otros dos. Aquí leyó y anotó todo lo que pudo y más. Luego entrevistó en el exilio a todos los líderes republicanos asequibles, que fueron muchos, y su archivo de decenas de millares de documentos se custodia en la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, como uno de los fundamentales sobre nuestra guerra. Murió a los 78 años. La historiografía, muy en especial la progresista, le niega la categoría de historiador. Sencillamente no había dado clase en las aulas. Así y todo, los textos de Bolloten, encomiados o denostados, constituyen hoy un eje fundamental en el estudio de nuestra por ahora última guerra civil.
Hace poco ha sucedido algo parecido en Francia con alguien a quien la historiografía oficial española —sobre todo el funcionariado de la progresía— le negaba y niega desde hace tiempo la mínima categoría creíble. Tampoco él tiene credenciales académicas específicas del tema, y eso parece suficiente razón para hacer poco fundamentadas sus conclusiones. Me estoy refiriendo, claro es, a Pío Moa.
Lo curioso del tema es que Moa arrastraba ya en España el sambenito de historiador hiperultraderechista. Militó en su juventud en la izquierda extrema, y ha resultado buen conocedor de ésta y de sus métodos. No es ahora ocasión de meterse en sus escritos, ni de adjetivar su método ni sus conclusiones. Sesudos tratadistas universitarios hispanos nos ahorran la labor por haber derramado sobre él todas las descalificaciones posibles, centradas en denostar a la persona, a sus ideas, a su estilo, pero, curiosamente, sin prácticamente rebatir ninguno de sus datos, cual debiera ser el verdadero debate histórico, más allá de chillidos, adjetivaciones y cotilleos. Admito haber leído casi más contra Moa que del propio Moa, e insisto en que no recuerdo pruebas irrefutables y objetivas de sus errores. Luego, uno repara en que Moa —como Bolloten, a quien he leído bastante— utiliza declaraciones, textos, transcripciones y discursos casi en exclusiva de la izquierda. Quizá eso duela. Apenas inserta datos del otro bando. Entonces, el lector, vista la documentación que se despliega ante él sobre el desarrollo del conflicto civil y su resultado, saca unas conclusiones puede que no muy favorables hacia los perdedores de la guerra, tras descubrir maquinaciones y arbitrariedades documentadas en la Gaceta Oficial de entonces, en los diarios y notas de los partidos, en entrevistas personales, en los discursos, e incluso en el registro civil como irrefutable aritmética de víctimas.
El debate sobre Moa en Francia ha tenido similar jaez al que tiene en España, porque ahora, con motivo de la traducción de su obra Los mitos de la Guerra Civil y una entrevista en Le Figaro, la bien dirigida y asombrosa masa de cien profesores franceses —ni uno más ni uno menos, curiosamente— le han tratado sobre todo de polemista obsceno y de escritor panfletario, calificativos que nada aclaran y son más de discusión tabernaria que del distinguido mundo académico de donde provienen. Debe de ser de calado el texto de Moa cuando levanta tantísimas ronchas en lo políticamente correcto en cualquier parte. ¿Tantos historiadores se precisan contra un solo hombre al que además descalifican académicamente? La verdad es que el ataque ad hominen es costumbre vieja y falaz que ya practicaba y muy bien la Inquisición, el KGB y cualquier sistema opresivo que en el mundo haya sido o es: no se discuten la idea, los datos, el dogma. Se elimina físicamente al individuo en cuestión y se destruyen o prohíben sus obras. En realidad, es un supremo signo de impotencia y de reconocimiento del grado personal o textual del encausado. Por todo eso, podrá caer bien o mal Moa, pero no me digan que no es curioso que haya que azuzar contra él una poderosa harka académica a un lado y otro de nuestras fronteras. Y la nuestra, vaya, toda escogida entre los funcionarios memoriahistoricistas, los bien situados que reciben subvenciones y publican a la salud del contribuyente. Alguno de ellos, incluso repitió ladinamente el mismo título del libro de Moa, Los mitos de la Guerra Civil, para tratar de rebatirlo en el suyo. Ruin truco.
Sin entrar en los textos de Moa ni en la cohorte de sus detractores, no me dirán que no hay algo de heroico en montar un debate quijotesco contra los innúmeros y muy poderosos molinos enemigos. Luego, el caballero podrá quedar magullado y por tierra, pero hay un bastante, un mucho de admirable cuando se arremolina tal indignada jauría contra un solo hombre. Y más cuando como supremos argumentos contra él se utilizan babosos navajazos escritos en lugar de datos, nombres y fechas, cual cabría esperar de la titulada legión que le ataca.
Uno acaba pensando que algo tendrá el agua, cuando la bendicen…