Los otros Guernicas. Por Manuel Estévez

Por Manuel Estévez.

 Fuente: El Debate

«Según seguían comentando años después, los sesos del animal se confundían en la pared junto a los del pobre torerillo»

En agosto de 1936 muchos vecinos de la calle Roelas, de una generación anterior a la mía, fueron testigos excepcionales del terror causado por varias bombas que cayeron alrededor de la cercana iglesia de San Rafael: Gabriel González, Carmen Trujillo, Carlos y José Ruiz, Felisa Rodríguez, José y Juan Sánchez, los hermanos Gordillo, la familia Quiles, los Sánchez Aguilera, Manolín Rodríguez «El Boca»…
El día 2 de ese mes, sobre las ocho de la mañana, cayó una bomba en la plaza de San Rafael que hirió a Manuel Guillén Parrado, el cual falleció a los pocos días. Días más tarde, el 17, a las siete y media de la mañana, tuvieron de nuevo la desagradable experiencia de ver cómo explotaba una bomba en la misma calle Roelas esquina con la calleja de Lizones, que derribó la casa número 14 de la esquina y mató a los niños Ana y Manuel Trillo Nevado y a los adultos Juan Trujillo Villalba y Matilde Díaz. Igualmente causó heridas a Josefa Fresno Bravo y destruyó un coche que estaba aparcado junto a la casa.
Bombardeo en la calle Roelas

Bombardeo en la calle RoelasLa Voz

 

Poco después, el día 20, fueron testigos de la muerte del ex torero Francisco Gutiérrez Serrano ‘Serranito’, junto al de su borriquillo en el que daba portes de agua, por una bomba que impactó en la calle Custodio. Según seguían comentando años después, los sesos del animal se confundían en la pared junto a los del pobre torerillo. Otra bomba entró ese día en el camarín de San Rafael que no fue destruido de milagro. Rebotó, cayendo en la parte posterior de la iglesia y formando un hoyo en el acerado de la calle Roelas, cerca de la puerta de la antigua ermita. Aún hoy se pueden apreciar las tres losas de color más azulado, diferentes al resto, que se utilizaron para repararlo.

También cayeron bombas en el Arroyo de San Rafael, Arroyo de San Lorenzo, Piedra Escrita, calle Cristo, Humosa, Montero, Rosalas, Costanillas… Todo el barrio fue testigo. Mi madre tuvo toda su vida en la memoria el miedo atroz de ese día 20, el día de San Bernardo.
En total, según el documentado libro del historiador Patricio Hidalgo Luque sobre el tema (Editorial Almuzara, 2013) por los bombardeos a lo largo de la Guerra Civil sobre Córdoba capital hubo 127 víctimas, de las que sólo 15 eran militares. El resto, 112, eran civiles, y de ellos 33 niños menores de 14 años.
Por aquí no apareció el pintor Pablo Ruiz Picasso (1881-1973), que en su día pintara el cuadro del cruel bombardeo de Guernica, por el que cobró de forma «simbólica» doscientos mil francos del gobierno de la República Española. Pero es que meses antes del desgraciado bombardeo del 6 de abril de 1937 sobre la ciudad vizcaína, en septiembre de 1936 vecinos de la ciudad de Oviedo (otra ciudad cercada esos días por los republicanos como Córdoba) con mujeres y niños se refugiaron ante la llegada de los aviones republicanos en el edificio denominado «Chorín» sobre el que cayó una potente bomba que aniquiló a la mayoría.
En nuestra provincia es recordado el trágico bombardeo republicano sobre la población civil que merodeaba el mercadillo en la plaza del pueblo de Cabra. O, en el otro bando, el bombardeo nacional sobre la ciudad de Jaén, también un día de mercado, como represalia por los ataques en Córdoba. Es ridícula la comparación interesada de víctimas según sean de un lado u otro: lo que debe de tenerse en cuenta es la acción de lanzar bombas indiscriminadas sobre la población civil.
Tampoco estuvo el genial pintor Picasso para reflejar las dantescas escenas del «tren de la muerte», aquel que desde Jaén llevaba unas docientas cincuenta personas detenidas que no cabían en las cárceles de la ciudad vecina y por eso las llevaban a Alcalá de Henares. Un grupo de milicianos paró el tren en las cercanías de la Estación de Santa Catalina, muy cerca de Vallecas, y obligaron a la escolta que lo custodiaba para que se lo entregaran. Al contactar el oficial al mando de la escolta con la Dirección General de Madrid ésta le diría poco más menos que esos milicianos representaban «la justicia del pueblo».
A la altura del Pozo del Tío Raimundo bajaron a los presos, que en tandas de 25 fueron asesinados con tres ametralladoras. Una escena análoga a los fusilamientos pintados por Goya. Era el 12 de agosto de 1936 y la guerra no había hecho nada más que empezar. A buen seguro los que estaban siendo ametrallados no tenían culpa alguna de que esa sublevación militar hubiera ocurrido, si acaso la tendrían los políticos y algunos fanáticos que mandaban en aquella República.
Los que conocieron a Picasso decían de él que era un auténtico «genio» en casi todos los sentidos (lo que no se puede negar), pero su «Guernica» se debió, según relata Juan Larrea, a que los poetas vascos Zerbos y Eluard, al llegar a su casa y ver el cuadro, dijeron: «¡Guernica!», como expresión ante el desorden de los elementos que aparecían en el mismo. Larrea viene a decir que Picasso captó que ese título de «Guernica» (en boga por el citado bombardeo) le daría la inmortalidad como pintor. Todos estas aclaraciones, y de que el cuadro se trata de una obra autobiográfica del propio Picasso, son publicadas por José María Juarranz en su libro «El Guernica, la obra desconocida de Picasso».
Como artista afiliado al partido comunista francés fue muy discutido a raíz de que el periódico L’ Humanité le encargara un dibujo con motivo de la muerte del «padrecito» Stalin. Su forma original de dibujar al dictador ruso no gustó a todo el mundo, especialmente a los «santones» de la causa, por lo que hubo intentos incluso de demandarlo en marzo de 1953. Pero lo dejaron estar porque Picasso al fin y al cabo era el icono de los comunistas franceses a los que le había regalado la «Paloma de la Paz» (1950) un diseño suyo que se prestaba a la campaña de la Unión Soviética de inundar el mundo «con su mensaje de paz», mientras tenía bajo su bota media Europa con la fuerza de sus tanques y sus cañones, y si hacía falta les levantaba muros para que no pudieran huir.
A este mensaje hipócrita no se prestó otro genio, Salvador Dalí, que rechazó participar en un supuesto Comité por la Paz presidido por Pablo Picasso y el ‘Deán Rojo’, como le llamaban al arzobispo de Canterbury de entonces, que quería presentarse en el Congreso de los Estados Unidos para hacer un llamamiento en contra las bombas atómicas y el armamento. (1950).
Esto fue lo que constestó Dalí en la prensa:
«Gracias» por haber solicitado mi presencia en dicho comité, pero no puedo aceptar por la siguiente razón: La violencia y la doctrina de la violencia constituye la primera condición de la interpretación materialista de la historia, según el marxismo o el leninismo. En consecuencia, la presencia de destacados comunistas entre los componentes de esta comisión anula moralmente todas sus intenciones, porque no representan otra cosa que la hipocresía y el comunismo.
Y seguía diciendo:
“Como ciudadano considero a la Naciones Unidas como la más alta y calificada autoridad para la discusión de los problemas atómicos, y personalmente deseo que todos los antimaterialistas sin excepción ni distinción de fe oigan con más fervor a la conciencia moral más alta de nuestros días. En mi opinión, esta es expresada por el Papa y los demás dirigentes que oponen al materialismo y a la violencia de la doctrina marxista valores espirituales y morales”.
(Periódico de Mallorca domingo 5 de marzo 1950)
Comentaba Luis Miguel Dominguín, muy amigo de Picasso, que éste además de un genio era «muy vivo» y que varias veces le comentó: «ser de izquierdas en París y del partido comunista es muy rentable». Quizás eso explique que Picasso, que murió en 1973 a los 91 años, dejara una fortuna de diecisiete mil millones de pesetas que se disputaron sus herederos y el propio gobierno francés, según datos facilitados por el periodista Feliciano Fidalgo Vega, corresponsal del periódico El País en Francia, indicando además que dejó cuatro castillos, uno de ellos con 1.000 hectáreas de bosque. Y todo esto cuando había sido un admirador declarado de Stalin, el artífice último de la «paloma de la paz», del que su propio sucesor Nikita Jruschov dio cuenta en el XXII Congreso del Partido Comunista ruso de sus fechorías y crímenes. Y hasta fue sacado su mausoleo de las murallas del Kremlin. Pero no sé si esto es ahora acorde o no con la «Memoria Democrática».

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