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Por Alfredo Semprún
Está en el ADN socialista esa soberbia que la impide entender la realidad.
Con motivo de su viaje a Ucrania, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, hizo una juiciosa reflexión sobre la II República española y la necesidad perentoria de no abandonar a su suerte a los ucranianos. Dijo nuestro presidente que, si la comunidad internacional no hubiera dado la espalda a la República, sino que la hubiera ayudado, no habríamos tenido una historia tan negra durante cuarenta años. Es rigurosamente cierto en lo que se refiere a las democracias occidentales de la época, con especial énfasis en Reino Unido y Estados Unidos, pero reabre un debate complejo, que el maniqueísmo al uso ha tratado de ocultar. Porque la pregunta inmediata que surge es cómo fue posible que un régimen tan genuinamente democrático, respaldado por la inmensa mayoría de los españoles, gobernado impecablemente por unos gobiernos surgidos legítimamente de las urnas, comprometido con la paz mundial y valladar del fascismo se quedará patéticamente solo contra una pandilla de militarotes, aristócratas, caciques, curas trabucaires y explotadores desalmados. Y no es que las democracias mirarán para otro lado, no, es que Londres presionó al gobierno francés del Frente Popular para que incumpliera los acuerdos de asistencia militar firmados con España, bajo la amenaza de dejar solos a los franceses si la guerra española desembocaba en otra conflagración mundial. Es que desde Estados Unidos llegó, a crédito, toda la gasolina que necesitó el Ejército rebelde y los millares de camiones con los que Franco montó las primeras divisiones motorizadas, reserva estratégica que acudía en días a reforzar los frentes amenazados. Desde Bélgica, en el norte, y Grecia, en el sur, se advertía de la salida y paso de los mercantes con las armas rusas, pagadas a tocateja, y fue el Reino Unido quien se encargó de asegurar las comunicaciones telefónicas en el bando nacional a través de Gibraltar. Por no hablar del apoyo decisivo de las dictaduras de Alemania e Italia, y que Portugal cubrió el flanco expuesto de los rebeldes en su avance a Madrid, amén de facilitar el paso de abastecimientos y municiones. Aún más, fueron las autoridades locales marroquíes, sus líderes religiosos, los que impulsaron el reclutamiento de millares de voluntarios al servicio de Franco. Indalecio Prieto, al comienzo de la sublevación, confiaba en la victoria de la España republicana porque dominaba las principales zonas industriales, las regiones más pobladas , el grueso de la Marina, la Aviación y las Fuerzas de Orden Público y, por supuesto, contaba con el apoyo del mundo libre… pero está en el adn del socialismo español esa soberbia que le ciega frente a la prosaica realidad y esa buena conciencia que le ahorra cualquier asunción de la responsabilidad. Fueron los comunistas españoles, que no querían la guerra porque conocían perfectamente la relación política de fuerzas, los que se batieron el cobre a fondo, disciplinaron al bando republicano y acabaron con el despiporre nacionalista. Pero no podían ganar rechazados por casi todo el mundo y con sus únicos aliados, Moscú y sus redes de la Internacional, con un ojo puesto en la amenaza hitleriana y una estrategia a medio plazo que consistía en hacer que se mataran los occidentales entre ellos. Pero la respuesta a la pregunta que suscita la reflexión del presidente Sánchez es simple. No se puede perpetrar la peor persecución religiosa desde el emperador Diocleciano sin que los vecinos, avisados por la Revolución rusa, se cosquen de lo que iba la vaina.