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Santiago Milans del Bosch
El comienzo de la primavera depara una especial belleza al entorno del Valle de los Caídos donde el paisaje forestal, en esta parte de la sierra de Guadarrama, se viste de múltiples tonalidades, tantas como especies arbóreas con que fue repoblada procedentes de las diferentes regiones españolas. Junto al reír primaveral, el 1º de abril tiene un especial significado en la historia y vida del Valle.
Por Decreto de 1 de abril de 1940, coincidiendo con el primer aniversario de la victoria y posterior paz entre todos los españoles, se ordenó por el Caudillo disponer “que se alzara una Basílica y Monasterio para perpetuar la memoria de los caídos en la gloriosa Cruzada con la grandeza de los monumentos antiguos que desafíen al tiempo y al olvido, y que constituyan lugar de meditación y de reposo en que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor”. Así fue como se erigió esta maravillosa obra arquitectónica -y también escultórica- horadando el Risco de la Nava de Cuelgamuros y alzando la majestuosa Cruz que preside uno de los mayores monumentos religiosos del mundo, cuya inauguración tuvo lugar otro 1º de abril, hace 53 años, en 1959.
Con la inauguración y erección canónica de la basílica, el Valle se constituye definitivamente como un lugar de reconciliación, oración y paz gracias al acierto y ánimo que inspiró a su fundador, Francisco Franco, que con la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los caídos, única titular del Monumento, con todos sus bienes y pertenencias, hizo que no fuera sólo una simple construcción material, sino también un lugar de oración y estudio donde, a la vez que se ofrecen sufragios por las almas de los que dieron sus vidas por su fe y por España, se estudiara y se difundiera la doctrina social católica, a fin de iluminar la mente de tanta gente que es víctima del engaño y propaganda sediciosa provocadora del odio entre hermanos, para que no vuelva a ocurrir más una contienda civil entre españoles.
La honra a los muertos de ambos bandos ahí enterrados –muchos de ellos mártires de la fe declarados santos- y el sentimiento de amor y perdón impregnan las piedras de la basílica y los corazones de todos los monjes de la Orden de san Benito y de los fieles que acuden al Valle movidos por sentimientos religiosos, como se ha visto y se está viendo por la admirable reacción ante los acontecimientos de hace más de un año tras la orden gubernamental de desmantelar las esculturas (empezando por la Piedad de Juan de Aválos, cuyo manto de piedra, desguajado, ha quedado irremediablemente dañado) y de cerrar el acceso al Valle (y así estrangular económicamente a la Fundación) y prohibir la asistencia a la celebración eucarística dentro del templo (bajo absurdas –y falsas- escusas de “seguridad por la caída de cascotes”), para que los monjes terminen por irse, todo ello en línea con el enfrentamiento hecho renacer con la inútil e injusta ley “de memoria histórica” que destila odio y afán de revancha y con el laicismo (y, especialmente, cristofobia) reinante en tantos dirigentes políticos. Otra vez los monjes, fieles al espíritu de san Benito de Nursia, padre de Europa, dieron ejemplo de Fe y Fortaleza, asistiendo y encauzando admirablemente a los fieles que acuden a ese santo lugar a unirse en oración y escuchar la Palabra de Dios, procedentes de todas las regiones de España y de Portugal, familias completas, en una especie de reacción popular sin precedentes (con el apoyo y generosidad de mucha gente voluntaria, tal y como se apreció en las retransmisiones en directo realizadas por Intereconomía TV de “las misas de campaña”, a la intemperie, a temperaturas bajo cero, y ahora, cuando el gobierno ha declinado en sus prohibiciones, desde dentro de la Basílica).
Este 1º de abril de 2012 –el 3º citado en este artículo- es, además, especialmente importante para el Valle pues el día anterior (31 de marzo) se ha reaperturado, para mayor gloria de Dios, el Vía Crucis de casi 6 kilómetros de recorrido que tiene su inicio en los Juanelos, dando sentido a la sacralidad del lugar, de todo el recinto, donde la Cruz es símbolo de Redención, Misericordia y Esperanza de cuantos entregaron su vida enfrentados entre sí, ya que en sus brazos extendidos Dios acoge amorosamente a todo el género humano que cuenta con la especial intercesión de Su madre y también madre nuestra, nuestra Señora del Valle, patrona del lugar.