Eduardo Palomar Baró
1934: el “octubre rojo” en Asturias
En octubre de 1934 se declara la huelga general revolucionaria. José María Gil Robles y el ministro de la Guerra, Diego Hidalgo Durán, no vacilan en buscar al hombre que puede salvar la situación militar en Asturias: Francisco Franco. El ministro lo había conocido en unas maniobras en Baleares –Franco ostentaba el mando de la Comandancia General de Baleares– causándole una magnífica impresión. Así lo expone a sus colaboradores: “Franco tiene prestigio, es un gran profesional, el hombre ideal para tomar el mando de las fuerzas que enviamos en socorro de Asturias”. El jefe de Estado Mayor, el general Masquelet, prefiere a Eduardo López Ochoa, que no tiene el aura mítica de Franco, pero es de izquierdas y masón. Así pues, no fue el general Franco a mandar las fuerzas de Asturias, pero el ministro de la Guerra, que lo había llamado para que le acompañase como asesor a las maniobras militares celebradas en los montes de León en los últimos días de septiembre, lo retuvo en Madrid.
Cuando el general Franco llegó al Ministerio de la Guerra, Diego Hidalgo exclamó: “Le esperaba con verdadera impaciencia. He mandado a varios emisarios en su busca… Le necesito”. Diego Hidalgo le cedió su propio despacho, le alojó en una habitación contigua a la suya y resignó de hecho en el general el mando y atribuciones, para que con plenitud de autoridad dirigiera la batalla contra la revolución provocada por socialistas, comunistas y anarquistas en Asturias.
Franco leyó los telegramas que se recibían de toda España y vio que
en Asturias la situación era angustiosa. El despacho desde el primer momento se convirtió en sala de operaciones, con los grandes planos y mapas extendidos para ser consultados. La estación de radio y el gabinete telegráfico quedaron a sus órdenes. Iniciativa de Franco fue el envío de dos banderas de la Legión y de dos tabores de Regulares a Asturias. El día 10 de octubre el contingente de las tropas coloniales, desembarcaron en el puerto de Gijón. Dictó las órdenes de movilización, propuso al general Yagüe para mandar la columna de desembarco, orientó al general Batet en la lucha contra la insurrección catalana, que pretendía declarar la independencia, promovida por el presidente de la Generalidad Luis Companys, proclamando el ‘Estat Català’.
Franco planeó las medidas para acabar con el tiroteo de Madrid y a él se debieron las medidas dedicadas a combatir a la revuelta en cada uno de sus reductos. Trabajó sin descanso dirigiendo todas las operaciones que culminaron con el final de la revolución asturiana. La rendición se completó el 20 de octubre de 1934 con la negociación entre el cabecilla de la revuelta obrera –que había ejercido el mando de una columna de milicianos– Belarmino Tomás Álvarez y el general Eduardo López Ochoa. Según algunos autores calculan entre 1.500 y 2.000 los muertos registradas entre el 5 y el 19 de octubre de 1934, mientras otros elevan el número hasta 4.000. Entre las bajas hay que añadir varios Guardias Civiles y 33 sacerdotes.
La brillante actuación del general Franco le supuso la concesión de la Gran Cruz del Mérito Militar.
1936: El Alzamiento
El 17 de julio de 1936 se inicia en Melilla el Alzamiento Nacional. El 18 de julio Franco entrega el bando declarando el estado de guerra y sale en el avión De Havilland modelo Dragon Rapide –alquilado en el aeropuerto de Croydon en Londres por el corresponsal del diario ABC en aquella ciudad Luis Bolín– desde Las Palmas para Marruecos. Son las dos de la tarde. Hará noche en Casablanca. Al día siguiente llega al aeródromo militar de Tetuán.
En su
Manifiesto desde Santa Cruz de Tenerife, dado a las 5:15 horas del 18 de julio de 1936, decía Franco:
“¡Españoles! A cuantos sentís el santo amor a España, a los que en las filas del Ejército y Armada, a los que jurasteis defenderla de sus enemigos hasta perder la vida, la Nación os llama a su defensa. Justicia e igualdad ante la ley os ofrecemos. Libertad y fraternidad, trabajo y justicia social. Pero, frente a eso, una guerra sin cuartel a los explotadores de la política, a los engañadores del obrero honrado, a los extranjeros y a los extranjerizantes que directa o solapadamente intentan destruir a España. En todas las regiones, el Ejército, la Marina y las fuerzas del orden se lanzan a defender a la Patria”. Cuando Franco llegó el 20 de julio a Ceuta desde Tetuán, gran número de ceutíes se habían echado a la calle para aclamarlo. Desde un balcón de la Circunscripción ceutí, y al lado del coronel Juan Yagüe Blanco, Franco habló a la población para que se sumara al movimiento nacional, logrando una entusiasta respuesta. El 21 de julio Franco protesta ante el Comité Internacional de Tánger contra la permanencia en el puerto de la Flota republicana.
El día 24 de julio se constituye en Burgos la Junta de Defensa Nacional, que asume todos los poderes del Estado. La preside el general Miguel Cabanellas Ferrer, nombrando general jefe del Ejército de Marruecos y del Sur de España a Francisco Franco. El Ejército del Norte lo mandará el general Emilio Mola Vidal. En dicha Junta se proclamó: “No somos rebeldes, no usurpamos la autoridad, recogemos el poder abandonado entre fango y sangre en medio del arroyo”.
El 29 de julio el ABC de Sevilla publica unas declaraciones de Franco:
“El movimiento salvador de España sigue su curso, cumpliéndose día por día, y hora por hora el programa trazado. Los objetivos se alcanzan con arreglo a las previsiones. A diario llegan tropas de Marruecos, que nos permiten ensanchar nuestras bases de operaciones. El movimiento se amplía y consolida, en fin, con el sometimiento de centenares de pueblos, a los que se les va cayendo la venda que les cegaba. El final, que creo próximo, por tanto, no puede ser otro que nuestra victoria rotunda. Esto lo saben hasta nuestros enemigos del remedo de Gobierno que en Madrid queda, y por ello es dolorosa su actitud. En todos los países civilizados, cuando el Ejército se ha alzado contra un Gobierno en forma tan arrolladora como en la ocasión presente, prueba de la razón que nos asiste, los gobernantes han cedido por patriotismo para que el territorio nacional no sufra los horrores de la guerra. Quienes aún se empeñan en gobernar no han querido ser patriotas y armaron a las milicias rojas, movidos por una causa extranjera, con lo que sólo habrán conseguido ensangrentar a España. Ellos saben muy bien que hemos de triunfar, pero no han querido que sea sin dolor. Dios se lo demande”.
Después de las reclamaciones de Franco, efectuadas el 21, el 24, el 25 y el 27 de julio, ante el Comité Internacional de Tánger por la presencia de la Flota republicana en Tánger, el 30 de julio el Comité de Control de Tánger prohíbe la estancia de la Flota republicana. Pero el 4 de agosto, Franco tiene que presentar la quinta nota de protesta. En vista que no le hacen caso, el 7 de agosto envía la sexta nota, indicándoles que invadirá la zona si no la abandonan los barcos republicanos antes de cuarenta y ocho horas. Por fin, el 9 de agosto la Flota republicana abandona el puerto de Tánger.
El 5 de agosto llega a Algeciras un convoy que transporta a la Península tropas del Ejército de África. El paso ha sido dirigido desde Ceuta por el general Franco.
La sublevación había triunfado en las ciudades de Cádiz, Huelva, Sevilla, Granada y Córdoba, aunque en amplias zonas rurales de estas provincias la situación era aún indecisa. Desde Tetuán voló Franco a Sevilla con Yagüe. Entre los militares que les recibieron estaba el general Orgaz. En los meses de julio y agosto de 1936, Sevilla fue el Cuartel General de Franco.
Gonzalo Queipo de Llano y Sierra tenía a su favor todas las fuerzas militares de Sevilla, menos el aeródromo de Tablada, que finalmente fue sometido por el comandante Azaola. El 20 de julio, la guarnición recibió un fuerte refuerzo material y moral con la llegada de la Legión y los regulares indígenas, a los que Queipo paseó en camiones por toda la ciudad para dar sensación de que su número era mucho mayor, logrando así desmoronar psicológicamente la resistencia de los revolucionarios que aún quedaban en los barrios obreros. Un mes después, el Ejército, las fuerzas del orden y las milicias, junto a una impresionante masa del pueblo, contemplaron en la plaza Nueva el acto de reposición de la bandera nacional en el Ayuntamiento.
Liberación del Alcázar de Toledo
El 21 de septiembre de 1936, las fuerzas de Franco ocuparon Maqueda, pueblo a 40 kilómetros de Toledo y 70 de Madrid. A Franco se le presentaba una disyuntiva: liberar el Alcázar –que desde el 21 de julio estaba sometido a un asedio que se hizo memorable en los anales de la historia militar– o continuar el avance sobre Madrid. La resistencia del Ejército rojo iba en aumento, por lo que no parecía aconsejar pérdidas de tiempo, pero por otro lado las noticias que llegaban de Toledo eran angustiosas. Sólo el día 18 de septiembre, cinco mil kilos de TNT habían volado el torreón Sudoeste y gran parte de la fachada Oeste, mientras que los dos torreones y la fachada Norte había sido derribados a cañonazos. Los víveres estaban al borde del agotamiento, para una guarnición de 1.250 hombres y cerca de 600 mujeres y niños. En dos ocasiones, Franco les había hecho llegar, lanzados desde aviones, mensajes de aliento y la promesa de liberación. La epopeya era seguida día a día por la opinión mundial y el
Alcázar se había convertido en símbolo. El día 22 de septiembre Franco ordenó:
“El Alcázar antes que Madrid”. El domingo 27 de septiembre de 1936, se arrojan al exterior del Alcázar, para conocimiento del enemigo, octavillas con el siguiente texto:
Toledanos:
Nuestras fuerzas las tenéis inmediatas, es cuestión de minutos el que nos adueñemos de la población; habéis contemplado la derrota infringida a las mejores fuerzas de la anti-España. Quiero y deseo que todo termine con fraternidad patriótica, de vosotros depende si os constituís en custodios de las familias y la población; si por el contrario, el crimen en las personas o cosas fuese el término de vuestra actuación, llegaríamos a ser inexorables en nuestra justicia. Reflexionad sobre esto, convenciendo y obligando a los que os aconsejen mal, y contar con la buena disposición de esta tropa que al unirse a vosotros, no quiere sino paz, trabajo, justicia y una España completamente española. Toledo, 27 de septiembre de 1936. El Coronel Comandante Militar, Moscardó.
El 28 de septiembre de 1936 fue liberado el Alcázar por tropas regulares mandadas por el general José Enrique Varela Iglesias, y al día siguiente llegó Franco, departiendo por el entonces coronel José Moscardó Ituarte, el heroico defensor, y recorriendo las gloriosas ruinas de la fortaleza, donde pocas horas antes había resonado aquella frase histórica:“Sin novedad en el Alcázar”. En el patio central Franco arengó patrióticamente a los supervivientes.
El corresponsal del Daily Express relataba así la llegada del general Franco: “Fue la escena más dramática que he presenciado en mi vida. Aquellos espectros humanos, medio muertos de hambre, oprimían entre sus manos unas armas ya inútiles. No les había quedado nada. Tenían que aprender a vivir de nuevo y aún no se habían decidido a salir del escenario de su martirio. Entonces vieron a Franco. Muchos no le conocían, pero al oír ‘¡El general Franco!’, aquellas pobres figuras volvieron a vivir. Como si por un resorte hubieran sido puestas súbitamente en movimiento. ¡El nombre de Franco significaba tanto para ellos! ¡Estaba tan unido a sus padecimientos! Era el nombre en espera del cual habían resistido. Daban vivas, lloraban, abrazaban a los soldados. Un espectáculo inolvidable”.
El 1 de octubre de 1936 Franco recibía el mando supremo
El
29 de septiembre de 1936, la Junta de Defensa Nacional publicaba un
Decreto por el que se nombraba al general Franco
“Jefe del Gobierno del Estado español y Generalísimo de las Fuerzas Nacionales de Tierra, Mar y Aire”. En un principio, dicha Junta estaba compuesta por los generales de división Miguel Cabanellas Ferrer, que hacía las veces de presidente de la misma, y Andrés Saliquet Zumeta; los de brigada Miguel Ponte y Manso de Zúñiga –que cesó en tal cargo el 18 de agosto del mismos año–, Emilio Mola Vidal y Fidel Dávila Arrondo; y por los coroneles del Cuerpo de Estado Mayor del Ejército Federico Montaner Canet y Fernando Moreno Calderón. Con posterioridad se integraron en ella el capitán de navío Francisco Moreno Fernández, los generales de división Francisco Franco Bahamonde y Germán Gil Yuste. El 17 de septiembre lo hicieron los generales de división y de brigada, respectivamente, Gonzalo Queipo de Llano y Luis Orgaz Yoldi. El general Alfredo Kindelán Duany, fue uno de los protagonistas más cualificados en la elección del Mando Único y en la designación del general Franco como jefe supremo del bando nacionalista.
El 1 de octubre de 1936, y acompañado del general Miguel Cabanellas,
Franco se dirigió a la Capitanía General de Burgos, donde en el Salón del Trono recibió el mando de manos del general Cabanellas. La unidad de mando fue decisiva para la victoria. En las calles de Burgos, millares de personas aclamaron por primera vez a Franco como Caudillo.
Franco nombra su primer Gobierno
El 30 de enero de 1938, en la ciudad de Burgos, Franco nombra su primer Gobierno, formado por once ministros. Se trataba de tres militares, dos técnicos, dos monárquicos alfonsinos, dos neo-falangistas, un falangista y un tradicionalista. La lista era:
Asuntos Exteriores: Francisco Gómez-Jordana y Sousa, conde de Jordana.
Justicia: Tomás Domínguez Arévalo, conde de Rodezno.
Defensa Nacional: Fidel Dávila Arrondo.
Orden Público: Severiano Martínez Anido.
Interior: Ramón Serrano Suñer.
Hacienda: Andrés Amado y Reygondaud de Villebardet.
Industria-Comercio: Juan Antonio Suanzes Fernández.
Educación Nacional: Pedro Sáinz Rodríguez.
Obras Públicas: Alfonso Peña Bœuf.
Pocos días antes se constituyó el primer Consejo Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, unificada en virtud de un decreto de 19 de abril de 1937. Desde esta fecha Franco era también Jefe Nacional del nuevo partido único, por lo que presidió en enero de 1938 el primer Consejo Nacional de FET y de las JONS en Burgos. La jura de los nuevos consejeros fue celebrada en el histórico monasterio de las Huelgas, donde también se convocó posteriormente el II Consejo Nacional.
La estructuración política del Régimen marchó paralela con la organización militar, de la cual era un elemento importante la labor de las Academias de Alféreces Provisionales, a cargo del general Orgaz. De ellas saldrían unos mandos intermedios que resultarían decisivos para la marcha de la guerra y la consolidación del Ejército de Franco. Los alféreces provisionales fueron oficiales de vanguardia que prestaron un servicio incalculable a la victoria.
La batalla del Ebro y final de la guerra
En el verano de 1938 se libró la batalla decisiva, la del Ebro, resuelta brillantemente por Franco. A decir de él, fue la batalla más “fea” de la guerra.
El 31 de marzo de 1939, en su Cuartel General de Burgos, Franco guarda cama, aquejado de gripe. Continuamente le van pasando los partes con las últimas novedades. Entre los últimos, Alicante. El entonces teniente coronel Barroso, jefe de las operaciones del Cuartel General, le da la novedad con los ojos empañados en lágrimas. Franco le aprieta fuertemente la mano y solamente dice: “Gracias”.
El día
1 de abril de 1939, de su puño y letra, redacta el histórico parte de guerra, fechado en Burgos:
En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.
Burgos 1º Abril 1939
Año de la Victoria
El Generalísimo
19 de mayo de 1939. Franco recibió la Laureada
Franco presidió el primer
Desfile de la Victoria en el paseo de la Castellana de Madrid. Las banderas nacionales flameaban al viento; la roja y gualda, entre las de Falange y del Requeté.
En presencia del Gobierno, de todos los generales del Ejército, del Cuerpo Diplomático, se celebró el más grandioso desfile que registraba la Historia de España. Cien mil hombres, dotados de moderno material de guerra, representaron al ejército de Franco que había logrado el triunfo. La célebre “Guardia mora” custodiaba la tribuna, y todo el pueblo de Madrid se echó a la calle, acompañado por españoles llegados desde todo el país. Previamente el general José Enrique Varela Iglesias, dos veces laureado en la guerra de África,
le impuso al Generalísimo Francisco Franco Bahamonde
la Gran Cruz Laureada de San Fernando “por su dirección y ejecución de la campaña liberadora”.