El AS de la Aviación Española: A los 75 años de la muerte del Comandante García Morato

 
 
Eduardo Palomar Baró 
 
 
 
   Tres días después de haber terminado la guerra civil, o sea, el 4 de abril de 1939, moría en accidente de aviación, durante una arriesgada exhibición aérea en el aeródromo de Griñón, Joaquín García Morato Castaño, famoso por sus proezas en el aire y considerado como el primer piloto en el bando Nacional. Contaba con 2.871 horas de vuelo y había participado en 511 misiones bélicas, de las cuales 144 combates aéreos y 122 ametrallamientos. Había derribado cuarenta aviones enemigos. Ascendido a comandante por méritos de guerra, fue condecorado con dos Cruces Laureadas de San Fernando, una individual y otra colectiva.  
 
Vida de Joaquín García Morato            
 
   Nació en Melilla el 4 de mayo de 1904, por lo que este año de 2014 se cumple el 110 aniversario de su nacimiento.
 
   Ingresó en la Academia de Infantería de Toledo en 1920 y seis años más tarde obtuvo el título de piloto.
 
   Desde 1927 tomó parte en la campaña de África, donde fue herido y derribado dos veces. Además de piloto excepcional, dedicó toda su vida a la aviación, procurando acumular todos los conocimientos posibles sobre la misma.
 
   Consiguió los títulos de observador, piloto de hidroaviones, de caza, de polimotor, radiotelegrafista de 1ª clase, profesor de vuelo sin visibilidad, de vuelos nocturnos y de combate. Escribió varios libros técnicos, entre ellos un “Prontuario de aviación acrobática”.
 
   Al estallar la guerra civil, era profesor de la Escuela de Vuelo de Alcalá de Henares. El 18 de julio le sorprendió de permiso en Gran Bretaña, de donde regresó inmediatamente, llegando a Córdoba en un avión alquilado, incorporándose al ejército de Franco. Sobre este episodio, García Morato escribió:
 
«Estando en Inglaterra con permiso particular, estalló el glorioso Movimiento Nacional, al que me incorporé sin dudarlo, y desde el primer día presté mis servicios como “cazador”, que era lo que por mi carácter y facultades cuadraba más en mí».
 
«Estoy regido por un vicio y por un ideal: el vicio de las emociones y el ideal de la Patria dentro de nuestra Religión».
 
   El 3 de agosto de 1936 presta su primer servicio pilotando un caza “Nieuport”, saliendo de Sevilla para reconocer el frente de Córdoba, bombardeando en picado una concentración de tropas rojas en El Carpio. Inicialmente voló en “Nieuport”, luego en los Heinkel 51”, pasando después a los “Fiat”, que ya no dejó. Su escuadrilla, que llegó a ser célebre, se llamó primero Escuadrilla Azul y Patrulla Azul, y al aumentar el número de sus componentes, Grupo Azul. Su emblema estaba formado por un círculo con tres aves: un halcón, una avutarda y un mirlo, pintados en azul sobre fondo blanco y su lema rezaba: “Vista, suerte y al toro”.
 
   Entre sus múltiples acciones en distintos frentes destaca su decisiva actuación en los combates aéreos del frente de Madrid. El 18 de febrero de 1937, que marca el principio de la recuperación de la aviación nacional, es recompensado con la Cruz Laureada de San Fernando individual, que le fue impuesta por el general Alfredo Kindelán Duany en el aeródromo de Castejón.
 
   Durante toda la guerra fue derribado una sola vez, el 3 de octubre de 1938, según parece, alcanzado por un piloto de su propio grupo al perseguir los dos al mismo aparato enemigo. A mediados de 1938 ingresó, junto con otro laureado, el general José Moscardó Ituarte, en el consejo nacional de FET y de las JONS.  
 
Accidente y muerte de Joaquín García Morato
 
   El día 4 de abril de 1939 se produce la tragedia. El comandante García Morato había ido a Griñón a tomar unas vistas para una película de guerra. Con uno de los “Ratas” cogidos al enemigo, un “Fiat” y un “Messerschmitt” y desde otro aparato, se trataba de fotografiar a estos últimos atacando al primero. García Morato despegó con su “Fiat 3-51”, el compañero inseparable de gran parte de la guerra, con el que tantas victorias había logrado, sin que jamás sufriese más desperfectos que los pequeños producidos por algún proyectil del enemigo.            
 
   El día era triste y gris, con nubes muy bajas y una lluvia fina y pertinaz que dificultaba la visibilidad. Se tomaron las vistas y cuando todo estaba terminado, el “Messerschmitt” y el aparato desde el que se tomaron las fotografías ya habían aterrizado, quedando en el aire el “Rata” y el “Fiat” de García Morato, y cuando se entretenía en un simulacro de combate, se produjo lo inevitable. Al intentar tomar tierra el aparato se estrelló de panza unos metros antes de llegar al campo de aterrizaje. Así moría el laureado comandante Joaquín García Morato, heroico y verdadero Caballero del Aire, el «as de ases» de la gloriosa Aviación de España, cuando le faltaba un mes para cumplir los treinta y cinco años de edad.            
 
   El cadáver fue expuesto en el Salón de Sesiones del Ayuntamiento de Málaga, por el que desfiló todo el pueblo malacitano.            
   
   En 1950, el jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos, le hizo merced del título de conde del Jarama.  
 
Las memorias de García Morato, “Guerra en el aire
 
   En 1940, con un prólogo del general Franco, aparecieron sus memorias bajo el título “Guerra en el aire”, publicadas por Editora Nacional, Madrid MXMXL, escritas en un estilo sencillo y sincero por el as del aire, el mejor entre los mejores, el comandante Joaquín García Morato.
 
   Transcribimos a continuación el prólogo que escribió Francisco Franco Bahamonde, en memoria y recuerdo del caído gloriosamente por España:
 
   «La historia de una nación es la vida y los hechos de sus héroes; de aquí la atracción que sus páginas inspiran y las emociones íntimas que nos ofrece. ¡Cuántas enseñanzas! ¡Qué grandes modelos de virtudes! ¡Motivos para la meditación y el análisis!
 
   La invasión filosófica del siglo XVIII con su racionalismo enciclopédico, había echado sobre nuestra Historia el veneno de la duda, y así vivimos su crisis más grave, con nuestros héroes legendarios difamados, nuestros santos y nuestros mártires escarnecidos y nuestra Patria ignominiosamente calumniada. Con los argumentos de la decadencia española nos negaron las virtudes de la raza, mientras con los despojos de nuestras empresas se levantaban otros Imperios…
 
   Y aunque en toda coyuntura brillaron las virtudes raciales de nuestro pueblo, sus destellos no llegaban a romper las densas nieblas sobre nuestra Nación acumuladas. Fue necesaria la conmoción que sufrió España en este Movimiento, para que, liberados de torpes doctrinas, tuvieran su fiel expresión las manifestaciones de vigor de nuestro pueblo, que con sus sacrificios y sus virtudes afirmaban la fidelidad de una historia superada por los hechos heroicos de nuestra Cruzada.
 
   Mas cuán distante es la vida de los héroes de lo que la fantasía popular y novelesca ha forjado alrededor de las figuras guerreras. Este es el valor de este libro. El que la semblanza del héroe no aparece desfigurada por los historiadores, se revela a través de sus propias observaciones, de sus momentos humanos, de sus acciones heroicas, de la paz de un hogar presidido por esa sencillez y naturalidad que cautivan y de la que se desprende esa fragancia de romanticismo y de poesía, que es el motor de las grandes acciones.
 
   Los jóvenes que atraídos por la ilusión de conocer su vida os adentráis en su lectura, encontraréis algo de la vida de todos; evocación de travesuras infantiles, sueños románticos de estudiantes y cadetes, afición a la vida peligrosa y de emociones, rebeldía natural hacia lo blanducho y cansino, ambiente general de las juventudes de nuestra clase media de que es expresión la figura de nuestro Alférez provisional, tan española y natural como desorbitada por los timoratos.
 
   Una literatura decadente había acumulado sobre la figura guerrera un artificioso cúmulo de cualidades extraídas de la picaresca de nuestros aventureros profesionales, en que todo vicio encontraba un torpe asiento, alternando la fanfarronería y la pendencia con el juego, el vino y las mujeres. Como si el heroísmo, que es sublime encarnación de las virtudes, pudiera tener escenario favorable en los campos del vicio. Por ello no encontraréis en este libro ni rastro de la crápula dorada, falso concepto que, creando un espíritu de tolerancia ante los excesos y licencias, ha sido causa de que muchos aprendices de héroe se malograran arrastrados por ese ambiente de hipocresía del mal, que, considerando de buen tono la práctica de los vicios, llevó a muchos por un camino contrario a su buen natural.
 
   La vía de Dios es el camino de los héroes. Así lo reconoce nuestro heroico aviador cuando dice: “Que con los ideales de Dios y Patria firmemente arraigados, todos pueden alcanzar sus éxitos”. Para enfrentarse con la muerte, para elevarse sobre ella, para alcanzar la Gloria y el laurel y dar la vida consciente por la Patria, hay que creer en Dios. Este es el gran secreto de nuestra historia y el alma de nuestra Cruzada.
 
   El sentimiento de la Patria y el Deber, es cierto, da hombres valerosos; pero los héroes verdaderos, los conscientes y voluntarios para el sacrificio, surgen en el campo de los creyentes.
 
   Recorriendo las páginas de este diario encontraréis los que habéis combatido, algo de vuestras emociones pasadas, ese optimismo después de la batalla, que es alegría de vivir, atracción de la vida ante la muerte que acecha. Ese dolor por la del compañero caído, más que un amigo, un hermano –hermandad nacida de los peligros vividos en común–; dolor que ocultamos en nuestro corazón y que inútilmente intentamos disimular con fingidos optimismos. ¿Quién que haya combatido no vivió estos momentos?
 
   Recuerdo el anhelo con que un día me visitó nuestro héroe, durante la batalla del Ebro, cuando fue derribado en campo enemigo su gran amigo, otro as del aire, el capitán Salvador; su intensa emoción al conocer que ya trabajábamos hacía horas por su rescate hizo que las lágrimas escapasen de sus ojos, que, inocentemente, justificaba con la frase: “Mi General, es que es mejor que yo”.
 
   La envidia, torpe mal español, evidentemente no cabe en el corazón generoso de los héroes.
 
   En el libro de García Morato encontraréis la historia íntima de nuestra Aviación tejida un día tras otro con derroche de corazón y de fe, con victorias aéreas resonantes, que nos dieron la superioridad en el aire, superioridad mantenida contra el número y el oro. Centenares de aparatos llegaban al ejército rojo periódicamente a través de las fronteras, que nuestra Aviación buscaba codiciosa, obligándoles a combatir y a sucumbir en detalle, malogrando sus propósitos de alcanzar una aplastante superioridad numérica la anhelada supremacía aérea.
 
   Un momento sobre todos fue durante la campaña decisivo para nuestro porvenir aéreo, lo acusa García Morato en las páginas de su relato cuando en los cielos de Madrid y en lucha desigual combate dos morales; allí se consagra el héroe, se lanza por la victoria y la victoria es suya, nadie podrá en el porvenir arrebatársela. En los cielos de España nace una doctrina de que García Morato es paladín.
 
   La guerra en el aire evoca la lucha de los viejos tiempos, el guerrero que busca al guerrero, la vista y el brazo dispuestos a la estocada, la espalda débil, el socorro al compañero comprometido, uno contra varios, serias acometidas, retrocesos para atacar, guerreros caídos, alas rotas, gestos caballerosos en que el caballero derribado recibe en su descenso el saludo del vencedor, que lo respeta…
 
   ¡Hermosa lucha del aire que resucita el espíritu de los tiempos heroicos, que renueva la poesía épica de los viejos capitanes!
 
   Esta es la vida de García Morato. Murió como los héroes legendarios en plena juventud, feliz y victorioso; sus alas poderosas se quebraron un día ante el azar, mas quedó su espíritu flotando en las que en una mañana han de nublar el sol.
 
   Este libro os señala la ruta de los luceros.                                    
 
FRANCO.”
 
El “Romance de García Morato”            
 
   Este Romance, debido a Rafael Duyos, acababa así:  
 
Asombro de los asombros.
Hélice de Eternidad.
En todos los palomares de España crespones hay.
Por ti llora en el escudo el águila de San Juan.
Dios y España te querían.
No se podía luchar.
Dios y España.
O Dios o España…
¡Y Dios ha podido más!…  
 
Joaquín García Morato, que eres de los “ases” “as”, enséñales tú a los ángeles, enséñales a volar…