Cuatro poemas en honor de José Antonio

 
José Mª García de Tuñón Aza  
Plataforma 2003
 
 
 
   La celebración del centenario del nacimiento de José Antonio Primo de Rivera finalizará el 24 de abril de este año; así pues, como último homenaje a su persona en este centenario, traigo a aquí cuatro poemas olvidados con el paso del tiempo y que bien merecen la pena que después de tantos años vuelvan a ser recordados. Son de cuatro destacados poetas.
 
   El primero de ellos es del poeta Eduardo L. del Palacio, un hombre de espíritu admirable, superior. Un poeta, dicen de él, multiforme y polícromo y que sus poesías son, no un desahogo de su corazón, como el afamado Canto de Espronceda, sino un conjunto de ellos. Palacio no fue un poeta profesional, escribía sus poesías cuando así le placía hacerlo. Mi buen amigo el erudito José Luis Gordillo Coucières me escribía sobre Eduardo L. del Palacio: «Sin que podamos hablar de este poeta como un autor excepcional, su discreta obra fue premiada en varias ocasiones. Escribía poesía indistintamente en español, francés o portugués. La L de su nombre no la tenía desde la pila, sino que fue un detalle amoroso dedicado a su mujer, María Luisa, una pianista francesa bastante famosa». Efectivamente, era María Luisa Chevallier una artista admirable, profesora del Conservatorio Nacional, que compartió con su marido momentos de triunfos, pero también de fracasos. Uno de sus triunfos fue la publicación del libro Pasión y gloria de Bécquer, «una biografía novelada» -dice mi ilustrado amigo el catedrático Martínez Cachero- que tuvo buena crítica, como la de Melchor Almagro que, entre otras cosas, decía: «No es una biografía más esta de Bécquer, ni podía serlo. Por eso D. Eduardo del Palacio ha tenido el acierto de idear su libro en semblanza más que en biografía, sin que por ello prescinda del dato concreto, de la referencia de esos hechos sin los cuales quedarían interpretaciones y juicios sin la debida apoyatura».
 
   El marqués de Dosfuentes, que prologó a Eduardo L. del Palacio su libro Clepsidra en el año 1940 donde el poeta publicó por primera vez el poema dedicado a José Antonio, dice de aquél: «Eduardo del Palacio no ha cometido más que un error en su vida: nacer tarde. Este eminente maestro, que ha publicado un gran número de libros para la docta enseñanza del francés, debió nacer en el siglo XVIII. Hubiera sido un erudito enciclopédico; habría tenido un Museo y un Monetario; habría sido el rival de los abates escribiendo madrigales a las damas».
 
   El poema que tituló José Antonio y la Falange lo escribió en 1939 para publicarlo, creemos, en la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera que se editó en el mismo año, pero sin que sepamos la causa el soneto de Palacio no fue publicado ni, desde entonces, lo hemos vuelto a ver divulgado en ninguna publicación. Así pues, han pasado algo más de sesenta años y pensamos que nada mejor que en este centenario vea la luz de nuevo:
 
Profeta y fundador como los místicos
poeta y pensador cual los teólogos,
habló -tal el Mesías- por apólogos,
sin claves ni conceptos cabalísticos.
 
Todos sus postulados apriorísticos
están en sus Discursos y en sus Prólogos.
Vivo, su credo se explanó en monólogos;
muerto, llena los fondos periodísticos.
 
Dogma que la feroz piara masónica
no pudo hollar bajo su pie satánico,
ya da al país desde el Poder la tónica.
 
Y de él, merced al vínculo oceánico, 
hará nuestra Falange macedónica
el eje espiritual del Mundo hispánico.
 
   Fue José García Nieto uno de los grandes poetas españoles del pasado siglo. Cela dijo de él que, junto con José Hierro, había sido el primero que «cultivó la poesía pura». La década de los cuarenta fue la época gloriosa del poeta cuya inquietud le salvó de la rutina: publicó varios libros, ganó varios premios y se colocó al frente de la revista Garcilaso ya que siempre se confesó influido por la poesía del lírico toledano. Si Garcilaso volviera, su escudero ya no iba a ser Rafael Alberti, que puso su pluma al servicio del odio entre hermanos, sino García Nieto; escribió a su muerte el profesor y poeta José Luis García Martín recordando posiblemente las palabras del propio García Nieto: «No creo que sea misión de los poetas abrir los caminos del odio, sino del amor».
 
   La lírica de García Nieto giró siempre en torno a la muerte, al amor, a España, a Dios, hasta tal punto que se llegó a describir como «un gladiador inerme en las manos de Dios». En su libroSonetos y revelaciones podemos leer: «¿Te llega bien desde aquí mi oración, Señor? Estamos solos los dos. Nos miramos, pero Tú me ves a mí mejor». La presencia de la mística y la religión es una constante en su obra. Obra que como la melodía le viene dada sin saber por qué, aunque como decía el mismo poeta, «en el momento de escribir poesía hay algo -llámese inspiración, racha o fuego- que le mueve a uno».
 
   En marzo de 1983 ingresa en la Real Academia Española, ocupando el sillón «i» que había dejado vacante José Mª Pemán. Su discurso de ingreso fue escrito en verso, siendo por esta razón el primer académico en recurrir a la poesía en más de cien años. A este respecto Camilo José Cela que contestó al poeta puntualizaba que desde el 13 de enero de 1830, cuando ingresó en la Academia Javier de Quinto nadie había usado la poesía para cumplir con el rito. Y Cela añadió: «Y aclaro lo que no sería preciso ni recordar siquiera: que Zorrilla, pese a llamar Discurso poético a su pieza oratoria, no rozó del todo la poesía aunque se expresara en verso correcto».
 
   En 1939 José García Nieto colaboró con un poema en el libro editado por el SEU titulado Elegía en el cortejo de José Antonio. Por un error del linotipista aparece firmado con el nombre de Jesús en vez de José, quien tituló su poema, Castilla por su muerte:
 
En esta tierra amarga, llena de soles últimos
tu luz ha desnudado la verdad de las cosas.
Para la nueva vida, capitán, por tu cielo,
Castilla ya redobla su timbal amarillo.
 
Tenía que ofrecerte la palma de su mano,
con las arrugas hondas de los surcos sedientos,
esa caricia abierta de su monotonía
y esos hombres con todo tu dolor en los labios.
 
Ha pasado el silencio de tu vida de estrella
por esta geografía sin perfil ni malicia,
donde serpea el río limpio de las espadas
y cantan las mujeres tu sueño conseguido.
 
Han pasado unos brazos que, vestidos de luna,
van amorosamente dándote su camino.
En un ardor de siglos, mira, donde Castilla
termina y no termina nunca, la vieja guardia.
 
Han pasado unas frentes que aprendieron tu nombre
y ahora llevan tu cuerpo, muerto para más vida;
que la espiga cortada, culminó en su servicio
y es el triunfo difícil el de los elegidos.
 
Han pasado los hombres que, en cosecha fecunda, 
lo fue dando a la tierra, tu verbo luminoso.
La arquitectura unánime y azul de tus legiones
ha movido los campos en los amaneceres.
 
Esta oración de pueblos para tu último viaje,
rotos como una ofrenda de carne torturada,
enreda en las almenas de sus viejos castillos
la bandera de fuego que ondean las antorchas.
 
Las salvas han herido, por un alba sin pájaros,
la lenta cabalgata de los distantes árboles.
Al redoble constante del timbal amarillo,
pasa la nueva vida, capitán, por tu cielo.
 
Discurren las palabras en un voto andariego:
Chinchilla, casta y fría… Minaya, en un remanso…
Cerca, toda la abierta, castellana meseta;
atrás ya el Mare Nostrum que te cercó en azules.
 
Hombres los de Castilla, venid para el silencio;
que lágrimas siempre buscan otras mejillas;
la sed de vuestro rostro no se complace en llanto
y acosa en vuestras venas un destino de lucha.
 
Las hogueras abrasan este suelo sin risas,
donde las amapolas sólo cantan a veces.
Con la dureza exacta de tu estilo, pregonan
estas viejas campanas el credo que ya invade.
 
Sampol… Montero… Almeida… ¡Qué correctos de gesto
Relevan los luceros en las constelaciones!
¡Por la consigna pálida de tu primera escuadra!
¡Por la gentilhombría de tu primer caído!
 
Hombres los de Castilla, venid para el silencio
que pasa el primer hombre, vencedor de su siglo.
Magnífico el ejemplo, le va dando a la tierrato
da la enamorada claridad de su muerte.
 
Enredan las antorchas su fuego en las almenas,
y al redoble constante del timbal amarillo,
por las arrugas hondas de los sedientos surcos,
los hombres castellanos vienen para el silencio.
 
   En el mismo libro aparece también un poema firmado por Gaspar Cómez de la Serna que perteneció a una familia de intelectuales. Finalizada la guerra civil española, en la que intervino como combatiente en las filas franquistas, inició sus tareas periodísticas a la vez que concluía la carrera de derecho. Se considera un hombre de la generación del 36 -quinta del SEU- que recordando un día sus primeras colaboraciones en el diario Arriba llegó a escribir que «unos veníamos de la prisión y del silencio, otros de los campos sonoros y alegres de la guerra, alguno guardábamos todavía encendida como un sortilegio en el ánimo aquella voz enérgica, dulce y persuasiva que atrajo como un imán hacia los derroteros de la Patria el hierro nuevo de nuestras adolescencia. Toda nuestra prodigiosa capacidad para crear y para amar estaba allí, dispuesta para la disciplinada gavilla de entusiasmo y de fe que España requería». Su obra literaria aparece repartida entre muchos ensayos, artículos y estudios publicados en los distintos medios donde colaboró, además del ya citado Arriba en los diarios Abc, Madrid, Informaciones y en las revistas Alférez, Alcalá, Escorial y Haz.
 
   Su primera novela titulada Después del desenlace, aparece publicada en el año 1945. Le sigue Libro de Madrid en 1949 y otras más que se van publicando en años posteriores. En la obra de Gaspar Gómez de la Serna tuvieron una gran influencia los grandes intelectuales del siglo XVIII, así se explica su descubrimiento de Jovellanos, Goya, Sargadelos… Fue letrado de las Cortes Españolas, secretario general de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, fundador y director de las Jornadas Literaria por España, jefe del Departamento de Cultura de Educación Nacional y director del Círculo Cultural Tiempo Nuevo. A través de estos cargos realizó una notable aportación a la cultura española.
 
   En 1963 fue Premio Nacional de Literatura por su obra, Ramón, obra y vida, estudio muy completo sobre su primo Ramón Gómez de la Serna, famoso autor, aunque muy posiblemente su mejor libro haya sido España en sus Episodios Nacionales: una historia de la literatura de la posguerra donde habla de la quinta de combatientes y universitarios, gente alegre y humilde a la par; entusiasta y auténtica hasta el sacrificio, disciplinada y deportiva; católica a muerte y a veces gibelina; dotada de una positiva conciencia generacional, innovadora, desinteresada y revolucionaria. Su participación en el ya citado libro la hace con el poema que tituló El relevo del alba:
 
Qué camino de escarcha, tu camino,
aromado de mar de madrugada
en la llama votiva de los cirios.
Qué implacable vigilia de esperanza,
José Antonio, tu nombre, en el relevo
de la noche aterida que se acaba…
 
«…Al hombro azul del caminar despierto
pasa y vence la luz con que renueva
su tierno afán de servidumbre el cielo…»
 
¡Y este clamor anónimo en la tierra
que presente de ti, de ti responde
en tu ronda de eterna caminera!
¡Y este pisar castrense de los hombres
con su paso de paz y de batalla
que repica en la tierra como el bronce!
¡Y este pasmo de hierba atarazada
en la ingenua mudanza del sendero…!
¡Y esta vela de vientos que te guardan!
 
¡Todo el tránsito azul al día nuevo
para ti, José Antonio! ¡Y la promesa
de mirar y morir hacia lo eterno!
De sentir otra vez, cada alba nueva,
este mismo fervor que hoy con tu peso
en el hombro nos alza su bandera;
renovar, otra vez, rito y silencio
con esta misma plenitud de ahora,
y en este mismo pergeñar de incienso.
 
A este tránsito eterno de las sombras,
otra vez volveremos, José Antonio,
por el hábito antiguo de tu escolta.
Y el limpio amanecer que escuchó el voto
aun tendrá guardia en el difícil trance
del futuro sin ti, perplejo y solo.
Y nuestro grito vivirá en el aire,
más allá del recinto del Imperio,
donde quede la norma de tu imagen…
 
   Elías los Arcos, un poeta lírico, es el nombre que adoptó Jesús Martínez para firmar sus poemas, aunque en sus colaboraciones en la Revista de Occidente, que dirigía Ortega y Gasset, firmaba como Cipriano de Harmental, y, según dice la enciclopedia de Murcia popularmente le conocían por el nombre de Jesús Castaño. Desde muy pequeño vive en la localidad de Caravaca de la Cruz donde llegó a los pocos meses de su nacimiento. Es en esta última localidad, donde pasó muchos años, y nacerían todos sus hijos a los que a los primeros les dedicaría un soneto titulado Mis cuatro hijos que publicaría en la revista La Estafeta Literaria y que comienza así: Del arco de mi amor inagotable / se han disparado, alegres, cuatro flechas, / cuatro rosas de Dios y a su fin hechas, / para una bella vida incomparable…  Para sacar adelante a toda su familia ejerció de taxista y se habla que apoyado al volante de su vehículo escribía versos porque la poesía está en la vida misma. Fue un autodidacta como todos los poetas si hacemos caso a las palabras de José García Nieto: «Yo creo que todos los poetas somos autodidactas hasta el punto de que los que han comenzado arrastrando una cultura, acabaron desprendiéndose de esos conocimientos didácticos. El mismo Hernández cuando empezó echando mano de Góngora, era mucho menos bueno que cuando se confió a su sola inspiración». Elías los Arcos había nacido en Moratalla donde se celebra la famosa fiesta de las vaquillas «la fiesta de la vaca», a la que el poeta le dedicaría un soneto que terminaba así: ¡Como dije y aún dijera: / ¡Cógeme, vaquilla fiera! En 1974 el ayuntamiento de Caravaca de la Cruz en reconocimiento de su obra poética le dedicó una de sus calles.
 
   Si algo se destaca en la localidad de Caravaca es su cruz de doble brazo. En torno a la misma, y con frecuencia, se organizaban conferencias y en una de ellas había participado Eugenio d’Ors con el título Filosofía de la Cruz. Ese mismo día d’Ors conoció unos versos del entonces ya fallecido Elías de los Arcos que el poeta había dedicado a la cruz: Peregrino de las barbas / floridas, alma de miel / ¿Qué te lleva hacia las tierras / de la cruz? / Ella y mi fe. Y también: …hasta la Cruz, por besarla. / Cada mayo, sobre el puente / que Dios hace, para cálidas / rosas de Amor y de Paz... «Esta sencillez -dijo el académico-, encierra más filosofía que mi discurso».
 
   El poeta fue comunista. Mi buen amigo Jeroni Mas Rigo, casado con una nieta del poeta, me escribía hace poco: «Su mujer, ya fallecida, me contó que su marido había sido comunista». Sufrió prisión después de la guerra y de ahí no pasó la cosa porque al parecer «había ayudado, con el taxi, a escapar a tres frailes» según me seguía contando Jeroni Mas. Éste piensa que el poeta conoció a José Antonio y como a tantos otros le sugestionó su figura, de lo contrario no se entiende que su nombre apareciera en un soneto suyo. Pero quien mejor vio este punto fue Juan Manuel Villanueva en su libro Historia de la Literatura de Caravaca de la Cruz: «En el espíritu de Elías los Arcos, creemos que de forma parecida al poeta oriolano [Miguel Hernández], lucharon, durante mucho tiempo, dos fuerzas contradictorias. Por una parte, se sintió arrastrado a la lucha revolucionario desde los planteamientos socialistas. Más tarde, creemos que convencido, no es que cambiara de sentido de la justicia, que lo conservó hasta el final, llegó a una interpretación de la vida más tradicional».
 
   El soneto que transcribimos y que tituló Los tres poetas hace referencia a Federico García Lorca y Miguel Hernández, posiblemente sus poetas preferidos. También a José Antonio al que indudablemente admiró:
 
A Federico le dolió el sombrero
en un verso de trágica alegría,
y a Miguel las raíces de la hombría,
que todo le dolía al compañero.
 
A José Antonio le dolió el ibero
redondel de la patria en agonía,
y a mí me duele esta esperanza fría
de ver el mundo bien sin desespero.
 
Ha de dolernos más con mayor gana
esta pasión de todo en el derecho
aunque tengamos miedo y nos asombre.
 
¿Es que estaría mal una mañana
después de una ablución digna del cielo
fundar asilos de amor para los hombres?
 
   Cuatro poemas de cuatro vates que en sus horas de inspiración poética quisieron dejar constancia que para ellos José Antonio también les imbuía poesía.