Las relaciones entre Franco y Pétain

 
Eduardo Palomar Baró
 
 
   Ante el ataque de Abd-el-Krim a Taza y Fez, plazas francesas de Marruecos, es enviado el vencedor de Verdún para restablecer el orden, abriéndose de esa forma la colaboración hispano-francesa para acabar con la rebelión. Franco y Pétain se conocen el 28 de julio de 1925, con ocasión del encuentro Pétain y Primo de Rivera en Ceuta, cuando este último presentó al “gran Mariscal” a Franco, iniciándose una amistad que perduraría en el tiempo. Aquí es donde empiezan a unirse los destinos de los dos futuros jefes de Estado. El 7 de febrero de 1925 Franco era ascendido a coronel por méritos de guerra. Tenía 33 años. Pétain al ascender a coronel en 1910 tenía ya 54 años, si bien hay que tener en cuenta que los tiempos eran otros y las guerras otras guerras.
 
   
   La misión de Pétain en Marruecos era complicada, ya que se trataba de una misión contra el centro vital de la rebelión. La colaboración de las tropas francesas con las del ejército colonial español dieron buenos frutos. Los dos ejércitos se lanzaron a la conquista del Rif, los franceses por tierra y los españoles por mar. El 8 de septiembre de 1925 la vanguardia al mando de Franco, se lanzó sobre las playas de Alhucemas. Más tarde escribiría: “La bahía de Alhucemas, centro de la rebeldía marroquí y eterno fantasma de nuestras más duras campañas africanas, se ha esfumado hoy ante el recio empuje de las columnas españolas”. En el periódico El Sol, el cronista López Rienda decía de Franco: “El admirable jefe de los grandes aciertos con clarísima visión en el campo de batalla”, y la prensa en general se deshacía en elogios hacia el héroe del desembarco, al que Francia le concedió la Legión de Honor. En el parte de guerra, el general Sarao Marín, anotaba: “Hago especial mención del coronel Franco que, en su brillante acción en este combate, confirmó una vez más la opinión que todos, sin excepción, tenemos de su competencia, habilidad, valor, serenidad y todas las excepcionales cualidades que hacen de él un jefe merecedor de toda alabanza”.  
 
 
Nuevos encuentros
 
 
   El 6 de febrero de 1926 Pétain viajó a Madrid para firmar el tratado militar de la campaña de primavera. El rey don Alfonso XIII dio una cena de gala en su honor en el Palacio de Oriente, y entre los convidados asistió Franco, invitado por su condición de comandante de la 1ª Brigada de Infantería con sede en Madrid, ya ascendido a general de brigada por méritos de guerra, el día 3 de febrero de 1926 con antigüedad de 31 de enero, lo que le convierte, a sus 33 años recién cumplidos, en el general más joven de Europa. A partir de ese momento, Franco figuró en todas las recepciones en las que estuvo presente el mariscal Pétain. Así asiste en el Alcázar de Toledo, a la ceremonia en donde Pétain recibió de manos de S.M. don Alfonso XIII la Gran Cruz del Mérito Militar. En la fotografía que inmortalizó dicho acto, se ve en segundo plano al general don Miguel Primo de Rivera y a Francisco Franco.
 
   
   En el mes de noviembre de 1928 Franco acompañó a Pétain en Madrid, a la inauguración de la Casa de Velázquez, creada sobre el modelo de las escuelas francesas de Roma y Atenas. Posteriormente, en 1930, el mariscal había saludado a Franco cuando era jefe de la Academia Militar de Zaragoza, y en cuyo centro André Maginot –ingeniero y ministro de la Guerra galo, que se hizo famoso al llevar su nombre la línea defensiva fortificada frente a Alemania, la línea Maginot-, le había impuesto las insignias de la Legión de Honor, por su acción en el desembarco de Alhucemas. Maginot le dirigió las siguientes palabras: “Vuestra organización es perfecta y entre todas las escuelas militares de Europa es la vuestra, sin duda alguna, la más moderna”.  
 
 
Pétain ante la guerra civil española
 
 
   Como es lógico, al estallar la guerra civil en España, el mariscal Pétain, no podía ser indiferente a la contienda que se iniciaba en el país vecino. Conocía personalmente a muchos militares de los que se sublevaron contra el caos reinante del Frente Popular, como, por ejemplo, al general Sanjurjo con el que había mantenido una abundante correspondencia y al que había logrado fuera distinguido con la Legión de Honor; al general Francisco Gómez-Jordana, jefe del Estado Mayor y que al ser ascendido en 1928 a teniente general se le nombró Alto Comisario de España en Marruecos, y por supuesto al general Franco. Acerca de nuestra guerra civil, algunos historiadores han destacado el hecho de que en el mes de marzo de 1938, cuando Léon Blum se instaló por segunda vez en el poder, se caracterizó, en la política exterior, por una mayor firmeza frente al fascismo, intentando -aunque sin éxito- que las potencias occidentales pusieran freno al expansionismo de la Alemania de Hitler. Convocó al Consejo Permanente de la Defensa Nacional (CPDN) para tratar sobre la posibilidad de intervenir directamente con tropas en Cataluña. Pero el presidente de este Consejo, el mariscal Pétain se opuso al envío de tres divisiones, en contra de la opinión del general Maurice-Gustave Gamelin, jefe de Estado Mayor de la Defensa Nacional,  que estaba a favor. Parece ser que Pétain dijo la frase siguiente: “Ese día impedí verdaderamente la catástrofe que el Frente Popular quería desencadenar para Francia”. A pesar de su oposición y de que su opinión tuvo gran influencia en el Consejo, la cosa fue más complicada, ya que según manifestó Juan Negrín, se había entrevistado con Léon Blum, tratando del asunto de una eventual intervención en España, incluso antes de formar Blum su gobierno. El 15 de marzo de 1938 Blum convocó al CPDN para tratar de la ayuda que se tendría que prestar a Checoslovaquia en el caso de una agresión por parte de Alemania, así como el asunto de una posible intervención en España. Léon Blum lanzó el siguiente ultimátum a Franco: “Si en 24 horas no ha renunciado al apoyo de las fuerzas extranjeras, Francia, tomando su libertad de acción, se reserva la facultad de realizar las medidas de intervención que estime oportunas”. El general Gamelin se opuso tajantemente, ya que para una operación de este género Francia necesitaría unas fuerzas de cobertura de casi un millón de hombres. También el general y jefe del Ejército del Aire, Vuillemin, se opuso firmemente a la intervención en España, lanzando la pesimista frase: “En quince días nuestra aviación sería aniquilada”. El único partidario de la intervención era el almirante François Darlan, ya que para él la libertad de las comunicaciones marítimas era esencial. En 1939 fue nombrado comandante de toda la flota francesa, cuya preparación dirigió al acercarse el estallido de la II Guerra Mundial, y en junio de 1940 fue ministro de Marina, convirtiéndose en fiel seguidor de Pétain, quien llegó a nombrarle su eventual sucesor. Pero en definitiva no se tomó ninguna decisión evitando de esa forma un enfrentamiento con Hitler o Mussolini.            
 
   El mariscal Pétain divulgó lo acordado en la reunión del Alto Comité, y cuarenta y ocho horas después de celebrada, se inició en Francia una fuerte campaña de prensa en la que se hablaba de una intervención directa en España, e incluso que ya se había producido. El ministro del Interior Dormy recibió telegramas del prefecto de los Pirineos orientales, dándole a conocer que habían llegado cineastas para filmar el paso de las tropas francesas por los Pirineos. Esta filtración fue atribuida al comandante Georges Loustaunau-Lacau, que había sido hombre de confianza del mariscal. En el mismísimo Estado Mayor de Salamanca, el 16 de marzo se propagó la noticia de que tres divisiones francesas iban a ser enviadas al frente de Cataluña. Según una nota de los “Services de Renseignement” franceses, los representantes del “ABWEHR” (servicio de espionaje del ejército alemán entre 1925 y 1944) aconsejaban a los nacionales que tuvieran en cuenta estas amenazas, concentrando un par de divisiones en el Bidasoa. Pero el Estado Mayor de Franco rechazó este consejo, demostrando de esa forma que el SIPM (Servicio de Información y Policía Militar) del teniente coronel de Estado Mayor José Ungría Jiménez estaba mejor informado que el agregado militar alemán en París, el general Kühlental. No en vano el comandante Loustaunau-Lacau mantenía relaciones directas con Ungría, del que había sido condiscípulo en la “École Supérieur de Guerre”, en la 44ª promoción, la misma a la que perteneció el general Charles De Gaulle. Lo que no está muy claro es si Loustaunau-Lacau actuó por su cuenta o tuvo el consentimiento interesado de Pétain.  
 
 
Pétain, embajador ante Franco
 
   Ya a comienzos de 1939, los franceses tenían prisas por reconocer a Franco, y así el 28 de febrero -al mes y dos días de la liberación de Barcelona por los Nacionales, con la consiguiente huida de los rojos hacia la frontera francesa-, Gran Bretaña y Francia reconocían al Gobierno de Franco. El presidente del Consejo, Edouard Daladier al tener que restablecer las relaciones diplomáticas con España, pensó en Pétain, por su reconocido prestigio y por sus antiguas relaciones con Franco, lo que podía también contribuir a que el Caudillo olvidara que Francia había estado de parte de los republicanos, enviándoles armas y toda clase de ayudas, durante el gobierno del socialista Léon Blum. Y es que Francia había apostado por el caballo perdedor y ahora alguien debía arreglar el asunto. Para el ministro de Relaciones Exteriores, Georges Bonnet, con ese nombramiento realizado el 2 de marzo de 1939, lo que se buscaba era reconciliar a Francia con España antes de que estallara la guerra con Alemania. Este nombramiento ocasionó una gran diversidad de pareceres y opiniones encontradas. Así la publicación romana “Lavore Fascista” destacaba la influencia de Pétain sobre Franco, dada la estima entre ambos militares, y veía los esfuerzos que hacía Francia para atraerse a Franco, temiendo perder las relaciones privilegiadas que mantenía Italia con el Caudillo. Un diario de derecha francés, decía que Pétain iba a encontrar en Franco a uno de los mejores alumnos del Colegio Militar de Francia y un compañero muy querido en la pacificación franco-española de Marruecos. Según el periódico “L’Excelsior” había sido un gran acierto la designación de Pétain como embajador en España. También salió a la luz pública una entrevista con el mariscal en la cual éste calificaba a Franco como persona de “gran intelecto, tranquilo y reflexivo”. Por el contrario, las izquierdas francesas acogieron con disgusto la noticia y así Léon Blum a través de su órgano de prensa “Le Populaire” manifestaba: “Al más noble, al más humano de nuestros soldados no le corresponde estar con Franco”. “Enviar al mariscal Pétain a Burgos, capital provisional de la España franquista, es muy chocante…, es de mal gusto”. El entonces coronel De Gaulle, también compartía la opinión de Blum: “¡Un mariscal de Francia aceptar ese puesto! ¡El mariscal está atacado de vanidad senil!”.
 
   Franco se mostró complacido, pues Francia le enviaba como embajador a uno de sus jefes predilectos, al héroe de Verdún. Esta decisión también fue muy bien acogida por el entonces ministro de Interior, Ramón Serrano Suñer, quien manifestó lo siguiente: “Fue únicamente él, el que supo conquistar nuestra simpatía a pesar del recuerdo de la actuación de su país que difícilmente se podía olvidar”.
 
 
   El ministro de Relaciones Exteriores, Georges Bonnet, explicó a Pétain que su misión principal sería velar por la aplicación de los acuerdos firmados el 25 de febrero de 1939 por el diplomático Léon Bérard y el general Francisco Gómez-Jordana, ministro de Relaciones Exteriores de Franco, y que eran los siguientes: mantener relaciones amistosas entre los dos países; resolver el problema de los refugiados; devolución del material de guerra republicano, así como la del oro español depositado en Mont-de-Marsan, además de la flota republicana que había huido a Bizerta y permanecía amarrada en su puerto, del ganado llevado a Francia, los barcos de pesca, tesoros de arte, dinero en efectivo y materiales de valor; mantener la neutralidad española y obtener del Gobierno de Franco las piritas tan necesarias para la fabricación de explosivos.
 
 
   El 16 de marzo de 1939 Pétain viajó en el expreso de París-Hendaya, descendiendo en esta estación fronteriza, atravesando el Bidasoa por el viejo puente. Una vez en territorio español fue recibido por el jefe de la frontera, el coronel Sanz-Agero y por el coronel Ungría. El mariscal partió inmediatamente para San Sebastián, alojándose en la “Villa Zinza”, en el barrio de Alegorrieta. Aquí permaneció durante seis meses antes de trasladarse a Madrid. Ante la tardanza de Franco en concederle la audiencia solicitada por el embajador francés, éste confesó a uno de sus colaboradores: “Comienzo a perder la paciencia. Si Franco no quiere recibirme, escribiré al presidente Daladier para que me haga volver a París”. Después de una semana de su llegada a la capital donostiarra, el 24 de marzo, fue la fecha señalada para presentar las credenciales ante el Caudillo. El recibimiento fue frío y Franco, durante largo tiempo despacharía las visitas del embajador francés permaneciendo en pie, hablando muy poco y despidiéndose sin acompañarle hasta la puerta. Y es que aún no se había despejado el resentimiento acumulado contra Francia por su ayuda a los republicanos durante la Guerra Civil española. La misión de Pétain resultó al principio dura y complicada. Franco acusaba a Francia de mala voluntad en la ejecución de los acuerdos Gómez-Jordana y Bérard, requiriendo la restitución de la flota republicana internada en Bizerta, el oro del Banco de España y la devolución del material militar todavía en el país vecino. Todo ello creaba tensiones en las relaciones franco-españolas. Pétain, en contra de la opinión del general Gamelin, insistió en que se cumplieran todos los acuerdos firmados, deseando de esa forma agradar a Franco y de paso también conseguir la neutralidad española en caso de guerra, que ya parecía inminente, pues después del Pacto de Munich firmado el 29 de septiembre de 1938 entre los Gobiernos de Alemania, Italia, Inglaterra y Francia, Hitler había invadido Checoslovaquia con sus tropas y había establecido allí un protectorado en marzo de 1939.
 
 
   Pero por fin, el 24 de junio de 1939, el Consejo de Ministros francés acordó la devolución del oro.
 
 
   El embajador se preocupaba de conocer las intenciones de Franco, ya que sería una tragedia para Francia el que se viese acometida por tres flancos. Tras varias conversaciones, Pétain logra cerciorarse de que el Generalísimo no pretende lanzar a la exhausta España a una nueva aventura.
 
 
   A las 17 horas del 3 de septiembre de 1939, Francia se pone al lado de Inglaterra al declarar la guerra a la Alemania que ha invadido a Polonia. En tres días, Hitler aniquila al ejército polaco. Aunque es verdad que la Unión Soviética le echa una mano, también lo es que el éxito de la Wehrmacht no habría sido tan fulgurante si las 110 divisiones inglesas y francesas desplegadas frente a sólo 25 alemanas, hubiesen mostrado algún indicio de movimientos ofensivos.
 
 
   Una semana después del ataque de Hitler a Polonia, Edouard Daladier llama a Pétain a París, pidiéndole que entrara a formar parte de su gabinete, a lo que el mariscal se negó. Por otro lado, Pétain deseaba regresar a Francia para participar en las deliberaciones militares a alto nivel, en las cuales podía ser de gran utilidad los conocimientos que había adquirido en la I Guerra Mundial. Pero Daladier mantuvo al embajador en España, pues deseaba tenerlo lo más lejos posible de Pierre Laval.
 
 
   El 1 de enero de 1940, Pétain envió desde Madrid un telegrama al ministro de Relaciones Exteriores, exigiendo se cumplieran los acuerdos y compromisos firmados con España. En la recepción que ofreció a la colonia francesa en los salones de la embajada con ocasión del nuevo año, el viejo mariscal manifestó: “Bajo la sabia dirección del general Franco, España se está recuperando de los sufrimientos de una guerra civil que ha sido la más horrible de todas las guerras”. Acto seguido, invitaba a los asistentes al acto a ayudar a España a resurgir, lo cual tenía que ser una obra de justicia y de amistad.
 
 
   El día 1 de mayo de 1940, el presidente del Consejo, Paul Reynaud llamó a Pétain a París para ofrecerle un puesto en el gabinete como ministro de Estado. El mariscal aceptó la oferta pero pidió permiso para volver a Madrid para arreglar los asuntos más urgentes, partiendo hacia España el 9 de mayo. Parece ser que de esta forma Reynaud ponía a Pétain como un contrapeso contra su ministro de Defensa, Edouard Daladier, y su general en jefe, Maurice-Gustave Gamelin. También se aprovechaba de la lucidez del viejo mariscal, que le podía ser de gran utilidad, a la vez que los políticos de izquierda mostraban simpatías por Pétain.
 
 
   Antes de dejar Madrid, Pétain solicitó una entrevista con Franco: “Mi Patria está en peligro. Me llaman para hacer la paz y firmar el armisticio. Su Excelencia tenía razón. He aquí la obra de treinta años de marxismo. Me llaman para hacerme cargo de la Nación y vengo a decirle adiós”. El Generalísimo trató de persuadirle de que no aceptara las nuevas responsabilidades: “Usted es el símbolo de la Francia victoriosa… Se expone a convertirse en el rehén de la rendición francesa… Lo llevan a usted al altar del sacrificio”. “La emoción velaba los ojos del viejo mariscal –contó posteriormente Franco- y un consejo de camarada leal me viene a mis labios: no vaya, mariscal, alegue su avanzada edad. Que los que han perdido la guerra la liquiden y firmen el armisticio. V.E. es el soldado victorioso de Verdún. No dé su nombre a lo que otros han perdido”. A lo que Pétain contestó: “Lo sé, mi general, pero mi Patria me llama y me debo a ella. Este es, quizás, el último servicio que pueda rendirle”.
 
 
   El 10 de mayo de 1940 los alemanes atacaron Bélgica y Holanda, lanzándose contra la frontera francesa por el noreste, y el 16 iniciaron la penetración por las Ardenas con divisiones Panzer ayudados por la aviación. En ese día Paul Reynaud envió un telegrama cifrado a la embajada de Madrid, exigiendo la presencia inmediata de Pétain en París, debido a la gravedad de la situación. A las ocho de la mañana del día siguiente, el embajador partió en automóvil hasta Hendaya, donde tomó el expreso nocturno, llegando a la capital de Francia a las ocho de la mañana del 18 de mayo de 1940. Reynaud ofreció al mariscal el cargo de viceprimer ministro. Una vez hubo aceptado Pétain, el primer ministro Reynaud se dirigió por radio a sus compatriotas, y después de advertir que la situación era grave, comunicó la decisión que había tomado de designar a Pétain para su gabinete: “El vencedor de Verdún, el hombre que no dejó pasar a los atacantes de 1916, el hombre que reafirmó la moral del ejército francés en 1917, haciendo posible la victoria, el mariscal Pétain, ha vuelto esta mañana de Madrid donde ha prestado grandes servicios a Francia”.   
 
 
El último encuentro de los dos ilustres soldados.            
 
   Después de la reunión que mantuvo Franco con Mussolini en la “Villa Regina Margherita” en Bordighera, cuando regresaba a España, el 13 de febrero de 1941, mantuvo una entrevista con Pétain en la población gala de Montpellier. Para la Francia de Vichy, la visita de Franco suponía la ruptura del aislamiento a que estaba sometido el régimen del mariscal y también ofrecía la ocasión de volverse a encontrar los dos ilustres soldados. A las 13:30 horas llegaba el convoy de veinte coches, siendo recibidos en la plaza de la Prefectura con gran pompa. Según versiones francesas, el mariscal quedó impresionado por la confianza que Franco mostraba en la Providencia de Dios. Pétain confesó a Lequerica pocos días más tarde: “La visita del general Franco a su vuelta de Italia, me ha emocionado… y la considero de gran importancia para el porvenir”. El Caudillo manifestó a Pétain que no tenía intención de intervenir en la contienda y que confiaba en la ayuda de los amigos para impedir a cualquier beligerante la utilización del territorio español. La prensa de Vichy calificó la entrevista de Montpellier como el comienzo de una colaboración fraternal entre España y Francia.            
 
   A media tarde, los dos jefes de Estado salieron de la Prefectura, se estrecharon cordialmente la mano e intercambiaron sus últimos saludos. Era la entrañable despedida de dos compañeros de armas y amigos.  
 
 
La condena a muerte del mariscal            
 
Francisco Franco, con gran pesadumbre y tristeza conoció en el mes de agosto de 1945, la sentencia por la que se le condenaba a muerte a su amigo el mariscal Pétain, pena que luego sería conmutada por reclusión a perpetuidad. El Caudillo no podía hacer nada por Pétain, encarcelado en el fuerte de Portalet, en los Pirineos. Con ocasión del 35º aniversario de la batalla de Verdún, el diario “Arriba” publicó una entrevista con Franco enteramente consagrada al mariscal Pétain, en esos momentos prisionero en la isla de Yeu. Ante la pregunta de lo que se podría hacer por el más viejo preso político de Francia, Franco respondió: “Poco, ya que se trata de asuntos internos de otra nación, pero si ésta llegara un día a dejarlo en libertad, nosotros le ofreceríamos con mucho gusto la hospitalidad de nuestro maravilloso clima mediterráneo”. “Así podría pasar, amado y respetado, los últimos días de su vida”
 
 
   El 24 de abril de 1951, al cumplir Henri Philippe Pétain noventa y cinco años, el Generalísimo Franco, que nunca rehuyó a la amistad con Pétain, le envió frutas desde España.
 
 
   Francia protestó cuando Franco recibió con todos los honores a su abogado. Nadie tuvo un gesto tal. Al fallecer Pétain el 23 de julio de 1951, Franco redactó la esquela que se publicó en la prensa española y envió un telegrama a Eugénie Hardon, viuda del mariscal, mostrándole su condolencia y emoción. Era el último homenaje de Franco a uno de sus mejores amigos, a uno de los jefes más queridos y admirados. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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