Loa a Franco del Gran Visir

 
 

¡Alabado sea el Dios único!

Su sabiduría está por encima de todas las cosas y la fuerza de su brazo es superior a la fuerza de todos los guerreros.

Sus manos modelaron las montañas y excavaron el fondo de los mares; sus dedos abren las rosas todas las mañanas.

Noble y grande emir de la noble nación hispana, hermana nuestra, general Franco:  

¡Saludo!

Quiero enviarte, perfumado por una vieja amistad, el parabién por haber sido exaltado entre los escogidos y amados de Dios.

Si estuviera cerca de ti, te ofrecería también dátiles dorados, y fresca leche, como solía ofrecerte en otros tiempos en mi aduar, a la puerta de mi casa.

Los días son como los pájaros, que pasan volando.

Mi barba ha encanecido desde que te vi por vez primera.

Eras mozo y montabas un caballo blanco, sereno;

Ante el fragor del combate siempre el primero.

Y siempre, al atardecer, volvías victorioso al frente de tus hombres.

Tu brazo era fuerte como el acero;

Y tu corazón como el corazón de los que invocan a Dios.

Tu inteligencia como el águila, comparada con una bandada de gorriones.

Los hombres de las montañas se maravillaban de que no hallarás nunca

La muerte en el combate.    

No has perdido ni un brazo, ni una pierna, a pesar de que tu caballo

Estaba siempre a tiro de muchos fusiles emboscados en las zarzas,

Que querían matar a tu caballo y rematar al caballero.

La mano misericordiosa del Todopoderoso servía de escudo a tu corazón

Porque quería hacer de ti el Emir glorioso de España.

Ahora eres el Emir.

Ahora conducirás a España y a nosotros, con las riendas de la sabiduría y la piedad, por los caminos de la gloria y del bien,

Como el beduino conduce su camello cargado de ricas telas y tesoros

Por las rutas del desierto.

Dios concede a los buenos el honor de salvar a su pueblo de los mayores peligros, de evitar que sucumban las naciones escogidas,

Para que la virtud permanezca sobre la tierra, y haya siempre quien alabe a Dios en la hora de la oración.

A causa de mi edad y de mi salud deficiente, no puedo unirme a ti en la pelea contra los demonios; pero he aconsejado a todos los míos que te sigan,

Porque tú llevas la fortaleza en tu espada, y la victoria cabalga en la grupa de tu caballo.

Porque rezas el santo nombre de Dios, y conoces sus mandamientos, y los cumples,

Dios ha extendido su mano sobre tu cabeza;

Y no la retirará jamás. 

Tetuán, octubre 1936

Gran Visir Sidi Ahmed ben El Hach Abd El Krim El Ganmia (*)

 
 
 
   Sidi Ahmed El Ganmia (Sidi Ahmed Ben El Hach Abd-El-Krim El Ganmi; Tetuán, 1863 -1945), fue un gran versado en todas las ramas de las ciencias islámicas que fue Gran Visir del Mazjén en 1931. Franco, en una de sus primeras actuaciones al llegar a África, le concedió la Gran Cruz por su arriesgadísima y trascendental actuación al calmar a la población indígena de Tetuán ante el primer bombardeo aéreo, precisamente republicano y sobre población, de la guerra.  
 
   El posterior Decreto, nº 92 de 12 de septiembre de 1936, dice así:  
 
«…En la tarde del 18 de julio de 1936, un avión pirata bombardeó el barrio moro de Tetuán, alcanzando dos mezquitas y causando quince muertos indígenas. El estupor, el pánico, la indignación se apoderaron del pueblo musulmán. Las gentes, que poblaron las calles, iniciaron manifestaciones tumultuosas y la muchedumbre, aturdida y presa del terror, intentó invadir la Plaza de España, para dirigirse a la Alta Comisaría.    
Por razones de orden moral no era conveniente emplear la fuerza y, por otra parte, la autoridad del jefe que interinamente actuaba en Tetuán, hubiera sido precaria cuando el Alzamiento Nacional estaba todavía en sus comienzos.  
En estas gravísimas circunstancias se recurrió a las autoridades marroquíes, encontrando el apoyo más decidido y activo en el Gran Visir Ahmed Ganmia, el cual, a pesar de sus 76 años y deficiente salud, acudió a Tetuán desde su casa de campo, se lanzó a caballo por las calles, y con gran riesgo de su vida, de su prestigio y de su cargo, contuvo por completo la explosión popular, aquietando los ánimos, reduciendo a los exaltados y consiguiendo que todos regresasen pacíficamente a sus casas. Tal actuación representa un acto de extraordinario valor, de capital importancia para el éxito del Movimiento Nacional, al salvarle de las dificultades interiores que en la zona se crearía de haber tenido que emplear las armas para restablecer la tranquilidad en la ocasión referida…»