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Hay un dicho que nos recuerda que mientras alguien hable de ti nunca mueres. Me ciño a este aserto y un año más mi recuerdo vuela para quienes hace 77 años cayeron para siempre por una España mejor en las lejanas estepas rusas.
Hoy cuando vemos una España rota, desbordada y sujeta a los vaivenes de la traición de un Gobierno mezquino me pregunto para qué sirvió tanto sufrimiento de una generación que lo entregó todo por la causa de una España unida, cristiana y justa.
Sí, la duda me asalta pero siempre predomina ese viejo dicho de la Comunión Tradicionalista que leemos impreso en las medallas que los requetés portaban en el cuello y que nos recordaba que “Ante Dios nunca serás un héroe anónimo”. Lo dieron todo y ¡no! su sacrificio no fue baldío pues sobre su sangre reverdecerán laureles de victoria. Su ejemplo pervive en nosotros y mientras sea así no desmayaremos en la defensa de los ideales por los que tantos españoles lucharon y murieron.
Y en este espíritu volvamos al mes de diciembre de 1941 en el frente ruso. Volvamos al Volchov y recordemos a aquellos héroes de España.
Los días 24,25 y 26 de diciembre de aquel año, hoy hace 77 años, se produjo una intensísima preparación artillera sobre las posiciones españolas de la División Azul, desplegada en el río Volchov, y más en concreto sobre el Segundo Batallón del Regimiento 269 que mandaba el comandante Román. Sin solución de continuidad ocho batallones soviéticos se lanzaron al asalto cruzando el río atacando las posiciones españolas en Urdanik. Allí se encontraban dos soldados españoles, Juan y Antonio, con una pieza antitanque de 37 mm. La temperatura era de más de 40º bajo cero.
La noche del día 26, bajo la intensa preparación artillera citada antes, y a pesar de ser noche cerrada, se veían cruzar el río numerosas unidades soviéticas. A las 0200 horas del día 27 se produjo el asalto directo sobre las líneas españolas al grito de “uri, uri, uri” (hurra en ruso). Los soldados antes citados rompieron el fuego con su cañón antitanque con granadas rompedoras inicialmente a 800 metros de distancia y finalmente apuntando a cero. Dispararon 240 granadas. Gracias a esta actuación el ataque ruso fue detenido en esta zona situada al sur de la citada población de Urdanik, pero no así por su parte Este y Norte.
Ante esta situación, y al verse aislados del resto del batallón, el teniente Cuervo, al mando de la sección, ordenó inutilizar la pieza y replegarse al puesto de mando del Cte. Román. En el repliegue toparon con unidades rusas y el citado teniente cayó de un disparo en el vientre mientras gritaba: “cabrones, me han matado, ¡Arriba España! vengadme”. Su cuerpo antes de caer dio un gran salto en el aire por el impacto de la bala. Fue entonces cuando uno de los dos soldados ya citados arrojó las granadas de mano que le quedaban sobre los rusos y se deshizo de ellos. Cargó sobre sus hombros a su teniente herido y a través de las líneas enemigas y después de otros encuentros logró alcanzar el puesto de mando del batallón con el teniente herido de gravedad. Amanecía y todo Urdanik se encontraba ya en poder de los rusos a excepción del puesto de mando.
A partir de ese momento la audacia y valentía del comandante Román hicieron lo que nadie se esperaba: recuperar Urdanik. Bajo su mando los pocos soldados que quedaban en pie pertrechados de granadas de mano y munición fueron tomando casa por casa deshaciéndose de los rusos quienes exhaustos tras el asalto no se esperaban un contraataque tan brutal de los españoles. Urdanik fue recuperado y el ataque rechazado. Entre los caídos españoles un joven de apenas 17 años que apareció muerto al lado de otros tres rusos también muertos. Le habían arrancado las hombreras y la cartera con los retratos familiares. Su cuerpo se había congelado y tenía la cara sonriendo.
Se llamaba Antonio Chicharro y Lamamié de Clairac. Su hermano Juan recogió su cuerpo y pese a sufrir un alto grado de congelación aún fue capaz de cargar con sus restos y devolverlo a las líneas españolas. Juan con el ánimo destrozado fue hospitalizado y posteriormente evacuado. No dudo que en su alma volaba el recuerdo de sus hermanos Dolores y Carlos ambos asesinados por las milicias socialistas de la “brigada del amanecer”, en Madrid, apenas hacía tres años, una en la Casa de Campo de Madrid y el otro en una checa por la única razón de pertenecer a una familia tradicionalista y católica. Y lejos estaba también de pensar que meses después otro hermano, Luis, caería también combatiendo en el frente de Moscú a los mandos de un Fockewulf 190 encuadrado en la Escuadrilla Azul. Esto sucedió hace 77 años.
Sí, “Ante Dios nunca serás un héroe anónimo” y, hoy como nunca, cuando vemos que todo aquello por lo que lucharon se desmorona, ese aserto cobra un extraordinaria actualidad.
En Rusia murieron soldados de nuestro ejército – sí de nuestro ejército pese a que la apatía y relativismo de muchos ahora lo nieguen y no se atrevan a reflejarlo – por una España mejor. Una España que querían grande y, que hoy, 77 años después, otros quieren de nuevo romper. Hablan de una España plurinacional. ¡Pero qué tontería es esa! Hablan de reformar, o mejor dicho quebrantar, el orden constitucional dando voz única a una parte de España cuando lo es de todos, caen y se derriban cruces a la par que se imponen a nuestros jóvenes ideologías nocivas en su afán de descristianizar nuestra Patria. Se avecinan tiempos movidos en esta España pero no cuentan para llevar a cabo sus aviesas intenciones con la voluntad de otros muchos que no estamos dispuestos a que eso suceda. A ver si se dan cuenta de ello.
El recuerdo de tantos caídos no puede caer en el olvido y su sangre vertida nunca habrá sido en vano.
Otros vendrán que levanten las banderas caídas y devuelvan a esta España, hoy desconocida, a su mayor esplendor.
Rememorando esa fecha de 27 de diciembre de 1941:
ESPAÑA VIVE ¡ARRIBA ESPAÑA!