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Los denostadores de la figura militar de Franco tratan de desprestigiarlo por comparación con los generales Vicente Rojo y José Miaja, como geniales estrategas del EPR, mientras que el primero era excesivamente conservador, falto de audacia y de imaginación.
estas comparaciones solo pueden hacerse de forma parcial, porque las responsabilidades entre ellos fueron dispares. Franco tuvo las más altas responsabilidades políticas y militares; mientras que Rojo prácticamente solo tuvo responsabilidades de planeamiento, y no de decisión, y Miaja fue un ejecutor militar, y no en el más alto nivel.
No hace falta recordar que el jefe militar empeña toda su responsabilidad en la decisión, y en ella refleja su valor moral y competencia técnica. Decisión que su estado mayor desarrolla en planes.
El general Vicente Rojo.
Está considerado por sus panegiristas, como un gran estratega que planificó, sobre el papel, brillantes y elegantes contraofensivas, que no tuvieron un final feliz, no así para su prestigio militar. El partido comunista ensalzó siempre a sus militantes, a pesar de los sucesivos descalabros que tuvieron, como fueron los casos de Modesto Gilloto, Líster o el Campesino, y Vicente Rojo porque, si no estuvo afiliado al partido comunista, sí fue un fiel servidor.
El primer curso de táctica enseña que para el planeamiento y decisión de una operación militar hay que contar con los factores de la decisión que son: misión, enemigo, terreno, medios propios y ambiente. Todas las operaciones militares que diseñó Vicente Rojo fracasaron porque no contó con el factor “medios propios”, es decir la herramienta encargada de ejecutar tan deslumbrantes planes sobre el mapa (que todo lo soporta). El EPR fue siempre un “medio” incapaz de ejecutarlos. Ante esta reiterada evidencia hubiera sido más prudente adoptar una actitud más defensiva, donde podía tener más posibilidades de éxito.
No contó con el “factor enemigo”, porque los puntos de aplicación de sus contraofensivas estuvieron demasiado próximos a la masa de maniobra del EN, lo que facilitó que acudiera en socorro del sector amenazado. Tampoco tuvo en cuenta la reiterada capacidad de su enemigo de mover rápidamente las reservas, al contar con un flexible y eficaz servicio de automovilismo, para transportar tropas en camiones y camionetas.
Los objetivos de sus planes ofensivo estuvieron en frentes secundarios, no buscaron la destrucción del enemigo. Sin embargo, el EN aprovechó la concentración de la masa de maniobra del EPR, para batirla (Brunete), y especialmente para destruirla en Teruel y en el Ebro. Teruel fue una victoria pírrica de Rojo, y la batalla del Ebro un error estratégico y táctico, que hubiera suspendido en cualquier escuela de estado mayor.
Sus defensores a ultranza, cada vez menos, deploran que no se aprobase su propuesta de ataque por Extremadura, con el hipotético propósito de romper en dos la zona nacional. Es de suponer que de haberse efectuado hubiera pasado como siempre, que una vez roto el frente por sorpresa, los bordes de la brecha resistirían, y rápidamente reforzados, las reservas nacionales bloquearían una penetración de corto alcance. Además, esta operación tenía el inconveniente de estar lejos de la zona central, donde estaba su masa de maniobra, lo que implicaba un gran esfuerzo logístico y dificultaba la sorpresa.
Es posible que su formación militar fuera demasiado teórica, pues gran parte de su carrera militar, antes de la guerra, estuvo dedicada a la enseñanza. Así durante diez años seguidos (1922 – 1932) fue profesor en la Academia de Toledo, y desde allí paso a la Escuela de Guerra, como alumno, hasta el año 1936.
El general Miaja.
La comparación de Miaja solo se puede hacer al principio de la guerra, cuando el futuro caudillo mandaba las columnas en la marcha sobre Madrid, y Miaja tuvo el mando de una fuerte columna para tomar Córdoba, en manos de los alzados, y cerrar el paso de las columnas enemigas que se dirigían a Madrid, supuestamente por el desfiladero de Despeñaperros.
No hace falta ensalzar la hazaña táctica de la marcha de las columnas mandadas por Franco, que hábilmente evitó el choque frontal con las fuerzas de Miaja, supo avanzar con rapidez, con los flancos al descubierto, sin superioridad de apoyo aéreo, y sin dejarse fijar en objetivos secundarios (no como le ocurrió al EPR reiteradamente en Brunete, Belchite, Teruel y Ebro).
El general Miaja llegó a Montoro el 28 de julio, pero perdió tres semanas, prácticamente de inacción, sin atreverse a atacar la capital cordobesa, y cuando lo hizo era demasiado tarde (20 de agosto), porque había sido reforzada.
Tampoco tuvo la iniciativa de atacar o, al menos, hostigar las columnas que marchaban sobre Madrid, que la primera había salido de Sevilla el 2 de agosto, y el 20 ya habían rebasado Badajoz y Mérida y unido los valles del Guadiana y del Tajo.
La defensa de Madrid fue su mayor hazaña, porque con su valor personal contuvo una desbandada de fuerzas anarquistas en la Ciudad Universitaria, que estuvo a punto de producir una brecha irreparable, contagiar al resto de los defensores y producir un colapso de la defensa. Lo que, por si solo, justifica la decisión de los nacionales de dar un golpe de ariete sobre la capital.
Evitado, in extremis, el desmoronamiento de la defensa, Franco tomó la acertada decisión de no desgastar a la masa de maniobra nacional, formada principalmente por las selectas tropas africanas, con costosos combates callejeros en una gran urbe, en la que la proporción entre defensores y atacante era de 7 a 1.
Al general Miaja le faltó visión de la acción de conjunto y compañerismo. Durante la batalla del Jarama se negó a ceder fuerzas bajo su mando para reforzar a otro general empeñado en la misma. Lo mismo hizo en las batallas de la Granja y de Belchite, como explícitamente dijo el jefe del Estado Mayor del Ejército del Este del EPR: consideraba (Miaja) al ejército que mandaba como propiedad personal que nadie tenía derecho a emplear o reducir.
Contrasta esta actitud con el socorro de Franco a Granada, Alcázar de Toledo, Oviedo y al frente de Aragón, o con la postura del general Yagüe desprendiéndose de tropas para reforzar la batalla de Brunete