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Los estudiosos de Franco, incluyendo los que le reconocen todas las virtudes teologales, militares y de estadista, ignoran, por lo general, su faceta intelectual civil, al margen de la milicia y sus 14 años en África. Tal vez porque conocer al Franco estudioso, lector empedernido y meditador profundo de la historia de España, tanto en su tragedia social (política), como en la cultural y económica, requiera del conocimiento de su entorno familiar y de las personas más próximas a su vida cotidiana y la consulta trasversal de bibliografías apócrifas y sus despachos personales.
Que fue un conservador, monárquico, equilibrado, prudente, moderado, riguroso, trabajador, afable, educado, cortés, valiente, sacrificado, con gran sentido del deber, exigente, enormemente cumplidor, graciable en el mando etc.; son adjetivaciones que encajan con los hechos del personaje, como anillo al dedo. Lo dice todo, pero no justifica nada, sino recurrimos a las fuentes primarias para tales aseveraciones. Por ello hay que bucear entre quienes lo conocieron mejor y estuvieron en contacto con él de manera más directa.
No puede ni debe hacerse la semblanza de un personaje de la trascendencia de Francisco Franco, aislado del contexto histórico en que vivió y desarrolla toda su actividad militar y política. No olvidemos que Franco es protagonista destacado de la guerra de África; general mas joven de Europa con 33 años, en 1926; salvador de la República en 1934; generalísimo de los ejércitos en 1936; y, conduciendo la impensable victoria, obtiene la Jefatura del Estado desde 1936 hasta 1975, año en que fallece. Es decir, sesenta años ininterrumpidos de protagonismo activo fijando el destino de su época y de la historia de España.
No puede extractarse en un articulo, ni en un solo libro, lo que Franco pensaba de la familia, la religión, la libertad, el deber, la disciplina en el ejército, el ser español, o el gobierno de la nación, y quienes influyeron en su modo de pensar y actuar. Si, su condición de lector furibundo, aprovechando todos sus ratos de ocio para estudiar las materias de la ciencia filosófica, política y militar que le completaran y ampliaran sus inquietudes por saber. Así lo atestigua su mujer Dña. Carmen Polo, su hija y cuantos le trataron de manera directa. Además, conoció y trató a todos los personajes relevantes de la intelectualidad de su época, como lo reflejan numerosos documentos.
Por intelectual no vamos a entender solamente al que tiene títulos universitarios y doctorados, firma manifiestos y presume del favor empesebrado de lo conveniente. Tampoco de los referentes filosóficos de cada época, disolutos con el simple cambio del viento o, con la acertada refutación de sus tesis por la cruda realidad. Entendemos por intelectual, y por eso Franco lo era, a la persona que tiene hambre de saberes y conocimientos, y profundiza, lee y estudia todo lo que merece la pena. Hay pocas personas tan preocupadas por el saber como Franco, según atestiguan los biógrafos que más le conocieron y estudiaron: George Hills, Ricardo de la Cierva y Luis Suarez.
Varios ministros comprobaron, no sin asombro y alguno lo confesó, cómo Franco lo había leído casi todo. Se había leído a todos los de la generación del 98; a Ortega lo había leído en profundidad, y conocía a Tolstoi, a Balzac, a Spengler, a Kant, a Marx; y se conocía muy bien a Lenin y la revolución rusa. Pero sus autores favoritos eran Valle Inclán, sobre todo “Las sonatas”; le llamaba el genio, porque según él “no había conocido otro con tanto ingenio y tanta mala leche” ; y Unamuno, al que según confesión de Emilio Romero a Julio Merino, ni él conocía la obra y vida de Unamuno como Franco, “lo había estudiado todo, novelas, ensayos, artículos, conferencias, discursos”; también se conocía todo de Pemán, al que admiraba y de los Machado, aunque le gustaba más Manuel, le parecía “más popular, más sensible, menos frio”.
Todavía con 14 años, Franco, ya se había leído “los episodios nacionales” de Benito Pérez Galdós. Hasta tal punto que, a la muerte del Tte. Coronel Valenzuela, cuando le nombran jefe de la Legión, lo primero que hace es exigir a sus jefes y oficiales que leyeran a marchas forzadas el episodio de Galdós referido a “el Empecinado” Juan Martin, pues para Franco era el mejor tratado de táctica militar que se había escrito y la “biblia” en su lucha contra los rebeldes moros.
En una de las muchas entrevistas que mantuvo el ilustre y prolijo periodista cordobés Julio Merino, con personajes relevantes de la vida política nacional y autor de un excepcional libro sobre Franco, refiere que le preguntó a Torcuato Fernández Miranda su opinión sobre Franco. Después de meditar un momento, le contesta, Torcuato, con una pregunta ¿de qué Franco quieres que te hable?: “Si hombre, si…hubo un Franco militar, y aún en lo militar hubo tres Francos: el africanista y general más joven de Europa que llega hasta el cierre arbitrario de la Academia General de Zaragoza por decisión de Azaña; el de la República, que resuelve la revolución-golpe de estado de 1934 y, el Franco de la guerra civil. Además, hubo un Franco político y también aquí hay que separar unos cuantos Francos: el de 1939 a 1960; el del Desarrollo, que termina con la muerte de Carrero Blanco, y el del entorno familiar y el declive (el Franco más parecido, sin hacer comparaciones, con Napoleón) …y hubo un Franco intelectual, quizá el menos conocido”.
Del testimonio de su cuñado D. Ramón Serrano Suñer a través de su interlocutor, Julio Merino, podemos saber que no sólo bebió los “episodios nacionales”, sino todas las biografías de los personajes de la historia más importantes, comenzando por los Reyes Católicos, del que fue siempre un apasionado, sobre todo de Isabel, a la que citaba con frecuencia en sus escritos y conversaciones. Se pasaba las horas leyendo y estudiando las batallas de los grandes militares de la historia: Desde Alejandro Magno a Napoleón, pasando por el Gran Capitán, por Cortes y Pizarro, por George Washington, el Duque de Wellington etc. hasta el punto de llegar a conocerse de memoria los planteamientos técnicos, teóricos y planos de las principales batallas de la historia. Dice Serrano Suñer que tuvo que tragarse cien veces la batalla de Austelitz “y hasta la dibujaba como si hubiera estado allí presente al lado de Napoleón”.
Aunque, según Serrano “lo que le emocionaba era el paso de los Alpes, en la batalla de Marengo”, según Franco “era la hazaña militar más grande de los ejércitos modernos, más que la de Aníbal y sus elefantes”. Y como dibujaba muy bien, en cualquier papel que encontrara a mano, se ponía a dibujar a mano la batalla marítima de Lepanto “¡qué barbaridad, como hablaba de aquello de la media luna árabe y de la formación en cruz de la armada cristiana de D. Juan de Austria”. Su hija Carmen reconoció que nunca hacía alarde en público de sus conocimientos, ni le gustaba hablar con nadie de sus lecturas privadas.
Pocos se pueden imaginar a Franco “actor” y muy aficionado al cine, cuando ya era el general más joven de Europa y pasó dos años destinado en Madrid entre febrero de 1926 al mismo mes del 28. El Franco actor se produce en el rodaje de una escena de la película “la mal casada”, del director Gómez Hidalgo y se realiza en casa de Natalio Rivas, celebre político liberal granadino, en la calle Velázquez nº 19; y en la toma de interiores se puede ver al “actor” Francisco Franco, en un clásico plano tres cuartos, junto a la familia Rivas, la actriz María Banquer y Millán Astray. Solo unos años después, 1933, Franco no se pierde un estreno teatral con su esposa Dña. Carmen, el matrimonio Rivas y los Serrano Suñer. El 8 de marzo, cuando va de paso para hacerse cargo de la Comandancia General de Baleares, acudió al estreno en “el Beatriz” de la obra de García Lorca “Bodas de Sangre”. Después acude al boom teatral y político, el 27 de septiembre, que fue el estreno de “El divino impaciente” de José María Pemán. Y culmina con su admirado Valle-Inclán, el 16 de noviembre, del esperpento más sonado: “Divinas palabras”, dirigido por el cuñado de Azaña, Cipriano Rivas Cherif.
La faceta más conocida de Franco, es la afición a la escritura, signo distintivo de su intelectualidad, pues el que escribe se describe. Lo hizo mucho y con enorme precisión y rigor literario durante toda su vida. Emplea distintos pseudónimos para no identificarse ante el gran publico, al ser jefe del Estado: Jakím Boor (temas sobre masonería); Jaime de Andrade (cine); Macaulai (asuntos internacionales); e Hispanicus (política nacional).
Esta afición por la escritura la tuvo Franco desde muy joven, y se aprecia en la prensa castrense donde escribe de manera asidua en la “Revista de tropas coloniales”, llegando a ser director de la misma. Destaco dos, “pasividad e Inacción”, censurando a los gobernantes en la guerra de Marruecos, significando que eran los dos sinónimos de la derrota. El último artículo que publica con su firma como general, siendo gobernador militar de La Coruña, en febrero de 1933, lo hace para la revista “África”, sucesora de la “revista de tropas coloniales”; el titulo, por demás, significativo fue: “Ruud…Balek”, que traducido al español viene a ser “cuidado que voy…”, con el estilo y belleza literaria que le sería reconocido siempre, lanza un mensaje de advertencia sobre una paz efímera, si no se sientan las bases que eviten una nueva insurrección.
Pero, sin duda, la obra más simbólica, donde denota el estilo y carácter del comandante Franco, es el libro de 29 relatos, los 8 primeros en territorio de Tetuán y los 21 restantes en Melilla, titulado: “Diario de una bandera”. El diario tuvo un gran impacto en el ejército y la opinión publica que ya estaba cansada de aquella guerra, cada vez más inútil. Pero sobre todo viene a descubrir que Franco sabe escribir muy bien, al mejor estilo de los clásicos castellanos y latinos -puede compararse perfectamente con la “Guerra de las Galias” de Julio César. Demuestra que su prosa es escueta, fría y exacta a la hora de narrar las situaciones más complicadas, como el miedo, la ansiedad, el esfuerzo supremo, la cobardía, el heroísmo y la muerte. Y lo hace con las palabras justas e interesando y contagiando al lector. Publicado en 1922, con prologo de Millán Astray, es la obra más recomendable e ilustrativa que puedo hacerles sobre el Franco intelectual. Verán como lo era y no les resultará indiferente.
Franco, siempre fue un hombre de ideas muy claras y de principios muy firmes, de convicciones muy profundas y arraigadas, de meditaciones trascendentes sobre el pasado de nuestra patria, de sus grandes males. Por eso se equivocó tan poco y, a su fallecimiento, tanto le lloró su pueblo. Hasta sus enemigos, sin que él los tuviera como tales, le reconocieron como Indalecio Prieto “llegaba en los momentos decisivos a la formula suprema del valor” (mitin en Cuenca 1936). O su contestación, febrero de 1936, a Alcalá Zamora al despedirse para el nuevo destino en Canarias “ocurrirá lo que tiene que ocurrir, Sr. presidente, pero, desde luego, donde yo esté no habrá comunismo”.
Y a modo de epilogo, donde mejor brota la intelectualidad de Franco y su conocimiento del ser histórico español, queda reflejado en estas palabras: “el Cid es el espíritu de España…aquel espíritu que no se hinca de rodillas y exige el juramento de Santa Gadea o aquel que se pone en píe de guerra para expulsar al invasor Napoleón”. O cuando afirma “los españoles somos solidarios en el destino y no podemos hurtarnos a los dictados de la geografía y de la historia; a golpe de invasiones se forjó nuestra nacionalidad. Mucho antes que otros pueblos, España ya era Nación, y al templarse nuestro carácter en la lucha fuimos fieros de nuestra independencia y proyectamos nuestro ingenio por el mundo, hasta que la invasión de doctrinas extrañas acabó sumiéndonos en la decadencia”. Así se acredita la razón por la cual Franco fue uno de los suscriptores y lector de la revista “Acción Española” que encabezaba Goicoechea, Ramiro de Maeztu, Víctor Pradera y tantos ilustres intelectuales españoles.