El espíritu de la General, por Adolfo Coloma

Adolfo Coloma

General de Brigada de Infantería (R)

XXX Promoción de la Academia General Militar

 

Esta maldita pandemia se empeña en borrar muchas más cosas de las que serían deseables o necesarias. A estas alturas en años anteriores, andaban circulando por toda España, y aun en el extranjero, correos, mensajes o llamadas telefónicas convocando a todos cuantos se han formado en la Academia General Militar de Zaragoza, al tradicional almuerzo de confraternización. En cualquier guarnición militar e incluso en muchas plazas en las que ya no existe presencia de Unidades del Ejército de Tierra, se reunían oficiales de todos los grados y en cualquier situación, activo, reserva o retirados – sufragando de su propio peculio los gastos que originan – en reuniones en torno a una mesa, jóvenes y veteranos mezclados, para compartir experiencias, recuerdos y vivencias bajo un único sentimiento: “El espíritu de la General”. Este año no ha sido posible.

Desde una perspectiva civil, puede que a alguien le extrañe ese profundo nexo de unión y quiera ver en ello un cierto militarismo o sentido de casta. Nada más lejos de la realidad. A explicar el sentido del “Espíritu de la General” va dirigido este modesto trabajo.

Durante muchos años el Ejército Español, al igual que en la mayoría de países, se organizaba en Armas Combatientes, que se caracterizaba por su peculiar forma de combatir y por el espíritu que las anima. En el Ejército de Tierra Español, estas Armas tradicionalmente han sido Infantería, Caballería, Artillería e Ingenieros. Sus oficiales, se formaban en sus propias academias, tenían escalas cerradas y su vida militar transcurría mayoritariamente en cuarteles independientes. El resultado era que había más bien poca integración entre los oficiales de distintas Armas Combatientes. Si a ello le sumamos el excesivo pundonor y hasta rivalidad que existía en el ámbito de las operaciones, el resultado era una merma en la colaboración e integración de todos los esfuerzos para responder a esa deseable (e imprescindible) acción de conjunto. Es más, su consecución se veía complicada al aumentar las masas de maniobra y los efectos devastadores de unos fuegos que poco a poco se iban adueñando del campo de batalla.

Para superar tal situación, y por Real Decreto de 20 de febrero de 1882 se estableció La Academia General Militar en el Alcázar de Toledo, bajo la dirección del General Juan Galbis Abella. Aquel primer experimento de una formación en común de los oficiales de todas las Armas, desgraciadamente no tuvo una larga vida, prácticamente una década. Don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja fue el primer oficial salido de aquella Academia en alcanzar el Generalato. Luego se retornó a la situación anterior y los efectos se percibieron con nitidez durante las campañas en las que se vio inmerso el Ejército Español en el Norte de África.

 En efecto, perdido el resto del imperio español con las derrotas en Cuba y Filipinas, el esfuerzo militar español se volcó en la defensa de Ceuta y Melilla y pacificación del Protectorado De Marruecos que nos había sido asignado. Campañas militares como la de 1909 (El Barranco del Lobo) 1911 (El Kert) y sobre todo, a partir de 1920 (Annual, Xauen, Alhucemas) desarrolladas con inusitada crueldad y mediatizada por intereses políticos y hasta corporativos, cuyo máximo exponente eran las Juntas de Defensa, interferían en la acción de mando y dividían aún más a la oficialidad ante el espinoso asunto de los ascensos por méritos de guerra; ponían sobre el tapete la imperiosa necesidad de incrementar el conocimiento mutuo e integración de las distintas unidades en el conjunto de la maniobra.

Por eso durante las postrimerías del Reinado de Alfonso XIII siendo el General Primo de Rivera presidente del Gobierno volvió a recrear la Academia General Miliar, esta vez en la inmortal Zaragoza, en unas instalaciones que partían prácticamente de cero. Al frente de la nueva institución de enseñanza puso al General Francisco Franco Bahamonde, el general más joven, brillante y prestigioso del Ejercito, con una impecable hoja de servicios y cuyas capacidades conocía bien Primo de Rivera.

Pese a quien le pese, el General Franco fue el gran impulsor de la formación de los oficiales del Ejército con un tronco común: El modelo de enseñanza integrada y la convivencia en común fomentarían la confianza mutua marcarían desde temprana edad un sello indeleble entre los futuros oficiales.

Con el advenimiento de la 2º República se decretó nuevamente el cierre de la joven academia aduciendo espurias razones de sobrecoste. El General Franco materializó la orden recibida ante sus cadetes con un memorable discurso que ha pasado a la historia: “…disciplina, que no encierra valor cuando la condición del mando nos es grata y llevadera…”. Solo tres promociones se formaron en aquella Segunda Época de la General. Sin embargo, las palabras con las que el General Franco despidió a los cadetes y personal de la academia resultarían proféticas: “La máquina se destruye, pero la obra queda”. El desempeño de la inmensa mayoría de oficiales procedentes de la Academia de Zaragoza así lo corroboró durante la Guerra de España 1936-39

Tras la guerra civil, La Academia General Militar abrió nuevamente sus puertas, esta vez bajo la dirección del General Hidalgo de Cisneros, en 1942. Desde entonces hasta nuestros días, se han formado en ella 78 promociones de oficiales. Entre ellas. la totalidad de los que siguen en activo.

Pero lo que ha quedado grabado en nuestros corazones y nuestras mentes está magníficamente sintetizado en el Decálogo del Cadete, auténtico código ético de la profesión de las armas que de ninguna manera sustituye las Ordenanzas para las Fuerzas Armadas, sino que las complementa y potencia. Exige más desde un principio a unos jóvenes aspiran a ser futuros líderes de los soldados de España, manifestando de forma inequívoca la conducta y los valores en los que se debe formar un cadete: amor a la patria y fidelidad al rey, espíritu militar, vocación, disciplina, exactitud en el servicio, hacerse querer de los subordinados y desear de los superiores, no murmurar, amor a la responsabilidad, compañerismo, valor y abnegación. Al cabo de los años, cuando uno mira ya hacia atrás, comprende que ésos valores constituyen el auténtico nervio de la profesión, y nos fueron inculcados precisamente allí, en la Academia General Militar. Hoy en día sigue siendo la referencia de cuantos se forman entre sus muros. Todos los cadetes saben perfectamente quien es su autor: El General Franco. La historia no se puede borrar.

No es extraño que tan fecundo modelo tuviese también reflejo en la formación de los suboficiales de nuestro Ejército cuando en 1974 iniciaron, de manera análoga a los oficiales, su formación en común en la Academia General Básica de Suboficiales en Talarm (Lérida). Su lema “A España servir hasta morir” borrado de la loma de la montaña a cuya falda se extiende la Academia de nuestros suboficiales, lo llevan ellos grabados en sus corazones.

La Academia General ha vivido sus tres épocas, bajo cuatro monarcas y la propia Jefatura del Estado del Generalísimo Franco. Ha sufrido las vicisitudes propias de todos estos tiempos, evolucionando al compás de los cambios sociales, tecnológicos y culturales que han tenido su reflejo en los sucesivos planes de estudio. Pero una cosa aparece hoy con meridiana claridad. Si se pretende sacar a Francisco Franco de su historia, invalidará los términos de la ecuación resultante. Han retirado la estatua ecuestre con su figura que presidía la entrada a la Academia, pero su obra permanece, como el propio Franco predijo.

La Academia General militar para, todos los que en ella nos hemos formado, ha representado algo más que una simple culminación de un período de estudios antes de enfrentarnos al mundo profesional. Ha supuesto un auténtico punto de inflexión en nuestras experiencias vitales. El tránsito de nuestra vida anterior como civiles adolescentes a ser líderes de soldados de España, mediante una formación integral en valores y conocimientos intelectuales – técnicos y humanísticos – morales y físicos practicados y aprendidos en común convivencia haciendo verdad la divisa de la General: “Armas y Cuerpos funden nuestro emblema”. Tal fue siempre el sueño y la obra hecha realidad del General Francisco Franco Bahamonde “la espada más limpia de Europa”

 


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