Ante la tumba de Franco, por P. Hernán Valladares

P. Hernán Valladares

Misionero

Licenciado en Arte, desde su misión de Abilene (Texas)

 

QUE CORTA es la vida, mi querido Caudillo. Parece que fue ayer cuando redimiste a tu Patria de la esclavitud del Comunismo ruso y ya estas enterrado en los montes de Castilla.

PERO NO IMPORTA, mi General y mi Caudillo. Descansa ya en paz ahí en las sierras de Guadarrama, a la sombra de los pinos y al amparo de la Cruz que tus manos cortaron en la roca. Ya luchaste bastante durante casi medio siglo de tu glorioso caudillaje. Luchaste contra aquel hombrazo hosco y mostachudo de Moscú y arrojaste a sus hordas envenenadas de las trojeras de Castilla. Luchaste contra el Fuhrer alemán, que te había salvado en tu Cruzada. Y le dijiste que «NO» con voz robusta y firme de sol-dado. Luchaste contra el genio de Inglaterra porque quisiste arrancar de sus manos invasoras tu adorado Peñón de Gibraltar. Y luchaste contra todas las Democracias occidentales que te dejaron solo, con tus millones de españoles hambrientos, pero dispuestos a morir a tu lado. Descansa, pues, en paz, en las cumbres de los montes de España, cerca de Dios y de los cielos azules de Castilla.

ES VERDAD. Te odiaron los poetas, como Neruda. Y los pintores como Picasso. Y los artistas como Casals. Pero tu sabías muy bien que sus versos y sus poemas y sus canciones no daban de comer a todos los millones de niños españoles.

POR ESO TE GUSTÓ MÁS la gente humilde y trabajadora que te ayudó a levantar la economía y la vida cultural de la Patria. Tu eras pequeño y gallego y no lo podías hacer todo solo. Por eso te veo arrodillado con veneración ante aquel Arzobispo Vasco de la ciudad del Cid, Don Marcelino Olaechea y Loizaga. Te gustaba aquel Arzobispo revolucionario. Porque criticaba pero jugaba a la tómbola para hacer casas nuevas para los pobres. No te agra-daban sólo los rebeldes que buscaban desmembrar la unidad sagrada de la Patria. Ni los que gritaban y gritaban,
pero cerraban la puerta al mendigo y al necesitado que pedían pan.

LO SÉ MUY BIEN. Tus enemigos te llamaron «Dictador, pero con justicia. Porque dictaste la terminación del crimen, del caos y de la anarquía en España. Dictaste las rutas seguras de la victoria y el estallido de la paz, de la alegría y del progreso de la Patria.

POR ESO los que casi te idolatramos como un pequeño Dios, pedimos que en herencia nos traigas a España otros dictadores como tú. Porque no queremos más Repúblicas que den libertad para matar monjas y sacerdotes y gobernantes honestos y patriotas. No, mi querido Caudillo, que no vengan más democracias. que permitan quemar Iglesias y Conventos y Museos Nacionales en las calles de Madrid y Barcelona.

AHORA SÉ por qué quisiste ser en-terrado en las cumbres nevadas de España. Desde el filo de las sierras quieres seguir vigilando todos los Campos de Iberia. Quieres ver si siguen abiertas tus escuelas y tus hospitales para terminar con la enfermedad y la ignorancia. Y quieres escuchar el ruido de los yunques y las ruedas de tus fábricas. Y los silbidos de los coches y camiones fabricados en Valladolid o Barcelona. Y quieres ver las nuevas barriadas de casas para los pobres en las Avenidas de Madrid… y Bilbao… Zaragoza…

POR ESO quisiste también ser sepultado en ese Cementerio de Héroes. Ahí deben estar junto a ti los grandes Generales de tu Cruzada: Mola… Aranda… Queipo de Llano… Sanjurjo… Yagüe… Y los soldados desconocidos que tiñeron su capote de sangre en las batallas de Teruel, y del Ebro. Y hasta tus enemigos, como símbolo de reconciliación y hermandad de todas las tierras de España. Y es que buscaste que España no olvidara que la sangre de tus héroes nunca debió haberse derramado en vano.

FRANCO, antes de tu llegada de África, yo había aprendido a cantar con todos los niños de las escuelas de España, el himno más popular de nuestra República atea: «Somos hijos de Lenin. El Comunismo ha de vencer. Con el martillo y con la hoz». Tú me enseñaste a cantar Cara al Sol:. Y entronizaste el crucifijo en los muros y colocaste un catecismo en los pupitres de mi escuela rural. Y no dejaste que me envenenara el alma aquella maestra que me decía que no había Dios.

POR ESO, por tu obra gigante de Patriota, dediqué mi vida a defender tu nombre difamado en las fronteras separadas de mi España. Y si alguna vez, cansado de peregrinar por el mundo, vuelvo a pisar el suelo sagrado de la Patria, haré una peregrinación patriótico-religiosa a los picos de Guadarrama y con unas lágrimas de agradecimiento y unas amapolas de las tierras de Castilla —la mano alzada a los vientos de la sierra— te diré por última vez, sabiendo que me escuchas:

«ADIOS, MI GENERAL Y MI CAUDILLO».

 


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