Marta o Martiña Lois o Louis –su apellido no se ajusta a la unanimidad– es la candidata de Sumar a la presidencia de la Junta de Galicia, conocida por la «Xunta», del mismo modo que a mi tía Lorenza la conocíamos sus sobrinos como Puchi. Del mismo modo que la Choni Montero se ha referido al popular Miguel Tellado pitorreándose de su calvicie, de su escasa frondosidad pilosa –a ella le sobra el pelo de la dehesa–, creo legítimo referirme a Martiña Lois o Louis como «la asimétrica». Su rostro, ya sea de frente o de perfil, presenta una asimetría encantadora, picassiana, y rebosada de sorpresas atractivas. Se busca su moflete izquierdo para darle un beso de bienvenida, y el beso termina en la nariz, lo cual origina toda suerte de sorpresas sociales. Pero este detalle carece de importancia. Lo fundamental es su arrogante bizarría, su agilidad en la recolección de bolitas de plástico en las playas gallegas y su singular interpretación de la Memoria Democrática. Como era de prever, su arrojo le ha llevado al límite del heroísmo. Y le ha declarado la guerra a Franco. Declarar la guerra a quien lleva 48 años en el otro mundo, no está al alcance de cualquiera. Mi tía Lorenza, Puchi, que era un terremoto de mujer, rompió sus relaciones, inesperadamente, con el Rey de Inglaterra Ricardo Corazón de León, que falleció en el siglo XII. Algo leyó de don Ricardo que le obligó a tomar tan lamentable decisión. Y sus sobrinos nos quedamos sin tío Rey, de golpe y porrazo, y lo que es peor, sin culpa alguna por nuestra parte.
Doña Martiña ha dado un golpe en la mesa –cualquier mesa sirve para imaginar el histórico momento– y ha anunciado al mundo que, de ganar en las próximas elecciones autonómicas de Galicia, va a retirarle al General Franco su nacionalidad «galega». He consultado con Bieito Rubido y Luis Ventoso, ambos dos hijos de Galicia, y me han informado que «galega» se traduce al español por «gallega». Sucede que la traducción es válida, pero no la nacionalidad. No existe la nacionalidad gallega ni «galega». Retirar a un gallego una nacionalidad inventada puede ser considerado un acto de heroicidad, pero carente de sentido. Como si yo, por desavenencias con sus formas de actuar, le retiro a Iñaqui Anasagasti su nacionalidad venezolana, que, al menos, es una nacionalidad existente. Creo que, para culminar una acción heroica –y combatir contra quien falleció hace 48 años, lo es–, hay que medir los pasos previos con la finalidad de no hacer el ridículo. Y Martiña que, a pesar de su sosería, de cuando en cuando se convierte en un volcán en erupción, en una estufa a punto de explosionar, en una gaita que emite llamaradas en lugar de muñeiras, no ha sabido medir los pasos. El General Franco nació en El Ferrol, allí donde termina el mar, y El Ferrol está en Galicia, siendo Galicia una bellísima región, hoy autonomía, de España, con cuatro provincias, las de La Coruña, Lugo, Orense y Pontevedra. Y a un español, vivo o muerto, no se le puede privar de su nacionalidad, la española, y menos aún la «galega», que es una nacionalidad tan extravagante como inventada. Como si a don Niceto Alcalá-Zamora se le hurta la nacionalidad de Priego de Córdoba y a mi abuelo materno, don Pedro Muñoz-Seca, la andaluza y la del Puerto de Santa María.
Esta mujer abrazada a la asimetría, que es más sosa que unas espinacas sin sal, sólo puede superar su indómita heroicidad con una característica no del todo aprovechable en la política. La de ser tontita. No obstante, su decisión, su determinación de luchar contra un paisano fallecido hace 48 años, merece un especial y analítico detenimiento. Los héroes y las heroínas no están obligados a ser, además de valientes, cultos. Y menos aún, inteligentes.
Le envío mi admiración por su ardor, entereza y bizarría.