La turba sin Dios, por Jaime Alonso

Jaime Alonso

 

Hoy es 18 de Julio, una fecha para la emoción, el recuerdo, la memoria y para la historia. Muchos españoles celebrarán esta fecha por considerarla fundante y primigenia en la vertebración de la sociedad y configuración del estado español, hoy, en descomposición.

Todas las leyes de “desmemoria histórica” que imponen, no cambiarán la realidad de que la España que nos legó Franco nada tuvo que ver con la recogida con treinta y seis años de antelación, ni con la de ahora. Su mandato “comisorio, supremo, personal, excepcional y autolimitado” de devolver la dignidad, el progreso y la justicia a todos los españoles, lo cumplió con creces; razón por la cual, abandonó este mundo de manera natural, con el reconocimiento de la inmensa mayoría de su pueblo, fácilmente constatable con imágenes, aún hoy. Su legado fue intemporal y eterno, no habrá ley que lo borre, manipulación que lo anule, impostura que lo suplante. Está impreso en el alma colectiva del pueblo, forjada en la adversidad, el heroísmo y el martirio, transmitido de manera natural en situaciones adversas.

El mejor referente de la época desde el prisma cultural lo encontramos en el cuadro “La turba sin Dios”, obra pictórica de Soria Aedo, realizada en 1934, simbolizando la pira iconoclasta que se había instalado en España con la II República; donde la agresión de la turba contra la fe cristiana, quema de iglesias, persecución religiosa, es vista con horror y recogida en un lienzo, ya inmortal. Ese documento histórico sirve para acreditar el nihilismo social de la época, la violencia de unas masas dirigidas al sacrilegio sin reflexión. Pincelada de realismo con trazos oscuros de doce personajes, cuyos rostros desencajados por el furor, en rojo y ocre, prenden y martillean un Cristo yacente en la Cruz; minando cualquier justificación ideológica del acto. Obra profética que merecería salir del anonimato de la familia y ser expuesto en el Museo del Prado o en el Moma de Nueva York, frente al “Guernica” de Picasso, para confrontar el realismo cromático de unos hechos al arribismo politizado y falsificado desde el origen.

La conmemoración de la efeméride no va contra nadie, ni prejuzga otra superioridad que la incuestionable de los hechos y el resultado aséptico de los mismos. Tiene la superioridad moral de haberse defendido, en esa fecha, del 19/07/36 al 1/04/39, la pervivencia de la Nación española y la civilización cristiana. Superando, en su andadura, enormes dificultades y poderosísimos enemigos, exteriores e internos, deja en evidencia, a todos, con el llamado “milagro español”. Y aunque tendamos al olvido e ingratitud, ambos defectos nos imponen reaccionar.

El signo de los tiempos ha marcado en el calendario de algunas naciones, como España, el mes de Julio, como determinante en la configuración del Estado-Nación. Estado, estructura administrativa que reclama para sí, con éxito, el monopolio de la autoridad: ley, violencia legítima, asumiendo las funciones de defensa, gobernación, justicia, seguridad y otras como relaciones internacionales. Nación, vinculo afectivo de un pueblo configurado por su cultura, historia, convivencia territorial y deseo de enfrentar, en común, los retos que depare el futuro.

La fecha que mejor identifica la larga y profunda huella histórica de España, frente a la invasión de su ser, es el 18 de Julio de 1936, fecha en la que el pueblo español hecho milicia, aunó en simbiosis perfecta, el pasado y su futuro, rebelándose contra la tiranía que el comunismo pretendía imponer en España. De ahí la simbología de la fecha y el deseo permanente de los enemigos de esa civilización y de España en denigrar la fecha, los símbolos y las personas que hicieron posible tan colosal gesta y legaron el progreso, la unidad y la justicia que disponíamos en 1975.

A la muerte de Franco, la transición fue pacífica y ordenada, debido a las décadas de paciencia y previsión sucesoria; al haber reconciliado a los españoles, impedido la lucha partidaria y creado una amplia clase media, desarrollo económico y de bienestar que impidió todo aventurerismo con vuelta al pasado. Sólo los partidos políticos eran irreconciliables y por ello los mantuvo alejados de la vida publica. La vuelta al sistema partitocrático, origina que los errores del pasado volvieran a hacerse presentes, hasta vivir la incertidumbre que nos atenaza.

La más letal de las corrupciones, la mentira, viene imponiendo su relato e intereses partidistas desde hace cincuenta años. En su aceptación y permisividad radican todas las demás formas de corrupción. Se asume la instrumentalización y el abuso de lo “conveniente”, aunque sea falso, y se acaba empobreciendo la vida cultural y económica de los españoles; justificando los mayores atropellos al orden constitucional y a la convivencia.

La desmesura y la arbitrariedad es de tal naturaleza que, ante la defensa de la historia y en contra de la legitimidad de una Ley, sectaria, injusta, cainita, totalitaria y degradante para cualquier sociedad civilizada, llamada de “Memoria Histórica o Democrática,” se aprueba y promueve por el nuevo “frente popular” que “el Gobierno y Fiscalía, actúen contra una Fundación amparada por la ley de Fundaciones y la Constitución desde 1978”.

Fue tan inevitable la guerra el 18 de Julio de 1936, como evitable, es hoy, el desconocimiento de todos los hechos que forjaron su existencia. Tan inevitable resulta la reconciliación, la paz y el perdón iniciado por Franco e interrumpido por Zapatero, como evitable resulta, hoy, terminar con las leyes no orientadoras del bien común y los intereses generales.

Al no resultar posible el amparo de la imaginación literaria, en una novela negra, sobre lo que hubiera ocurrido en España de haber triunfado Stalin y su idílica democracia popular, me basta recordar a Zapatero y Sánchez lo que dijo al pelotón de fusilamiento Ramiro de Maeztu, en agosto del 36, frente a las tapias del cementerio de Aravaca: “Vosotros no sabréis porqué me matáis, pero yo si sé porque muero: porque vuestros hijos y descendencia no sean como vosotros”. Parecería que, salvo un largo interregno, se equivocó. Sería nuevamente el triste destino de quienes han sembrado vientos, el de recoger las tempestades de una turba sin Dios, sin patria, sin libertad, sin justicia y empobrecida.


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