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Víctimas y victimarios, por Jaime Alonso
Jaime Alonso
Víctima puede considerarse a cualquier persona que sufre algún tipo de daño por culpa, voluntaria o involuntaria, de otro o, por causas azarosas. En contraposición, victimario sería aquel que provoca, con su acción directa, indirecta o circunstancial un daño físico o material. Ambos vocablos procedentes del latín, funcionan por oposición, siendo los victimarius aquellos sirvientes de los sacerdotes gentiles que encendían el fuego, ataban a las victimas al ara y las sujetaban en el acto del sacrificio.
No tiene el mismo alcance el victimario en psicología, que en criminología. En el primero, basta con que la agresión violente los derechos de otro, ya sea de forma física, moral o en sus propiedades. En el segundo, tiene que haber un daño, sufrimiento o padecimiento, producto de una agresión. Cuando esos dos términos contrapuestos se pretenden aplicar a la historia, sin ningún freno moral o rigor documental, por razones ideológicas, nos encontramos el falsificado, maniqueo y oportunista relato de “menosprecio a las víctimas”.
Aquí la victima y el victimario lo decide el gobierno, mediante ley, institucionalizando la arbitrariedad más lacerante y cercenando la libertad de defensa más elemental, por la simple traslación histórica de la culpa. ¿Quién puede declararse victima o defenderse como verdugo después de, al menos, cincuenta años? ¿Quién puede juzgar hechos ajenos con la debida objetividad e imparcialidad? Este gobierno corruptor de ideas y personas, sin análisis fundamentado previo, ha colocado a la Fundación Nacional Francisco Franco como verdugo, en un abuso de poder muy apropiado al régimen totalitario al que nos conduce.
Y esto es así porque está utilizando tácticas de presión, falta de respeto, abuso de autoridad, incumplimiento de sus obligaciones, dividiendo y enfrentando a la sociedad; tiranía emocional, control económico divulgativo, acoso destructivo, intimidación social, destrucción del pasado en todas sus manifestaciones culturales, y violencia coactiva ejercida por los distintos actores del poder. Todos estos comportamientos ejercidos por el poder sobre una Fundación sin ánimo de lucro, con 42 años de existencia, y que tiene como única finalidad preservar el legado, cuantioso, de una época de la que trae causa la, mal llamada, democracia, puede catalogarse de victima.
Las víctimas del pasado como los victimarios del presente, admiten el análisis parcial y hasta ponderado de cualquier persona que quiera documentar su relato. No tiene porqué restringir la libertad, imponerse mediante ley, u ofender a nadie. Dado que toda ofensa o menosprecio requiere de un modus injuriandi, siendo admisible sólo inter partes, no cabe predicarse de alguien, de manera individual o colectiva, que hubiera fallecido, al menos, hace 50 años. Tal despropósito jurídico, aberración deontológica y lógica, sólo puede sostenerse en un estado fallido, donde no exista otra libertad de expresión o pensamiento que la impuesta desde el poder.
Cuando la propia arbitrariedad de la norma se circunscribe a unos periodos de la historia y excluye otros, no cabe esperar una aplicación razonable. La escenificación de la impostura memorialista no puede resultar más patética: Un jefe de Estado de una nación extranjera, Alemania/verdugo, visitando y pidiendo perdón, con el jefe del Estado español, en una localidad española, victima, bombardeada en la guerra civil por el entonces aliado del bando vencedor, objeto de campaña internacional desde julio de 1937, cuadro incluido.
¿A que conduce semejante aquelarre memorialista, asumido por las mas altas instancias de nuestra nación? Al agravio comparativo con otro episodio similar acontecido en la localidad de Cabra (Córdova), con el doble de víctimas, todas ellas preteridas por sus verdugos históricos y presentes. Con razón sostenía Douglas Murray en que “la victima no siempre tiene razón, no siempre tiene que caernos bien, no siempre merece elogio y, de hecho, no siempre es víctima”.
Ahora traslademos el problema al juzgador que dilucide la intencionalidad de las expresiones sobre unos hechos no reales y de cuya veracidad cabe dudar, al añadido del desconocimiento de la historia, en su contexto temporal. El resultado será siempre catastrófico para el perdedor del litigio, pero también lo será para la propia labor del tribunal, para la sentencia firme, forzosamente interpretativa y que siente jurisprudencia. Nos ha metido este sátrapa en un laberinto gordiano, donde la espada de Alejandro deberán ser los votos de Vox.
La victima de todo este parto autodestructivo, compulsivo, degradante y falaz; engendro de una ideología criminal en su historial y principios; perturbador de conciencias y aniquilador de vidas, no va a ser otro que el pueblo español, en su conjunto, el mismo que confiando en sus dirigentes no se apercibió, a tiempo, de que después de desnudarnos a todos, se vestirían con el único oropel que nos quedaba: la indignidad.
