Carmen Franco habla de su padre

Conversación con la hija del Generalísimo

(Entrevista realizada por Manuel Jiménez y Félix Morales en 1992, para en el Boletín de la FNFF nº 57) 

   Conversar con Carmen Franco, para hablar de su padre, el Generalí- simo, es acercarse a la Historia de España. Y difícilmente podemos sustraernos a un toque de emoción aún cuando en nuestro encuentro.  

   Carmen Franco – ¡y qué mejor título que su apellido! – se muestra con simpática sencillez, con natural espontaneidad. Buscábamos a Francisco Franco en la intimidad familiar lejos de la peripecia política, que esa otra dimensión ya está en la Historia, cada vez más enaltecida, a medida que la investigación rigurosa se abre camino. Buscábamos los recuerdos del Generalísimo en la paz del hogar, el que le hicieron sosegado y feliz su esposa Doña Carmen, su hija, y después la presencia alegre de sus nietos:

Mi padre nunca dejó traslucir a su familia sus problemas de Estado, sus preocupaciones. No hacía comentarios políticos, ni en esos momentos que pudieran ser más transcendentales. Acaso con mi madre. Sólo en una ocasión, cuando fue mi padre a entrevistarse en Hendaya con Hitler, nos dimos cuenta de la trascendencia de aquel encuentro y en la capilla privada del Palacio – y para eso se tenía dispensa – estuvo expuesto tres días el Santísimo y ante él rezábamos con mi madre.”

añade….

   Era muy cariñoso en su trato, pero creo que lo inmenso de su tarea de gobierno le había hecho más parco en sus palabras, más contenido en su actitud. Mis tíos me lo decían, que “cuando era persona” – Carmen se sonríe con esa referencia anterior a sus responsabilidades de Jefe del Estado – él era más extrovertido, más conversador. En el entorno familiar circunscribía sus conversaciones a la vida diaria, a la calle de la él no podía participar. Y me parece que ésta era la razón de que las audiencias con él se prolongaran más allá de lo programado. Era además del interés por los temas que llevaban allí sus vicisitudes, una avidez de noticias que le permitieran estar al corriente de las cosas”.

   Y efectivamente, en la conversación saltan algunas anécdotas que mos-traban su interés por todo. Las famosas preguntas que desconcertaron a algunos, mezcla de sentido común e información.

En cambio rechazaba de manera total al chismoso. No soportaba los chismes. Algo airado en alguna ocasión me preguntó a mí, ¿pero puede ser posible? y me contaba lo que había intuido como maledicencia y él ya rechazaba de antemano“.

   Efectivamente, pocas veces trascendía en sus conversaciones familiares los juicios políticos, pero había algo que quedaba siempre muy claro:

Los partidos políticos son funestos para España. Eso lo tenía muy claro. El no creía en la democracia inorgánica.

   Era fama que en el Palacio de El Pardo se comía de una manera sencilla:Cuando nos instalamos en Palacio, fue jefe de la cocina un antiguo cocinero de la Casa Real, pero era muy mayor y se jubiló pronto. Entonces los servicios de Seguridad aconsejaron y así se determinó que fueran guardias civiles los cocineros. Les dieron a los designados un curso de cocina, pero -se sonríe Carmen Franco- me parece que aprovecharon poco. Por la noche además se comía frugalmente. A mi padre le había recomendado su médico, Vicente Gil, que adelgazara.

   Muchas horas de despacho le habían engordado y de ese régimen frugal impuesto por el médico participábamos todos. El que protestaba algunas veces era Cristóbal, mi marido. Yo almorzaba en El Pardo, pues solía salir al mediodía con mi madre de compras -y singulariza ya que se entretenían a veces tanto que sólo les daba tiempo para hacer una sola adquisición- y luego la acompañaba a Palacio. Mi marido, que entonces trabajaba en la Paz, solía almorzar al acabar su trabajo. Sólo los fines de semana los pasábamos todos en El Pardo. Recuerdo que cuando íbamos a La Coruña en el verano, no faltaba ningún día el caldo gallego.

   Mi padre que no fumaba, comía con normalidad, con buen apetito y sin preferencias especiales, salvo por la paella y el queso con un poco de vino tinto. Comía de todo moderadamente salvo que no podía con el arroz con leche. ¡Y eso a pesar de su estancia en Asturias! Bebía un poco de vino tinto en las comidas; en ocasiones de fuerte calor, una cerveza, y, con frecuencia, zumo de naranja”.

   La obsesión de los regeneracionistas por una España recobrada también en sus bosques tenía en Franco un decidido impulsor. Nos los cuenta también su hija:

Acompañar a mi padre en sus viajes proporcionaba conocimientos sorprendentes. Iba haciendo observaciones sobre lo que veía. Se preocupaba por todo, pero ponía un acento especial en sus deseos de repoblar de árboles las zonas desforestadas. Llevaba un cuadernito con notas sobre las tierras por las que pasábamos, con detalles minuciosos, -geográficos, de producción, de población- y sobre todo de las zonas desforestadas, cuya comprobación le permitía después señalárselo a los organismos competentes. Además, y en eso se adelantaba a su tiempo y al sentir de las asociaciones ecologistas actuales, insistía en que esas repoblaciones se hicieran con las especies adecuadas al lugar, a la vista de las plantaciones indiscriminadas de pinos”.

   El Generalísimo tenía fama de dormir muy bien. Se recuerda ahora que tan era así que uno de los signos de anormalidad que preocupó a los médicos, tras el accidente de caza en que se hirió su mano izquierda, fue el de su insomnio, absolutamente inhabitual

Si, mi padre dormía muy bien. Tenia la facultad de desconectarse a la hora de dormir. Mi madre me decía que en África, en la guerra, antes de los combates y ultimada su preparación, aprovechaba cualquier rato en la madrugada para dormir. Después, ya en El Pardo y una vez rezado el rosario con mi madre -cosa que habían hecho siempre desde que se casaron- se ponía a leer habitualmente hasta la madrugada -la lectura era una de sus grandes aficiones- pero cuando decidía dormirse, lo hacía de manera tan rápida y automática que, contaba mi madre, ya no le respondía a cualquier comentario a partir de ese momento”.

   Las tremendas responsabilidades de gobierno, la enorme carga de unos años difíciles con singulares circunstancias interiores y exteriores, que ahora se van desvelando con detalles, agigantan la figura de Franco. Pocos eran sus ratos de expansión, de sentirse de alguna manera distendido, liberado, aunque sólo lo fuera en parte:

Sí, era en el verano, en las jornadas de pesca a bordo del “Azor” (yate de recreo oficial del Jefe del Estado), o cuando iba a Asturias a pescar el salmón. La pesca, a la que le aficionó Max Borrell, proporcionó a mi padre jornadas inolvidables. Además de la emoción del pescador -él siempre prefrió este deporte al de la caza- le daba ocasión de entrar en contacto con las gentes del mar o con los guardas y vecinos de las zonas de los ríos a los que acudía a pescar y él que buscaba siempre estos contactos directos y espontáneos, encontraba en ellos un caudal de conocimientos y satisfacciones que todos advertíamos”.

 
 
 
 

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