El miércoles participé en unas conferencias en el CEU sobre el Valle de los Caídos, junto con Juan Manuel Cabezas, que trató el problema en su aspecto religioso y del derecho y las libertades, conculcadas en los últimos años, como demostró, por gobiernos delincuentes; y con Alberto Bárcena, que examinó la desvergonzada campaña de falsedades de que se han validos los políticos para manipular a la opinión pública y justificar sus tropelías. Por mi parte lo abordé desde el punto de vista histórico-político, más o menos así:
El Valle de los Caídos fue en primer lugar un monumento a la victoria de los nacionales. Una victoria sobre la revolución y el totalitarismo de quienes pretendían acabar con la base cultural cristiana y disgregar la propia nación española. Franco entendió esa victoria como un hecho de proyección nacional e internacional, pues fue un gran triunfo en el campo de batalla sobre el stalinismo. El resultado fue probablemente el monumento más grandioso, armónico e inspirado del siglo XX en su género. Aunque no hubiera sido más que un símbolo de la victoria sobre fuerzas oscuras, solo a unos locos de estilo talibán se les habría ocurrido demolerlo, aunque no debemos olvidar que durante la guerra, esa gente hizo un enorme destrozo del patrimonio artístico e histórico español. El Valle simboliza un hecho histórico real crucial, guste o no guste, y es una obra lograda, de enorme valor artístico. Solo por eso merece el respeto de las personas civilizadas.
Pero además, el Valle es un monumento a la paz. Algún necio hizo la frasecilla idiota, muy repetida, de que al terminar la guerra no llegó la paz, sino la victoria. Llegó esta, y como consecuencia de ella, la paz. Una paz que todavía dura, la más larga que haya vivido España en dos siglos, de la que se ha beneficiado la inmensa mayoría de los españoles, incluyendo, por supuesto, a aquel necio, que realizó una espléndida carrera artística bajo aquella paz victoriosa. Y precisamente la paz más fructífera que haya conocido España en estos siglos, pues le permitió rehacerse de los muchos desastres y atrasos anteriores y pasar de una pronunciada y convulsa decadencia a una situación próspera y progresiva.
Y, en tercer lugar, se trata de un monumento a la reconciliación, concretada en la sepultura de combatientes de los dos bandos. Que se hizo con tres condiciones: el muerto debía ser español, bautizado (lo eran prácticamente todos) y (contra una venenosa falsedad muy divulgada) con autorización de los familiares si el cuerpo estaba identificado . Con perfecta mendacidad se ha afirmado que la reconciliación fue obra de la transición, cuando ocurrió exactamente al revés: la transición fue posible gracias a la reconciliación habida en los años anteriores. Quienes se reconciliaron entonces, muchos de ellos con gran falsía, fueron los políticos y partidos, pues el pueblo ya lo estaba.
¿Y cuándo se produjo la reconciliación? Creo haber demostrado que fue ya en los duros años 40. Quienes maldicen aquella época fingen ignorar que las gentes que había simpatizado o combatido en las filas del Frente Popular, habían experimentado en sus carnes la revolución, que consistió en la práctica en miseria, el hambre mayor del siglo XX, la arbitrariedad y el despotismo, amén del “Himalaya de mentiras” mencionado por Besteiro. Creo que nadie lo ha descrito mejor que el “padre espiritual de la república” Gregorio Marañón. Y habían vivido las peleas, persecuciones y asesinatos entre las propias izquierdas, derrotadas finalmente en medio de una guerra civil entre ellas mismas, hecho por demás significativo. Y habían sido testigos de cómo los jefes escapaban llevándose tesoros saqueados a todo el mundo, mientras dejaban atrás sin la menor preocupación a miles de seguidores suyos, sicarios complicados en las checas y en todo tipo de asesinatos y robos y a quienes los vencedores ajustarían cuentas, lógicamente.
La masa de los simpatizantes del Frente Popular quizá no sentía simpatía por los nacionales, pero desde luego estaba muy escarmentada de las izquierdas y separatistas, y no quería ninguna nueva dosis de lo mismo. Que esto no es una simple suposición lo probó el maquis, organizado sobre todo por los comunistas para reavivar la guerra civil y provocar la intervención exterior (todo esto lo he tratado en una novela recién publicada). El maquis estaba perfectamente concebido para explotar la pobreza y el hambre de aquellos tiempos, el posible resentimiento por la represión y, sobre todo, el impacto psicológico de la victoria de los Aliados y la presencia hostil de sus ejércitos al norte de los Pirineos y al sur del protectorado de Marruecos. Pues bien, aun con todas esas ventajas a su favor, el maquis fracasó ante todo porque nunca consiguió convencer y arrastrar a una población que tenía otros deseos y otras esperanzas.
Uno podría preguntarse por qué extravagante razón intentan muchos, a estas alturas, destruir el monumento o cambiar su carácter. Y la razón es, precisamente, que saben que se trata de un símbolo de la victoria, la paz y la reconciliación. Precisamente por eso se les hace insoportable. Hay en todo ello algo de delirio y algo de la misma farsa del necio de la victoria y la paz. Todos ellos presumen de antifranquistas y quienes luchamos contra el franquismo fuimos muy pocos. Ha sido cuando ese régimen dejó de existir cuando han salido a flote tales antifranquistas de pega, más intransigentes que nadie, a pesar de que en su inmensa mayoría hicieron muy buenas carreras en el franquismo, incluso en el propio aparato del estado. Pienso en personajes como Juan Luis Cebrián o Ángel Viñas, directores de la orquesta entre tantísimos otros. Como es natural, solo han podido actuar creando un nuevo Himalaya de mentiras como el que denunció Besteiro, hombre de izquierdas pero por entonces mucho más sensato y veraz que la caterva aquella.
Expondré dos simples y definitivas mentiras al respecto: según ellos, la victoria de Franco fue la derrota de la democracia. ¿Y quiénes serían los demócratas? El Frente Popular se compuso, de hecho o de derecho, de stalinistas, marxistas del PSOE aún más radicales que aquellos, anarquistas, separatistas de la Esquerra, ultrarracistas del PNV y golpistas como Azaña, todos ellos juntos no en amor pero sí en compañía y bajo la tutela del gran demócrata Stalin. ¿Cómo se puede intentar hacer tragar un embuste de este tamaño? Cierto que Franco no fue un demócrata, pues creía, después de la desastrosa experiencia republicana, que la democracia no podía funcionar en España y que esta necesitaba un largo período de autoridad para rehacerse de las locuras pasadas. Y su régimen no tuvo nada que ver con los totalitarios de izquierdas ni de derechas, si al nazismo puede considerársele de derecha. Fue, simplemente un régimen autoritario que, repito, permitió la más larga paz (hasta ahora mismo) y el mayor progreso que haya vivido el país desde tiempo inmemorial. Con ello, precisamente, ha sido posible un paso tranquilo a una democracia, aun si defectuosa, que ponen en peligro precisamente los antifranquistas con sus talibanadas.
La segunda gran mentira se refiere directamente a su odiado Valle de los Caídos. Todos hemos oído propalar por los medios de masas, incluso de leyendas, la fábula de los 20.000 presos políticos esclavizados en trabajos forzados, con un enorme índice de mortalidad, malos tratos y desatención médica. Parecían estar describiendo el Gulag, con cuyo régimen tanto han simpatizado estos sujetos, y baste recordar el episodio Solzhenitsin. En fin, el mismo Preston, algo menos salvaje o menos botarate que esta gente, ha reconocido que el Valle es “una maravilla”; pero, fiel a la manipulación propagandística, propone que allí se exponga cómo fue construido por presos políticos forzados. Por mi parte, creo que estaría bien una placa que explicase que unos pocos centenares de presos acusados de delitos graves e incluso terroríficos, trabajaron allí algunos años redimiendo penas de hasta cinco y seis días por cada uno trabajado, de modo que una cadena perpetua de treinta años se reducía a cinco o seis; que lo hicieron voluntariamente, cobrando sueldo; que se les permitió vivir allí con sus familias; que muchos solicitaron seguir trabajando allí al extinguir su condena; que no hubo malos tratos y que la siniestralidad fue sorprendentemente baja: el primer muerto a los ocho años de empezar las obras, y en total dieciséis. Todo lo cual está perfectamente documentado, al revés que las calumnias hoy en boga. Puede añadirse que, al revés que muchas obras faraónicas e inútiles actuales, no costó nada al erario, sino que fue sufragado con donativos y loterías especiales.
¿Por qué precisa esta gente inventar y difundir sistemáticamente la mentira? Porque tienen por excelentes unas ideologías confusas y contradictorias, y en función de esa excelencia imaginaria y en pro de unos ideales gratuitos creen justificado desvirtuar la historia de la manera más indecente. Y cuentan con la colaboración pasiva del PP.
El Valle de los Caídos condensa nuestra realidad histórica de los últimos setenta y cinco añor. A las conferencias citadas solo asistieron una sesenta personas, indicio tanto de la poca conciencia de la mayoría como de la necesidad de enderezar a la opinión pública hacia la verdad histórica si no queremos que, como advertía Santayana, nos veamos condenados a repetir lo peor de nuestro pasado. Por eso pido a mis amables lectores, desde este blog, que hagan cuanto esté en sus manos por contrarrestar la campaña de calumnias y difundan al máximo este pequeño resumen.