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Eduardo García Serrano
La idea de Patria nos llega hoy envuelta en bruma, envilecida y caricaturizada, o potenciada por una sensualidad materialista, doméstica, que nos impide incluso platicar sobre el concepto revolucionario que la palabra Patria perfila y hacerlo, además, desde un patriotismo sereno, inteligente y aglutinador. Por eso hoy la mitad de los españoles abomina de la Patria, y para la otra mitad la Patria sólo está cifrada en los olores que acunaron su infancia, en el perfume sacramental de los pinares, en el coro de las aguas altas, y en el centelleo de los girasoles en flor de su aldea o de su pueblo. Huyamos, por tanto, de esa emoción que sólo nos conduce a ese patrioterismo chabacano refugio de fanfarrones, de matones y de castizos, a ese patrioterismo hueco y zarzuelero que no es más que la veneración ignorante y estúpida de las cosas.
Uno de los más grandes errores de los aristócratas franceses fue oponer y superponer la figura del Rey a la de la Patria, de la que se mofaban abiertamente. Roland, en su célebre carta a Luis XVI, le dice al Rey, siete meses antes de que le cortaran la cabeza: “El amor a la Patria ya no es tan sólo una palabra que la imaginación se haya complacido en embellecer, es un ser por el que el pueblo se sacrifica, que se ha creado con grandes esfuerzos, que se educa en medio de grandes inquietudes y al que se ama tanto por lo que cuesta como por lo que se espera de él”.
Mientras Roland redactaba estas líneas destinada a un Rey camino de la Guillotina, Maximilien Robespierre le enseñaba al pueblo francés que “el amor a la Patria es la entrega magnánima que funde todos los intereses particulares en el interés general”. La Revolución Francesa le dio así pasión y convicción al patriotismo por encima de intereses privados, de clase o de grupo para salvaguardar la unidad de la Patria, identificándola con el Pueblo, con la Nación y con el Estado. Ese es el origen del patriotismo moderno, su arquitecto francés fue Napoleón Bonaparte; en España lo fueron José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco. El corso es venerado en Francia, José Antonio y el Generalísimo son perseguidos en su propia Patria, a la que tanto amaron y por la que tanto lucharon. Esa es la clave esencial del popular y nefasto Spain is diferent.
Lo que España es y será depende de nosotros, los españoles. Debemos hacer un gran esfuerzo para comprendernos a nosotros mismos, para comprender lo que nuestra Historia, nuestro presente, nuestro futuro y nuestra posición en el mundo exígen de nosotros, para comprender que las rencillas internas y los rostros vueltos obstinadamente hacia el pasado nos harán caer en la diáspora.
Para penetrar en el enigma de la Patria y construir el tiempo venidero debemos inhalar su aroma milenario a través del estudio de la Historia de España y del mundo, beber el conocimiento para componer nuevas verdades sin negar las anteriores. De lo contrario seremos como el Jordán, que nace riendo en las faldas del Líbano y acaba llorando sal en un mar muerto.
Pericles, demócrata de filosofía y mármol, que miraba más allá de su tierra ática con los ojos del hombre acostumbrado a pensar en términos navales, se despidió de sus compatriotas diciéndoles: “Lo que desearía ante todo es que pusiesei vuestros ojos cada día en la grandeza de Atenas y os enamoráseis de ella”. Eso es la Patria, eso es patriotismo.