Honorio Feito
Los españoles de ahora suelen besarle el trasero al mismo diablo, si la ocasión se presenta. La muerte de Santiago Carrillo Solares, el responsable de las matanzas de Paracuellos del Jarama, a los 97 años, ocurrida a la hora de la siesta del martes 18 de septiembre, lo ha puesto de manifiesto.
La senectud despierta cierta ternura y hasta es posible que, ante la serenidad del anciano, se desprenda alguna mirada contemplativa. Sería deseable que San Pedro, cuando lo reciba a las puertas del Cielo, y antes de darle el pasaporte para su definitiva ubicación, no se entregue a la tarea de escucharlo, porque él, que era “ateo, gracias a Dios” (son palabras suyas), ha sabido vivir del cuento a lo largo de toda su vida engañando, incluso, a las vacas sagradas del militarismo soviético.
Pero no se puede traicionar a la Historia. En la biografía de Santiago Carrillo cae, sin remedio, su responsabilidad por los asesinatos ocurridos en la cercana población madrileña, entre los días 7 de noviembre y 4 de diciembre de 1936, sólo unos meses después de comenzar la Guerra Civil, aunque él ha intentado siempre eludir tal responsabilidad.
En un periódico de gran difusión, en las páginas dedicadas al ex líder comunista con motivo de su obituario, se puede leer que lo de Paracuellos fue “un gran número de militares sublevados presos que fueron asesinados cuando eran trasladados a Valencia”… y se olvidan que entre las diferentes sacas, también había civiles, ancianos, y personas que dudosamente pudieron haber puesto la República en aprieto alguno.
Probablemente las improvisadas, o poco revisadas, biografías de Carrillo Solares no cuenten que, lejos de ser un luchador, este personaje a quien sus propios compañeros de partido, que no de fatigas, llamaron “el escurridizo”, se ganó a pulso la desconfianza de todos ellos. Por ejemplo, a Enrique Líster no le caía bien. Se encontraron en Moscú, en mayo de 1939, en mayo y no en diciembre, como ha defendido Carrillo. LÍster escribió que apenas le conocía, que le había visto una o dos veces durante la Guerra pero nunca en el frente… Carrillo contó a la periodista Oriana Falacci que había peleado en una unidad militar a las órdenes de Modesto pero, curiosamente, nadie ha podido encontrar documento alguno que demuestre que Santiago Carrillo perteneció a una unidad militar a las órdenes de Modesto…
A Cipriano Mera –que volvió a los andamios al terminar la guerra, a dedicarse a lo que había sido su profesión antes de que la contienda comenzara, todo un ejemplo de comportamiento- no le caían bien ni Carrillo ni los comunistas en general, y participó junto al coronel Segismundo Casado, el socialista Julián Besteiro –el único que no huyó y esperó la entrada de los nacionales en Madrid instalado en los sótanos de un ministerio- y Wenceslao Carrillo, el padre de este personaje, en abortar el intento de golpe de estado comunista contra la misma República, encabezado por Negrín. En la ayuda para evitar el triunfo de Negrín también participó el general Miaja, con el que Carrillo apenas había tenido contacto, a pesar de la condición de asturianos y defensores de la República de los dos.
El 28 de marzo de 1939 Madrid fue entregado a los nacionales y Santiago Carrillo, que ya estaba en París, renegó de su padre por haber abortado los planes comunistas.
En el obituario al que he hecho referencia anteriormente, también se pueden leer unas declaraciones de Carrillo al periódico que publica la información, hace un año, lo siguiente: “la primera vez que tuve conciencia fue con seis años, cuando mi padre me llevó a una manifestación y vi cómo La Guardia Civil le detenía. Entonces ya supe que estaba en la parte de los que tienen que luchar contra el sistema”.
Pues, a tenor de su comportamiento posterior, no debió ser tan impresionante para él la detención de su padre porque con motivo de la pérdida de la Guerra Civil, tras el referido acto fallido de Negrín, escribió una carta famosa, que dio la vuelta al mundo, renegando de su padre por hacerle responsable de la suerte final. En dicha carta se pueden leer párrafos como el siguiente: “No Wenceslao Carrillo, entre tu y yo no puede haber relaciones, porque ya no tenemos nada en común, y yo me esforzaré toda mi vida, con la fidelidad a mi Partido, a mi clase y a la causa del socialismo, en demostrar que entre tu y yo, a pesar de llevar el mismo apellido, no hay nada en común…”
Un protegido de Stalin, que mientras los de su partido lucharon con mejor o peor suerte en la Guerra Civil española y más tarde, encuadrados en los ejércitos soviéticos, en la Segunda Guerra Mundial él estaba emboscado en la retaguardia o en un distante exilio en tierras americanas. Y cuando se quedó sin protector, diseñó un cuento, el eurocomunismo, para convencer a los ilusos.