Pío Moa
No cabe duda de que Franco y Carrillo, el primero en un plano muy superior, representaron alternativas históricas reales en su época, de hecho las más reales, puesto que no existió liberalismo y la muy relativa democracia de la II República fue hundida por las izquierdas: en un primer embate, en 1934, la dejaron malherida y después de las elecciones fraudulentas de 1936, la remataron. Las izquierdas y separatismos querían la guerra, convencidos de que la ganarían. Pero la cosa no salió como pensaban. La perdieron por completo… excepto en la propaganda.
En la anterior entrega del blog me faltó contrastar los “servicios” de Carrillo a la nación con los de Franco. Este, en pocas frases, libró a España de la revolución stalinista que representaba Carrillo; permaneció al margen de la SGM, aunque envió una división de voluntarios para luchar en Rusia contra lo que representaba Carrillo; derrotó después el maquis, intento de reanudar la guerra civil dirigido por Carrillo; derrotó el aislamiento internacional impulsado de modo muy especial por Stalin, maestro admirado de Carrillo; dejó una España próspera, en contra de lo que aseguraban (y representaban) Carrillo y los antifranquistas; y dejó también una España reconciliada –salvo algunos exaltados irreconciliables, como la ETA, los separatistas y parte de las izquierdas, por entonces muy poco influyentes–. Ese ambiente popular reconciliado fue lo que hizo posible, en definitiva, la legalización del partido de Carrillo. Aunque este tuvo que admitir gran parte del legado de Franco: bandera nacional, monarquía, propiedad privada, economía de mercado… prólogo a la desintegración del PCE y a su expulsión del mismo.
Ahora la derecha se une al coro de embustes y falsificaciones del pasado. Recuerda al hijo vago y disoluto de un emprendedor esforzado del que ha heredado una fortuna y no solo la dilapida, sino que escupe sobre la tumba de su progenitor. Una derecha moral, política e intelectualmente deleznable, corresponsable de la actual ruina del país.
****Muy recomendable
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En octubre de 2006 publiqué en el blog este comentario sobre el cambio de valores:
Los hermanos Héctor y Alejandro, este más conocido por Paris, aparecen enLa Ilíada como caracteres opuestos, reflejo también de distintas actitudes masculinas. Por dos veces Héctor increpa así al otro: “Miserable Paris de bella figura, mujeriego, seductor …”. Helena, a su vez, manifiesta desprecio hacia su amante: “Ya que los dioses decidieron causar estos males, debió tocarme ser mujer de un varón mejor, a quien dolieran la indignación y los reproches de la gente. Pero éste no tiene firmeza de ánimo ni la tendrá nunca, y creo que terminará cosechando su fruto”.
Héctor, en cambio, parece hombre de una sola mujer, fiel a Andrómaca, a quien expresa su angustia insoportable: “Bien lo entiende mi inteligencia y lo presiente mi corazón: vendrá el día en que perezcan la sagrada Ilios y el pueblo de Príamo armado con lanzas de fresno. Pero la futura desdicha de los troyanos, de la misma Hécuba, del rey Príamo y de mis hermanos, tantos y tan valerosos, que caerán en el polvo bajos sus enemigos, no me importan tanto como la que sufrirás tú cuando algún aqueo de coraza de bronce te lleve llorosa, privándote de la libertad. Y quizá tejas tela en Argos bajo el mando de otra mujer, o vayas por agua a la fuente Meseida o Hiperea, agobiada por la pena y la dura necesidad. Y acaso alguien exclame, al ver como derramas lágrimas: “Esta fue la esposa de Héctor, el héroe más descollante entre los troyanos domadores de caballos, cuando combatían en torno a Ilión”. Así dirán, y sentirás un nuevo pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud. Pero ojalá cubra mi cadáver un montón de tierra antes que oír tus gritos y ver cómo te arrastran”.
La literatura española ha creado dos personajes de fondo parecido, aunque con una presentación muy diferente: Don Quijote y Don Juan. Dos de los tres grandes mitos, junto con el de Celestina, creados por nuestra literatura, según Maeztu.
¡Lo que pueden cambiar los valores! Los insultos de Héctor a Paris sonarían hoy a halagos, y la burda película de W. Petersen hace de Paris el héroe, de acuerdo con las convenciones actuales más o menos jolivudenses. Héctor sería mirado más bien como un pobre hombre, o suscitaría burlas.
Paris replica en una ocasión a hermano: “No me eches en cara los amables dones de la áurea Afrodita, pues no son despreciables los eximios regalos de los dioses, ni puede nadie elegirlos a su gusto”. Palabras llenas de sentido y merecedoras de comentario, ya habrá ocasión, espero. Y Helena expresa otro pensamiento entre burlesco y enigmático: “Zeus nos dio un mal sino, a fin de que sirvamos a los hombres venideros de asunto para sus relatos”.
El tema merece, desde luego, mucho más comentario, aunque no recuerdo haberlo seguido; a ver si ahora puedo dedicarle algún tiempo. La Ilíada es una de las cumbres de la literatura universal. Algún intelectual de espíritu romo ha dicho que sus personajes son de cartón piedra o algo semejante. Hace falta ser muy bruto para soltar eso. Sus personajes y acciones condensan inmejorablemente la condición humana y el destino. Es asombroso cómo la cultura griega debuta con obras magistrales e insuperables: la Ilíada y la Odisea, la Historia de la Guerra del Peloponeso, los Elementos de Euclides, las intuiciones filosóficas que fundarían el pensamiento y la ciencia occidentales… Los griegos eran un pueblo pequeño y bastante pobre, Atenas apenas llenaría una barriada de Madrid. Y sin embargo su creatividad cultural nunca ha sido igualada. Pero seguiré con la disputa entre Hera, Atenea y Afrodita por decidir quién era la más bella, y la elección de Paris, origen de la guerra de Troya. Un asunto que parece un trivial relato de celos femeninos pero que encierra una significación profunda.