En estos tiempos en que tantos se empeñan en limitar la memoria del lado más atroz y siniestro de la guerra y sólo
de uno de los dos bandos, conviene mencionar a los auténticos olvidados: los izquierdistas víctimas del terror entre las propias izquierdas. No sobra hacer un llamamiento a los estudiosos y abretumbas para que incluyan en sus
esfuerzos a estas personas, cuya dignidad y honor parecen traerles al fresco.
El caso más publicitado es el del comunista no ortodoxo Andrés Nin, salvajemente torturado y luego asesinado por la policía política soviética en una de sus prisiones secretas en España, prisiones que escapaban al control del propio Frente Popular español. Sin embargo su caso es tan sólo un ejemplo entre muchos.
Sólo por mencionar algunos casos que podrían incitar a investigar a los de la “memoria”, encontramos en el libro comunista Guerra y revolución en España, editado en Moscú, denuncias como éstas contra los anarquistas que habían conquistado la mitad de Aragón: “La violencia y el terror continuaron campando por sus respetos“. “Se perseguía, y aun se ejecutaba a los campesinos que se resistían a entrar en las llamadas colectividades agrícolas o por simples venganzas personales. En la zona del Cinca, en una noche fueron asesinados 128 campesinos (…) En Esplús, en un solo día aparecieron muertos 23 afiliados a la UGT” (tomo III, pgs. 262 y 264). O bien: “Cuando [los anarquistas] fueron al campo llevando consigo la antorcha de la revolución, lo primero que hicieron fue arrebatar al campesino todo medio de defensa… y una vez conseguido, le robaron hasta la camisa” (II, p. 30). Aparte de los asesinatos directos, estos desmanes dejaban a muchos labriegos al borde de la muerte por inanición, y bastantes de ellos llegaron probablemente a tal extremo.
Por su parte, los anarquistas acusan a los comunistas en testimonios como los de José Peirats en su libro “Los anarquistas en la crisis política española”: “Nunca llegó el crimen a extremos de tanto refinamiento como a partir del 15 de mayo de 1937. Es decir, a partir de cuando el gobierno [del Frente Popular] se jactó de ser dueño de los resortes del poder. A partir de entonces se cometieron los crímenes más horrendos de nuestra historia política. Las mazmorras de la GPU se multiplicaron como infiernos de Dante (…) El 2 de julio se celebró en Tarragona el consejo de guerra contra los supervivientes de las masacres cometidas por los comunistas en aquella misma ciudad en ocasión de los hechos de mayo [se refiere a la pequeña guerra civil en Barcelona entre anarquistas y un sector marxista, por un lado, y los comunistas y los nacionalistas de Companys por otro, que causó cientos de muertos]. En mayo, 36 militantes de la CNT habían sido asesinados en Tarragona por los comunistas del PSUC” (p. 243).
El periódico cenetista Solidaridad Obrera mencionaba, sobre esos sucesos, “Los cadáveres espantosamente mutilados de 12 jóvenes de la CNT de San Andrés (barrio extremo de Barcelona)” o “los 5 del rondín de Eroles, asesinados también“, o de otros quince asesinados también en Tarragona, y otros en diversos puntos de Cataluña. Menciona también el caso del libertario italiano Camilo Berneri (p. 234).
La dirigente anarquista Federica Montseny denunció la práctica comunista de secuestrar a rivales políticos, “Meterles en una casa particular (…) sacarles por la noche y asesinarles” (p. 247)
Orwell también menciona “Las cosas más terribles. (…) Heridos arrastrados fuera del hospital y arrojados a la cárcel, gentes apretujadas en repugnantes mazmorras, presos golpeados y muertos de hambre“, etc.
El citado Peirats retrata así al célebre SIM (Servicio de Información Militar), creado por Prieto a iniciativa de Orlof, jefe de la policía política de Stalin en España: “Era una red policíaca que se extendía por las pequeñas y grandes unidades del ejército y por el interior de los partidos y organizaciones, vigilando estrechamente las actividades de sus militantes (…) La táctica terrorista más inhumana era todo el secreto de sus éxitos. Pero este mismo sistema de tortura era aplicado a los elementos antifascistas no comunistas“. Tenía también sus propios campos de concentración (p. 247-9).
Sobre los métodos del SIM cuenta de pasada Azaña: “Denuncias sin firma del SIM. Unos mozalbetes condenados a muerte por cantar un himno. El delator no sabía cuál era. Malos tratos: uno sordo, otro ciego” (Memorias de guerra, p. 387)
El anarquista Abad de Santillán escribe en “Por qué perdimos la guerra”: “Las torturas, los asesinatos, las cárceles clandestinas, la ferocidad con las víctimas culpables o inocentes, estaban a la orden del día (…) Lo ocurrido en las checas comunistas cuesta trabajo creerlo. En el Hotel Colón de Barcelona, en el casal Carlos Marx [menciona otros lugares] (…) se perpetraban crímenes que no tienen precedentes (…) El Ayuntamiento de Casteldefells tuvo que protestar por la serie de cadáveres que dejaba en la carretera todas las noches la cheka del castillo. Hubo días en que se encontraron 16 hombres asesinados, todos ellos antifascistas” (p. 266)
Y relata este suceso, que ya he reproducido en otras ocasiones: el XXIII Cuerpo de Ejército, de mando comunista, aprestó unos pelotones de “gente probada como antifascista” de distintos partidos de izquierda: “Se les dice que hay que eliminar a fascistas por el bien de la causa. Llegan a Turón (el de Granada, no el de Asturias) los designados y matan a 80 personas, entre las cuales la mayoría no tenía absolutamente por qué sufrir esa pena, pues no era desafecta y mucho menos peligrosa, dándose el caso de que elementos de la CNT, del partido socialista y de otros sectores mataron a compañeros de su propia organización ignorando que eran tales y creyendo que obraban en justicia, como les habían indicado sus superiores. También hay casos de violación de hijas [que se ofrecían] para evitar que sus padres fueran asesinados. Y lo más repugnante fue la forma de llevar a cabo dichos actos, en pleno día y ante todo el mundo, pasando una ola de terror trágico por toda aquella comarca” (p. 288). Nótese que la protesta viene por haber infligido, engañados, tales atrocidades a sus propios coreligionarios y no a los “fascistas”. Asesinar a éstos o violar a sus hijas les parecía “obrar en justicia”.
Abundan también los testimonios sobre izquierdistas asesinados en el frente por sus compañeros-rivales políticos. Así, el comisario socialista Piñuela denunciaba la imposición comunista de “un sistema de terror que no se detiene ni ante la eliminación de los elementos disconformes, que después figuran en los partes como culpables de haber intentado pasarse a las filas enemigas” (fondo de la Fundación Pablo Iglesias, archivo de Largo Caballero, XXV, p. 1116 y siguientes). Es muy difícil saber cuántas víctimas causaron estos crímenes, pero debió de ser un número crecido.
El mismo Piñuela escribe: “La responsabilidad por las derrotas se exige cada día más estrechamente al soldado, sobre el que se hace caer duramente el código de Justicia Militar, interpretado con excesiva rigidez por los Tribunales Permanentes. La responsabilidad, que debe ser mayor cuanto más alta es la jerarquía militar, va difuminándose hasta desaparecer por completo conforme ascendemos en la escala jerárquica“. Los reglamentos de Prieto y de Negrín daban a los mandos facilidades extraordinarias para fusilar a los soldados que se considerase desafectos. ¿Cuántos de ellos cayeron en los intentos de imponer una disciplina férrea cuando la guerra estaba ya perdida para las izquierdas y crecía la desmoralización? El cálculo no es fácil pero, desde luego, no se trató de casos aislados.
Basten estos botones de muestra como motivo para iniciar una investigación a fondo, a fin de arrojar luz sobre aspectos hoy ocultados o disimulados de aquella guerra. Una argucia empleada por los recuperadores del odio –y no de la memoria— es que durante cuarenta años se estuvo homenajeando a los caídos o asesinados de uno de los bandos, y que ahora corresponde hacer lo mismo con los contrarios. En realidad desde la transición apenas se ha homenajeado y exaltado más que a estos últimos. El ejemplo más característico puede ser el de García Lorca, invocado sin cesar durante estos treinta años con olvido o desprecio hacia escritores como Ramiro de Maeztu o Muñoz Seca, asesinados por las izquierdas en circunstancias no menos trágicas. La derecha se ha sumado a los homenajes a García Lorca, pero todavía no hemos visto a las izquierdas hacer lo propio con autores como los dichos. Nadie puede percibir en tales actitudes, empezando por la del Nietísimo, un ánimo de reconciliación, sino, claramente, de recuperación de los viejos rencores.
Esta campaña permanente falsifica la historia al presentar como defensores de la libertad y la democracia a quienes luchaban, con más o menos convicción, bajo la tutela de Stalin y la dirección inmediata de partidos tan democráticos como el comunista, el socialista de entonces o los anarquistas. Y pretende meter en el mismo saco a los ejecutados por el bando nacional acusados de perpetrar crímenes horrendos (como García Atadell), y a los inocentes (como Peiró), víctimas estos últimos de unos odios cultivados de manera muy preferente por las izquierdas, según prueban documentos como los reproducidos en 1934. Empieza la guerra civil.
No apreciamos en la izquierda, por tanto, voluntad de recuperar la memoria de la guerra, la cual de ningún modo se limita al capítulo de las atrocidades, y menos aún a las cometidas sólo por las derechas. Puestos a eso, deben recordarse también las cometidas por las izquierdas contra las derechas y, sobre todo, entre las izquierdas mismas, cuyas víctimas, insisto, son los auténticos olvidados en esta campaña. La cual, según está planteada, no refresca la memoria ni enseña a evitar la repetición de aquel pasado. Al contrario, incita a repetirlo.