¡Adiós, Príncipe, hasta siempre!

 
Honorio Feito 
 
   Mira, Príncipe –me dijo un día- lo mejor de esta profesión está en ser un reportero con el sueldo de un redactor-jefe”, y se echó a reír. El último sábado del año nos ha dejado Antonio D. Olano. Tenía 82 años y no 74, como dicen las necrológicas publicadas en Internet, y murió víctima de un cáncer que lo devoró en poco más de quince días. Con él se ha muerto, también, un estilo de periodismo envuelto en la bohemia, soñador; testigo nocturno de un mundo noctámbulo; alejado del funcionariado actual y fresco. Nada indeciso y ni sospechoso, exento de adscripciones a la mediocridad y leal al reto que inspiró esta práctica, o sea, contar las cosas como van ocurriendo. 
 
   Para los estudiantes de periodismo de las distintas facultades de hoy, la figura de Antonio D. Olano tiene más de ficción que de realidad. Porque hoy, encorsetados en tantas leyes y disposiciones, resultaría difícil explicar que Antonio D. Olano comenzó a ser periodista profesional a los 14 años; que escribió para los grandes periódicos cuando sólo era un niño; que ha sido testigo directo de muchos de los grandes acontecimientos de su tiempo, desde sus viajes a África hasta sus estancias en Cuba, acompañando a un joven guerrillero de origen gallego, Fidel Castro, en su viaje triunfal desde Sierra Maestra a La Habana, y a su lugarteniente, el Che Guevara, al que luego recibió en Madrid; de ser amigo personal, y secretario, de Picasso y de Dalí, de Dominguín, de Sofía Loren, con la que paseó por la Gran Vía, de la Duquesa de Franco y del marqués de Villaverde…que ha dejado una obra de más de ciento veinte libros, más de treinta obras de teatro y ha sido testigo directo de muchos acontecimientos de los que ha tenido la versión, su versión, de primera mano. Que ha pasado de tener de todo a no tener de nada; que ha sido un soñador, un cultivador de ambiciones y ha invertido todo su dinero en un proyecto fracasado para quedarse sin nada y comenzar de nuevo, y remontar las dificultades, y volver a soñar… 
 
   Conocí a Antonio Domínguez Olano en el teatro Reina Victoria, una tarde de estreno de una de sus obras. Me lo presentó el cantante Daniel Velázquez, paisano mío, protagonista de aquella obra. Un día llegó a la redacción de El Alcázar, y los jóvenes reporteros de entonces nos echamos a temblar porque creímos que él solo era capaz de llenar las 90 páginas de aquel periódico. Allí coincidimos durante algunos años; En esta segunda etapa suya en El Alcázar (que las necrológicas de Internet omiten no se por qué), formó terna con José Antonio Donaire para cubrir, entre otras actividades, las crónicas taurinas de las más importantes ferias nacionales. Era un todo terreno en esto del periodismo, cultivó los tres medios: prensa escrita, radio y televisión. Ganador de tres premios Ondas. 
 
   Infatigable, siempre tenía el tema de su próximo libro en la cabeza. Decía que él escribía de corrido, sin parar, desde la primera página hasta la última, luego corregía y entregaba a la imprenta. Sus obras son una crónica social del siglo XX, de su tiempo, que se harán imprescindibles en el futuro para una mejor comprensión de aquellos acontecimientos. Vivió entregado a su trabajo y convirtió el periodismo en un hobby, entregándose en cuerpo y alma, porque el ejercicio de la profesión fue para él una manera de vivir. No recuerdo nunca oírle decir que se iba de vacaciones. 
 
   Era gallego, de Villalba, y ejercía de serlo, amigo de la buena mesa, por tanto, y de palabra fácil aderezada por sus muchas anécdotas y vivencias. Todo un maestro de un periodismo que ya no existe.
 
   Descansa en paz, Príncipe. 
 
 

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