Miguel Massanet Bosch
Si hoy en día hay un organismo internacional que ha demostrado con mayor claridad su incapacidad para conseguir erradicar las injusticias en este Mundo en el que vivimos, ha sido, sin duda alguna, la ONU; este mamotreto plagado de miles de funcionarios que, con un coste insostenible, sigue amamantando a una serie infinita de comisiones y subcomisiones integradas por personajes, en algunos casos de dudosa competencia y reputación, la mayoría de ellos de tendencias izquierdistas, que se aprovechan de la circunstancia de pertenecer a un organismo reconocido mundialmente, para poner en práctica sus utopías, usando para ello del dinero de todos los países que vienen contribuyendo, con sus aportaciones, al sostenimiento de tan costosa y prescindible organización. Ya ocurrió la mismo con la antigua Sociedad de Naciones, creada por el Tratado de Versalles de 1919, cuya finalidad, al término de la primera Guerra Mundial, era establecer las bases para la paz y la organización de las relaciones internacionales. Fracasó y la prueba de su incompetencia es que fue incapaz de impedir que, en 1939, explotase la que fue la Segunda Guerra Mundial.
No sé por qué clase de maldición, todos estos organismo internacionales –algo de eso le está ocurriendo al Parlamento¨de la U.E, que parece que ha sido incapaz de establecer, dentro de él, una verdadera democracia y ha caído en manos de las naciones más poderosas, que son las que deciden, en definitiva, la política de toda la Comunidad – acaban burocratizándose y sirviendo a los intereses ( no siempre los propugnados por la mayoría) de determinados grupos de presión, formados por naciones cuyos particulares apetencias pueden propugnar distintas políticas de apoyo o ayuda a grupos marginales a los que nunca deberían llegar. Y una de esta misiones aparentemente “justicieras” de la ONU, es la que ha asumido para impartir la llamada “Justicia Transicional”; una pretensión de arreglar el Mundo por presuntos misioneros de la Justicia, equiparables a aquellos “cazarecompensas” de los EE.UU., avalados por Corte Suprema en 1.873 y que todavía siguen actuando con casi 31.000 detenciones anuales.
Así, en lugar de ocuparse de misiones más actualizadas, en estos países donde los dictadores están manteniendo a sus pueblos en plena esclavitud, a alguno de los “sabios” de dichas oficinas se le ha ocurrido que, en España, necesitábamos de su “apoyo”, “vigilancia” y “ consejo” para acabar de liquidar los “crímenes del franquismo” algo que, en todo caso, sucedió hace 75 años y que, por una especial selectividad de la memoria, se han dejado en el tintero los igualmente reprobables “crímenes de la II República”, de los que parece que ya nadie se acuerda. Claro que podrían haber investigado el genocidio del señor Stalin con su pueblo o el caso del trato que les dieron en Francia a los Pieds- Noires procedentes de Argelia (que habían luchado contra la independencia que Francia concedió a dicho país). Tampoco la ONU se atrevió a mandar a sus investigadores a China, para averiguar quienes eran los responsables de la matanza de la plaza de Tiananmen en la que, según la Cruz Roja china, se produjeron 2.600 muertes y de 7.000 a 10.000 heridos o, sin ir más lejos, más recientemente, tampoco fueron muy diligentes antes la denuncias de torturas de los prisioneros encerrados en la base militar de Guantánamo, los EE.UU., en Cuba.
¿Y estos mandados, estos que no se atreven con las grandes potencias y miran a otro lado, son los que pretenden venir a España a investigar algo que los españoles procuramos olvidar, para reabrir heridas cerradas o que ya deberían estarlo?, ¿ con qué autoridad se consideran legitimados para entrometerse en una nación plenamente democrática, que ha superado una transición ejemplar y que lleva integrada en la CE desde hace años; para presentarse en plan de rescatadores de recuerdos para hacerles el caldo gordo a personajes como el juez Garzón, Federico Mayor Zaragoza o el señor Llamazares, ilusos que siguen viviendo en la inopia, soñando con imposibles revanchas contra aquellos que se levantaron en contra del comunismo y los crímenes perpetrados en tiempos y con el consentimiento de los dirigentes de la II República
.Este señor, este relator, colombiano, de nombre Pablo de Greiff, que pretende investigar en España los llamados “crímenes del franquismo”, como portador de la llamada “justicia transicional” debiera haberse enterado de que, en este país, ya no se producen ninguna clase de crímenes y, si los hubo hace de ello 75 años, fueron cometidos por uno y otro bando de aquella Guerra Civil. Si no recuerdo mal, uno de los elementos determinantes de esta “justicia transicional” consiste en “la reforma de las instituciones públicas implicadas en abusos… y evitar tanto la repetición de violaciones de derechos humanos graves como la impunidad con el fin de desmantelar la maquinaria estructural de los abusos” Es posible que, el señor Greiff, pretenda cambiar nuestras instituciones y nuestra policía, aunque hoy en día de lo que se ocupa es de luchar contra el terrorismo internacional. Por si este señor no se ha enterado, en el bando de las izquierdas, durante la época a la que se refiere, en la retaguardia republicana estaban funcionando las llamadas “checas”, importadas de los soviets, que se dedicaron a torturar, humillar y asesinar a mansalva a ciudadanos de derechas ¿investigaría usted sobre ello? Me temo que no, porque usted ya viene a tiro fijo y tiene redactado su informe antes de llegar a este país.
Otro de los elementos determinantes de la “justicia transicional” son las llamadas “comisiones de la verdad” que “investigan y analizan pautas de abuso sistemáticas y recomiendan cambios y ayudan a comprender las causas subyacentes de la violación de derechos humanos graves”. ¿De verdad el señor relator piensa que, en la España actual, se siguen cometiendo este tipo de delitos o espera que podrá cambiar los hechos que, hace 75, años tuvieron lugar? Esto me recuerda a la famosa ley de Memoria Histórica, que sigue empeñada en reescribir la historia de aquellos tiempos, pero con otra tinta, otros hechos y otros resultados, completamente ajenos a lo que de verdad ocurrió. Estamos en momentos de una gran inestabilidad económica y social, con un número importante de parados y con focos de revolución que intentan destruir la convivencia y la paz entre los españoles; no necesitamos que vengan de fuera personajes que, en lugar de contribuir a la convivencia entre la ciudadanía, vengan a remover los lodos de unos hechos que ya no tienen remedio, de cuyos actores apenas si quedan algunos supervivientes y que, aquellos que insisten en reactivar aquella memoria, si lo hacen, es para conseguir dinero, por rencor contra la sociedad o por fines políticos que, en este caso, a quienes beneficiarían sería a las izquierdas.
No, señor Greiff, no venga usted a España porque no le necesitamos. Reconocemos sus conocimientos, admitimos sus méritos y alabamos su interés por nuestra Historia – por cierto le recomiendo que aparte de la escrita por Preston o por Tuñón de Lara, ambos izquierdistas, leyera a Pio Mora o a La Cierva o el librito de Alberto Flaquer “Checas de Madrid y Barcelona”, quizás con ello su concepto de los crímenes del franquismo se ampliara a los crímenes de la República, lo que le ayudaría a ser más ecuánime –.
Si por mi fuera, distinguido señor, tan pronto como pisara suelo español, con toda cortesía y consideración, le haría acompañar a la puerta de embarque del avión que le llevara de regreso a su lugar de origen y, todo ello, ¡por cuenta del Estado español! O este es mi punto de vista, señores, sobre tamaña ingerencia en asuntos que competen exclusivamente a los españoles.