A propósito de la Sentencia del TC

 
Enrique Alonso Marcili 
 Coronel de Infantería (R)
 
 
 
   Aun reconociendo que no soy jurídico ni experto en leyes, no me deja tranquilo el fallo del Constitucional. Su dictamen ha anulado por no constitucional la proclamación del Parlamento Catalán según la cual “se definía sujeto político y jurídico soberano”, pero en la misma sentencia dice, que el derecho a decidir no consagra un derecho de autodeterminación no reconocido en la Constitución, porque es una “aspiración política” a la que solo puede llegarse mediante un proceso ajustado a la legalidad constitucional.
 
   Sin entrar en que esa declaración relativa de arrogarse “sujeto político y jurídico soberano” per sé, y la mencionada “aspiración política”, se han producido desde dentro del propio Estado – La Generalidad Catalana, constituye parte del mismo – asunto que no es poco relevante, parece claro que se confirma constitucionalmente que en España  no sería ilegal el hecho de que una generación de españoles, decidiera por mayoría y siguiendo pasos legales, la destrucción de la Unidad y por tanto de España.
 
   Sin duda esto termina con la teoría de que el bagaje histórico y cultural de la Nación o la Patria constituía para las distintas generaciones una herencia en usufructo, que debían administrar espiritual y físicamente, con sentido de responsabilidad trascendente de cara a las venideras. La segunda parte de esa sentencia  parece dejar definitivamente claro que la unidad de la Patria es un simple asunto político y que además, puede intentarse la quiebra de la misma desde el propio Estado.
 
   La cuestión es, si los españoles son hoy realmente conscientes de esto, porque yo me permito dudarlo. En mi opinión, en nuestra “democracia” muchos de entre nosotros han subido a un altar cuestiones, no bien asimiladas, que no son garantía de ella. La democracia no puede quedar en una forma de gobernar despótica que considera que el deseo de la mayoría es el único patrón para medir el bien y el mal; que lo justo es aquello que la mayoría decide. Tampoco es un sistema en el cual, el trabajo, la propiedad, la mente, la libertad y la vida están a merced de cualquier facción o pandilla que reúna el voto de la mayoría para el propósito que quieran. La democracia es algo más y sólo es posible si en la sociedad hay un cimiento y unas columnas que sustenten el todo. En definitiva, una cultura y unos valores aceptados por todos que la sustenten. La constitución es como un traje hecho a la medida de España, no es la nación España la que cambia a conveniencia de la Constitución, porque en definitiva, ésta sólo determina estructuras o Instituciones, organización y responsabilidades para su posterior desarrollo legislativo. Sería como poner la ley por encima de la razón. La razón no queda obsoleta la ley sí puede hacerlo en función del cambio de  sensibilidad que toda sociedad experimenta con el natural y lógico  progreso.
 
   Tres puntos debieran reflexionarse:
 
A) La democracia, no puede interpretarse tan solo como un estado de confrontación de facciones, un número de ciudadanos, sean mayoría o minoría, que actúan unidos impulsados por un interés privado común, contrario a los derechos de otros ciudadanos o a los intereses de la comunidad entera. Porque esas acciones aseguran la división y confrontación de la sociedad en lugar buscar la cooperación.
 
B) La mayoría puede, no sólo estar equivocada, sino fatalmente errada. Hoy se cuenta que la elección democrática de Hitler fue un error. También en la antigua Atenas, donde la mayoría votó por sentenciar a Sócrates a morir, a pesar que él no inició la fuerza contra nadie, ni violó el derecho de persona alguna, sólo porque lo que decía en sus enseñanzas, no les gustaba. Pilatos se lavó las manos ante una mayoría vociferante y no fue un hecho democrático, fue más bien una dejación de responsabilidad.
 
C) Suponer que la democracia es solamente un sistema para elegir periódicamente gobernantes y representantes es una equivocación. Requiere de unos condicionantes para el control del gobernante y de los representantes elegidos. No es tan solo la independencia de poderes el que lo garanticen, sino también, la adecuada formación  y el sometimiento al derecho de aquellos que la dirigen. La votación no es la respuesta a los problemas del hombre ni garantizan un sistema democrático. Sólo por ser democrática la votación popular no justifica un desafuero.