Editorial de Abril de 2014

 
Victoria, Paz y Justicia
 
 
 
   Existen efemérides en las que el pasado por su trascendencia constitutiva e incidencia sobre el acontecer futuro, irremisiblemente distinto al fracasado anterior, deberían señalarse con especial significado, ejemplaridad imitante y convertirse en tradición de lo sustantivo en la historia de España.  
 
   El 1 de Abril de 1939 señala un hecho histórico definidor del carácter de un pueblo que sacrifica su “existencia por la esencia” de ser independiente, soberano y libre de elegir su futuro, de un pueblo configurado en torno a unos principios trascendentes, vertebradores de los períodos más exitosos y ricos de su historia. El parte de guerra de su conductor y Caudillo, ganador por y para el pueblo de la inevitable contienda civil, limita ese día la trascendencia con un escueto parte de guerra lacónico y militar, como correspondía a su estilo, donde señala indirectamente la victoria y la paz.  
 
   Victoria, sobre el enemigo más poderoso y portador de la ideología más degradante que ha conocido la humanidad, desde que Roma introduce el derecho y la civilización occidental cristiana lo inculca, como derecho humano aplicable al hombre, al ser creado por Dios. Ello ejemplifica el valor y dificultad de la victoria y el deseo de paz, no como ausencia de conflictos en su acepción moderna, sino como presupuesto ineludible del progreso, la justicia y la libertad individual.  
 
   En 1936, España se asomó a un abismo que podía haber reducido su tradición milenaria y la cultura cristiana a escombros de un “gulag” totalitario, materialista y ateo, en extremo degradante. De ahí la permanente reivindicación del veraz conocimiento de nuestra historia reciente, los hechos y sus consecuencias, sin interferencias ideológicas o de conveniencia política. Los hechos históricos son difícilmente manipulables si los gobiernos, las generaciones que los eligen y sustentan, y los historiadores rigurosos no abdican de su función de investigación, conocimiento, enseñanza y respeto por lo realizado por nuestros antepasados, como legado de lo que somos y garantía de lo que debemos o no, hacer.  
 
   La esperanza generada por la Victoria; la Paz justa que permitió un desarrollo económico sin parangón en España; y la Justicia Social que elevó la renta per cápita de los españoles al nivel de los países europeos más desarrollados, sin ningún tipo de financiación internacional, ni apoyo externo, después de la II guerra mundial y partiendo de la destrucción producida por una guerra civil de tres años y el expolio de las reservas de oro, plata y divisas – 4ª reserva del mundo en 1936-  llevada a cabo por el Gobierno de la II República,  debería recordarse y preservar la notoriedad de su trascendencia. En estos momentos de incertidumbre, con mayor motivo, deberíamos estrechar nuestros lazos con la verdad histórica y recordar con esperanza y renovado anhelo que nos consuele de la actual zozobra.  
 
   Esa Victoria, Paz y Justicia socavada en sus cimientos desde 1975, aún permanece, si bien no amenazada por una crisis de civilización como la de entonces; ni violentada por unas masas hambrientas, desesperadas y liberticidas como entonces;  ni asistimos al suicidio generalizado de los valores que cohesionan la sociedad como entonces; ni inflaman los corazones y nublan la inteligencia los paraísos utópicos de la miserabilidad humana como entonces. Estas circunstancias que nos alejan de los totalitarismos de entonces, no pueden relajar nuestra certeza del peligro de aproximarnos al omnipresente y vigilante “Gran Hermano” de Orwell, donde “la política del pensamiento” y el “léxico adecuado” reducen la forma de pensar y de ser a la conveniencia del poder establecido, como forma sublime y consentida de esclavitud casi animalizada.  
 
   ¿No estamos comenzando ya a vivir en lo que se ha conocido como sociedad orweliana, según el relato novelado 1984? Si nos atenemos a la pervivencia, después de dos años de Gobierno, supuestamente de derechas, de la “Ley de Memoria Histórica” que pretende, con el mismo desparpajo de los bárbaros stalinistas, que los pasajes del suelo y del cielo que explican la biografía, la genealogía, la cultura y la historia de un pueblo no sean recordados, ni conocidos; nuestra respuesta es rotundamente sí.  
 
   Basta recordar a uno de los filósofos de la Revolución Francesa, de la que somos imitadores e hijos putativos, que más influye en la destrucción de nuestra civilización, en su ensayo novelado “La filosofía en el tocador”, el Marqués de Sade señala, a la pervertida Eugenia, el camino inspirador de la desnaturalización destructiva de nuestra época:  
 
   “No propongo matanzas ni deportaciones; todos estos horrores están demasiado lejos de mi alma para concebirlos ni un minuto siquiera. No, no asesinéis, ni desterréis: esas atrocidades son propias de los reyes o de los malvados que los imitaron”
   “Solo hemos de emplear la fuerza contra los símbolos: basta con ridiculizar a quienes los sirven; los sarcasmos de Juliano perjudicaron más a la religión cristiana que todos los suplicios de Nerón”.  
 
   Los Centella y demás turiferarios del viejo comunismo, reciclados y en permanente travestismo democrático, ya veremos hasta cuando, siguen, sin saberlo, el viejo y eficaz designio proclamado en 1795 por el mayor pervertidor de la condición humana. Y Mariano Rajoy pendiente de lo que le indiquen en Europa.  
 
   Su discípulo aventajado, pluriempleado y Alcalde de Toledo, Emiliano García-Page mantiene su cargo con la ignominia de trastocar la mejor historia de sacrificio, idealismo y generoso esfuerzo de un toledano: El capitán Alba, y la familia que ennoblece su apellido y la ciudad, merecedor y poseedor de una calle en tan recia servidumbre que defendió con heroísmo y que ahora, con esa perversión sádica de destrucción de símbolos, fue sustituida por el “heroico hispanista y toledano de pro” Pablo Neruda. Sí, ese poeta, por comunista premio nobel, que dedicaba odas a Stalin del tipo:  
 
   “Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra, descansando de luchas y de viajes, cuando la noticia de tu muerte llegó como un golpe de océano. Y allí velamos juntos, un poeta, un pescador y el mar, al Capitán lejano que al entrar en la muerte dejó a todos los pueblos, como herencia, su vida”.  
 
   Mayor perversión, vileza y escarnio resulta difícil de entender. Señor García-Page, un pueblo sin símbolos que lo representen o con referentes distorsionadores producen primitivismo iconoclasta que suele desembocar en la barbarie.  
 
 
 
 

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