Franco venció porque era mejor

 
Pedro Fernández Barbadillo
Libertad Digital 
 
 
 
   Acaba de fallecer el historiador Gonzalo Anes, director de la Real Academia de la Historia desde 1998. Su principal legado a la cultura española ha sido el Diccionario Biográfico Español, que, pese a los ataques de los mezquinos que habrían querido controlarlo para imponer sus sectarismos, es una inmensa obra de referencia.
 
   Así le ha defendido Gabriel Albiac (ABC, 3-4-2014):
 
   A costa del monumental Diccionario biográfico de la Academia, a Gonzalo Anes le llovieron encima todos los necios del país: los que confunden historia con relato, los que piden a la historia consuelo para esa cosa, por definición desalmada, que es el curso de la vida. Y ese consuelo, claro está, tenía que ejecutarse sobre el tiempo presente. O el muy inmediato. A tres siglos de distancia, los consuelos dan solo benévola risa. El trastrueque del Diccionario biográfico en lenitivo de nuestros sufrimientos es una idea boba que solo puede hallar eco en una patria tan enferma como la nuestra.
 
   En opinión del filósofo, el Diccionario ha sido otro frente de batalla abierto por los acólitos de la memoria histórica:
 
   Cincuenta volúmenes, cuarenta mil voces, una obra con poco equivalente en Europa y ninguno en España, hubiera debido ser, en lógica académica, gloria del director de la Academia de la Historia que consumó el proyecto. Así habría sucedido en cualquier sitio. Aquí no. (…) Aquí, cada cual se lanzó a buscar los provincianos nombres de sus jefes de partido o tribu. O de los de sus enemigos. En el último medio siglo. No les gustó lo que leyeron. (…) Habían leído, puede que hasta completa, la voz Franco; no les gustaba. Habían leído la voz Negrín; tampoco. ¿Y quién iba a ser más competente en esas sacralidades que un devoto? ¿Indocto? Tanto mejor. Se juegan aquí poderes, no sabiduría.
 
   Uno de los últimos ataques contra el Diccionario lo ha sufrido Ángel David Martín, que aparte de historiador es sacerdote, especializado en las represiones en ambas zonas durante la guerra y en la persecución religiosa.
 
   Según cuenta, aportó sólo cinco biografías al Diccionario, pero una de ellas era la del militar Vicente Rojo Lluch (1894-1966). Cuando estalló la guerra, éste era comandante y profesor en escuelas militares desde 1922. Se integró en el Estado Mayor del Ejército leal al Frente Popular y luego del Ejército Popular; allí hizo una carrera fulgurante y fue ascendido por Juan Negrín a teniente general (grado que había sido abolido por Manuel Azaña en el primer bienio de la II República) en febrero de 1939. Además, aceptó acudir al Alcázar de Toledo para intimar al coronel Moscardó a la rendición.
 
El Anti-Franco: un militar culto, católico y leal
 
   La escuela de historiadores llamémosla progresista ha querido encontrar en Rojo una especie de Anti-Franco. Por un lado era un católico practicante que, a diferencia de Franco y otros militares, se había mantenido leal al Gobierno y, por otro, era intelectualmente superior a los brutos militares africanistas, hasta el punto, según un entusiasta, de haber humillado a Franco.
 
   Ángel David Martín ha sido atacado porque el retrato que hace de Rojo difiere completamente del construido en los últimos años.
 
   Precisamente Rojo confirma que Franco era mejor que él en su libro ¡Alerta a los pueblos!, editado en 1939.El general Ramón Salas Larrazábal, que prologa una reedición de 1974, explica la carrera militar de Rojo. Éste estaba vinculado a la Unión Militar Española, la asociación que fue el embrión del alzamiento nacional, y después del 18 de julio fue “depurado por el comité de información y control”. El 25 de agosto ascendió a teniente coronel “por lealtad”. Estaba vinculado al general Miaja y su papel en la defensa de Madrid le ganó nuevos puestos, como los de jefe del Estado Mayor del Ejército del Centro, jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra y jefe de Estado Mayor Central.
 
   Aunque era enemigo por sistema de la promoción por méritos (…) él mismo fue máximo beneficiario al alcanzar cinco empleos en cuatro ascensos por méritos que le hicieron general al año y medio de ascender a comandante y teniente general a los 44 años, meteórica carrera sin parangón en el siglo XX español. Además, recibió la Placa de la Laureada (enero de 1938). En todo ello superó a Franco, al que su Gobierno concedió la Cruz Laureada en la primavera de 1939 y a los 44 años era general de división.
 
Un comandante de aula contra un general de campo
 
   Al final de ¡Alerta a los pueblos! Rojo enumera las razones de la victoria de Franco en unas páginas que son una acusación para los militares y los políticos del bando republicano. El Gobierno de izquierdas tenía el oro del Banco de España, las regiones industrializadas, la capital, el reconocimiento internacional, la escuadra, la mayor parte de la aviación, la Guardia de Asalto y la Guardia Civil, y, pese a todo ello, perdió.
 
   En el terreno militar, Franco ha triunfado (…) porque lo exigía la ciencia militar (…) porque hemos carecido de los medios materiales indispensables para el sostenimiento de la lucha (…) porque nuestra dirección técnica de la guerra era defectuosa en todo el escalonamiento del mando.
 
   En el terreno político, Franco ha triunfado (…) porque la República no se había fijado un fin político, propio de un pueblo dueño de sus destinos o que aspiraba a serlo (…) porque nuestro gobierno ha sido impotente por las influencias sobre él ejercidas para desarrollar una acción verdaderamente rectora de las actividades del país (…) porque nuestros errores diplomáticos le han dado el triunfo al adversario mucho antes de que pudiera producirse la derrota militar.
 
   En el orden social y humano Franco ha triunfado (…) porque ha logrado la superioridad moral en el exterior y el interior (…) porque ha sabido asegurar una cooperación internacional permanente y pródiga.
 
   Y concluye:
 
   La República tuvo en sus manos la superioridad y los mejores resortes para sostenerla y acentuarla, y ha dejado que se le escape de las manos como si un secreto designio impidiese prosperar a la obra republicana. Mas, no ha habido tal secreto designio, sino simplemente, dos realidades, las determinantes de que le hayamos dado la superioridad: falta de gobierno (…) y falta de mando.
 
   Mientras en el bando nacional se olvidaron las diferencias políticas y se buscó la unidad de mando en Franco, en el bando leal la cosas fueron muy distintas, prosigue Rojo:
 
   A nuestros políticos (…) les han preocupado más las menudencias personales y partidistas que los grandes problemas nacionales. Les ha faltado abnegación política para someterse a un ideario común superiora los de los partidos, y entereza para sanear un ambiente político viciado.
 
   La mayor diferencia militar entre ambos es que Franco era general desde 1926, y en 1936 Rojo era comandante. Franco había mandado grandes contingentes de tropas; la última vez en 1934, cuando reprimió la sublevación de las izquierdas en Asturias. Rojo permaneció en Marruecos sólo cuatro años (1915-1919) y obtuvo el grado de capitán. Después de ello fue destinado a guarniciones en Cataluña y luego a la Academia de Infantería de Toledo y la Escuela Superior de Guerra. Su ascenso a comandante, el último en paz, es por antigüedad.
 
   Es decir, se enfrentaron un veterano que había hecho la carrera militar a sangre y fuego con un profesor que en sus aulas recreaba las batallas de Cannas y Waterloo. ¿Por quién habríamos apostado?
 
   Que a los 75 años del último parte de guerra del Cuartel General del Generalísimo haya historiadores y políticos que pretenden encontrar las causas de la victoria de Franco en las ayudas de Italia y Alemania o en conspiraciones internacionales demuestra que la elite dominante hoy está roída por complejos y rige, como dice Albiac, una patria enferma.
 
 
 
 

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