Editorial de Junio de 2014

 
   El odio no envenena las redes sociales, como eufemísticamente sostienen los promotores del buenísmo que se camufla en la política y falsean los medios de comunicación, escandalizados por la respuesta social al asesinato de la dirigente popular Isabel Carrasco.  
 
   La red no es el sustantivo, sino el nuevo vehículo donde el sujeto sin valores, raíces, ilusiones y futuro desahoga las bajas pasiones, los instintos primarios, las frustraciones palmarias, el odio inconfesable y la ignorancia supina. El sujeto que vuelca su apoyo y alegría ante cualquier desgracia humana, amparándola, justificándola o auspiciándola en las redes sociales muestra, como poco, la enfermedad moral que le corroe. La raíz del mal comienza en la familia, continua en la educación y se proyecta en una sociedad que fomenta el egoísmo, la irresponsabilidad, el relativismo, el vale todo oportunista y la injusticia de no repararse el daño provocado a personas y bienes.  
 
   Si ponemos la solución en lo irrelevante y donde no existe el problema, ello significa que el problema lo hemos creado o permitido, o agravado nosotros y que no tiene solución. Si se sostiene desde las más altas instancias de la Nación que la Constitución garantiza que no se produzca el referéndum secesionista y la ruptura de España, están cayendo en una trampa o pretenden, una vez más, engañarnos. Porque la Constitución lleva siendo sistemáticamente vulnerada, en Cataluña, desde hace más de veinte años, en aspectos tan esenciales para la unidad y convivencia de todos los españoles como son la educación, política lingüística, seguridad, sanidad, fiscalidad, institucionalidad autonómica, libertad de información y defensa a los derechos constitucionales de todos los españoles residentes en Cataluña.  
 
   El último desafío impostor lo provoca el máximo dirigente de ERC, émulo destacado de su triste y trágico predecesor, Lluís Companys, al señalar después de su triunfo en las elecciones europeas que este sería el año del plebiscito separatista y 2016, “el año en que proclamarían la República Independiente de Cataluña”.  
 
   Mientras las últimas elecciones europeas nos demuestran la desesperación, rabia incontenida y pérdida de sentido común de más de un millón de españoles, dispuestos a gritar y, ya veremos si a pedir: ¡vivan la cadenas!, el Presidente del Gobierno impasible dice entender “a quienes nos han retirado su apoyo”. No sabemos si ese entendimiento le llevara a rectificar o, a seguir confiando en el determinismo arriolista de que las cosas se arreglen por sí solas o, comprobar, dentro de unos años, como una mayor retirada de apoyos a su política auspicia la llegada al poder de un nuevo “frente popular” tan dogmático,  revanchista, iconoclasta y destructor como el de Febrero de 1936. Aquí avisamos de que nos duele solamente España y el sufrimiento y sacrificio que deberá soportar el pueblo español, una vez despierte de su actual letargo.  
 
   España no es ningún enigma histórico y estuvo singularmente vertebrada no hace tanto tiempo. No necesitamos escrutar ningún laberinto para descubrir su verdad eterna, no alejada de los sinceros conceptos de paz, piedad y perdón, presididos por la fe en su destino desde lo primigenio. Es preciso no perder ni identidad, ni blasones. No tener que recobrar cada dos o tres generaciones, quienes somos, de dónde venimos o hacia dónde queremos ir, pues semejante desgaste dificulta nuestro impulso creativo y nuestra alma indómita, propiciando el vicio de la desesperanza, el inconformismo y la tristeza vital.  
 
   Urge un liderazgo decidido y capaz de congregar a la sociedad hacia un proyecto ilusionante, coherente y solucionador de los problemas que nos afligen. Liderazgos que no estén influidos por el oportunismo de las encuestas, el populismo de las desgracias o la comodidad de la molicie. Liderazgo que conducta a los seguidores, votantes y gobernados a la recuperación de los valores que hicieron posibles el progreso, la libertad y la justicia.
 
   Ese liderazgo del sentido común que corrige cualquier exceso ideológico y siempre incardina su acción al logro del bien común y los intereses generales, sobre los intereses de partido, de clase, grupo o bandería. Creemos que existe una oportunidad de que la política pueda ofrecer otra alternativa a la frustración corruptora existente y a la voluptuosidad de la pasión populista más o menos violenta. Luz que ilumina la fe, inteligencia que preside la razón del estudio, voluntad que encamina la experiencia y el conocimiento hacia un destino mejor y soñado.    
 
       

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