Los Machado entre golpes de teatro

 
Aquilino Duque
 
 
 
 
   Antonio Machado no tuvo que ir muy lejos para encontrar a su complementario, ése, como él decía, “que marcha siempre  contigo/ y suele ser tu contrario”. No es posible que fueran más distintos ni estuvieran más unidos estos dos hermanos nacidos con un año de diferencia.  El menor no tenía que mirarse en un espejo para ver al otro que iba con él, que no era otro  que su hermano mayor. Aún en Sevilla recogieron la misma tradición familiar, la que, a través de Demófilo y don Agustín Durán, los enlazaba con Augusto Ferrán y Gustavo Adolfo Bécquer y, ya en Madrid, se beneficiarían por igual del magisterio y el ejemplo de Giner y de Cossío.  Con escasos meses de diferencia marchan a París, al París de Moréas, de Paul Fort, de Nervo, de Darío… y de Gómez Carrillo, el gran trujimán que les hace conocer entre otros monstruos sagrados a lo que queda de Oscar Wilde. Las mismas amistades, las mismas devociones, los mismos gustos, las mismas lecturas, pero qué diferencia de temperamentos. De regreso en España, el mayor, flamenco y marchoso, el que ha escrito que “consagrarse a una sola mujer es ser infiel a todas las demás”, se casa con una prima sevillana que va para monja y a la que será siempre fiel sin dejar de serlo “a todas las demás”. El menor, ya talludito, se casa con una adolescente y se gana esa cencerrada que en los pueblos solía darse a los recién casados de cierta edad. Sus poéticas se entrecruzan; muy dados ambos a los autorretratos, a veces hay versos en los que el menor habla de sí mismo pero parece referirse al mayor: En Santo Domingo,/ la misa mayor./ Aunque me decían/ hereje y masón/, rezando contigo, ¡cuánta devoción!  Algo debe de haber también en Las coplas por la muerte de Don Guido del hermano que comulgaba con Montmartre y con la Macarena. Este en cambio, en unas Anotaciones para un soneto, soneto que se iba a titular “¡Hermano mío!”, tiene expresiones como “El brío/ de la amargura en piedra hermano mío!”, “Patrio dolor” y otras que siguen que son algo  más que un eco de aquellos versos de Antonio al escultor Emiliano Barral: dos ojos de un ver lejano/ que yo quisiera  tener/ como están en tu escultura: / cavados en piedra dura,  /en piedra, para no ver. En otro “Boceto de poema”: Mi hermano (el mejor poeta/ de España, sin duda alguna) / cantó ayer la silueta / de Soria bajo la luna.  Este poema de Manuel, que es algo más que un mero boceto, es nada menos que un canto o una elegía a Castilla, esa Castilla en la que “el mejor poeta de España” dijo haber nacido, “no a la vida, al amor”.  Nada de particular tendría que esta devoción por Castilla, que los aproxima a ambos a la Generación del 98, la contrajeran los dos hermanos sevillanos en su juventud en las aulas de la Institución Libre de Enseñanza.  Hablé antes del magisterio de Giner y de Cossío. Al conmemorarse el IV centenario del nacimiento del Greco, se ha hecho más bien poco caso del hombre que lo rescató del olvido hace justamente un siglo: don Manuel Bartolomé Cossío, y es que Cossío tuvo el acierto de situar al griego en el paisaje con el que se identificó, que era el de esa Castilla germinal de lo español que vieron él, Giner, García Morente, Américo Castro, Menéndez Pelayo, el Manuel Machado que canta al Cid camino del destierro o el Antonio Machado que compara a Cossío con el Spínola de Las lanzas.  
 
   Alguna vez he dicho que, en nuestra contienda fratricida, ambos hermanos, el de Burgos y el de Valencia, habían representado lo mejor que había en ambos bandos y que sus versos de propaganda bélica son en muchos casos intercambiables, y es que ellos, incluso en aquellas trágicas circunstancias, nunca dejaron de ser lo que siempre fueron el uno para el otro. Esa fusión espiritual y estilística ya se había plasmado coram populo en el teatro que escribieron en colaboración.  Su primera obra fue Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel  con motivo de cuyo estreno, acaecido en 1926, en plena  Dictadura de Primo de Rivera, los Machado eran objeto de un homenaje de la Asociación de Antiguos Alumnos de la Institución Libre de Enseñanza en el jardín de su sede, sita en el madrileño Paseo del Obelisco, en que don Manuel Bartolomé Cossío tras evocar “la sombra del maestro” ( o sea, Giner) glosa un pasaje de la Iliada, la exhortación que el viejo Phenix dirige a Aquiles, para decir a los poetas: “Acordaos de cuando erais niños, de cuando vuestro padre, aquí amado de todos, os envió a esta casa –donde yo prediqué siempre el saber sobrio- para aprender dos cosas, las mismas que Aquiles: a decir bellas palabras y a ejecutar nobles hechos.” Tres años después, en 1929, estrenaban los Machado su obra de más éxito, La Lola se va a Los Puertos. Es muy conocida la foto del estreno de La Lola se va a los Puertos, en la que aparecen los dos hermanos Machado con don Miguel Primo de Rivera y su hijo José Antonio, de etiqueta los cuatro (Foto más abajo). Ese estreno fue ocasión de otro homenaje a los autores de la obra, acto que presidió el Dictador y ofreció su hijo, quien exaltó a los dos hermanos homenajeados como “receptores y emisores de la gracia, de la alegría y la tristeza populares”… “No estaría de más subrayar – proseguía el novel orador – que el homenaje es a los poetas, sí; pero también a los dramaturgos… Que son dos grandes poetas ya lo sabemos todos hace muchos años.  Hay escritores a quienes sólo se puede admirar. A otros, como a Manuel y Antonio Machado, se les admira y se les ama.
 
   En los tiempos que siguieron no estaba España para tafetanes y los oradores de los homenajes antedichos llegarían a enfrentarse, por así decir, en una campaña electoral en la que el joven vehemente sucumbió en las urnas ante el anciano venerable, y el menor de los Machado no llegó a leer su discurso en la Academia Española en la que había entrado por cierto gracias al apoyo del general Primo de Rivera, que así evitó que lo hiciera el “ruiseñor de Priego”, don Niceto Alcalá Zamora. La Historia de España está llena de golpes de teatro.
 
 
 

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