Las 80 sombras sobre José Antonio de una investigación ni tan novedosa ni tan inédita

 
 Francisco Torres García
 
 
 
   Tenía hace tiempo anuncio sobre la inminente aparición -saldrá a la venta en los próximos días- de un nuevo libro del prolífico escritor José María Zavala sobre el fundador de la Falange. Una nueva incursión sobre el personaje tras su irregular obra “La pasión de José Antonio” (2011). Un texto aquel pletórico de reproducciones acríticas de testimonios muy conocidos, en la que se llega a presentar lo que ya está publicado en un libro como gran hallazgo, se dan como ciertos, pese a sus irrealidades manifiestas, los recuerdos indirectos de los hijos de  algunos protagonistas de los hechos sin sopesar la deformación de la memoria y la confusión que acaba produciéndose entre lo vivido y lo oído, se recorta y pega de aquí y de allá y se salpica todo ello con algunos documentos de la Causa General. Y al cerrar aquel libro nos encontramos con la visión de alguien que murió sin que sepamos a ciencia cierta qué defendió en su vida que es lo que de verdad le costó la vida, aunque el objetivo real de Zavala fuera contarnos o mal contarnos los amores reales o supuestos de José Antonio.  
 
   En aquella obra daba crédito José María Zavala, contraviniendo documentos y testimonios, a la versión estrella -también esta obra que nos anuncia está aparentemente llena de versiones estrella- de su supuesto testigo ocular de la ejecución, el uruguayo Martínez Arboleya, cuyo testimonio pese a ser conocido desde 1960 nadie tomó nunca en consideración porque era evidente que tenía mucho de invento. El testigo ocular de Zavala, que vuelve a este nuevo trabajo, cuya versión pareció creer el autor a pies juntillas, pese a en sus palabras “titánica investigación”, en realidad no estuvo allí. Si según el testigo -reitera Zavala- quedó tan conmocionado por la ejecución de José Antonio cómo le falla la memoria y nos dice que eran ocho los integrantes del piquete y ahora Zavala nos dice que eran 14; nos contaba el testigo que José Antonio iba esposado y se le daba crédito en aquel libro y ahora se rectifica; nos presentaba el uruguayo a José Antonio con su mono azul ante el pelotón ahora Zavala nos cuenta que iba con pantalón y jersey…  
   
   Curioso, porque en 2012 publicaba mi obra “El último José Antonio” (Ediciones Barbarroja), que acaba de ver su tercera edición con las rectificaciones propias de los errores de imprenta y algunas inclusiones, donde se reconstruía la ejecución de forma muy similar a la que ahora el señor Zavala nos presenta como la gran novedad tras su “labor titánica de investigación durante casi cuatro años“.  
 
   Curioso, porque en 2013 publicaba José María Zavala “La pasión de Pilar Primo de Rivera” -me consta que conocía “El último José Antonio” y las críticas que allí se vertían a su obra- e, impertérrito, pese a esa colosal tarea de la que se vanagloria, repitió las páginas de la ejecución y el cuento de Martínez Arbeloya como si nada en un libro fallido sobre una mujer que demanda una gran biografía política.  
 
   Curioso también resulta que el señor Zavala haya escogido como título de su nuevo libro -aunque me temo que repita sin más páginas y páginas de lo ya publicado- “Las últimas horas de José Antonio”. ¿Coincidencia, parecido buscado a propósito…? Ahora bien, lo que motiva estas líneas -no me gusta hablar de un texto sin conocerlo en profundidad-, es que en las cuatro páginas que ha llenado el autor para la autopropaganda y el reclamo -teniendo buen cuidado de ocultar algunas de las cuestiones que aborda no fuera a espantar una clientela determinada- en el diario La Razón (15-2-2015) nos sorprenda afirmando que se ha tardado ochenta años en recrear la imagen de la ejecución-asesinato de José Antonio y que por fin lo ha conseguido gracias a su trabajo de investigación y consulta de documentos antes nunca utilizados. ¡Ejem…!   Dejo a un lado que en 1939 el dibujante Kemer hiciera una reconstrucción a partir de lo indicado por testigos para la revista FOTOS en seis láminas con anotaciones que rescatamos para mi libro “El último José Antonio”. Vayamos a los inéditos que José María Zavala exhibe como reclamo y que debemos suponer son los más trascendentes. Me temo que hay mucho fuego de artificio, de vendedor de novedades. Ahí tenemos la lista de oficiales de la prisión de servicio el día de la ejecución, un gran descubrimiento… pero la inmensa mayoría de estos oficiales ni intervinieron ni estuvieron en la ejecución o en sus momentos previos (no por ninguna conspiración de silencio o similar sino porque no era su función). También se exhibe el certificado de defunción de 1940 que ha sido muchas veces reproducido y hasta se vendía en los puestos de propaganda falangista en los años de la Transición.  
 
   Llegamos en la lectura de su largo artículo a lo que se anuncia como novedoso, fruto de la “titánica investigación”: las declaraciones de integrantes del pelotón como Guillermo Toscano, del sargento Juan José González (que no formó parte del pelotón),  del forense Aznar que “certificó” la muerte y del forense Manuel Hurtado  que no presenció la ejecución (debemos suponer que el libro contendrá otros testimonios conocidos como los de Molina y otros novedosos que el autor debe guardar para sorprender al lector porque de lo contrario…). Ahora bien, no son testimonios nuevos. El análisis de las declaraciones que los citados realizaron al acabar la guerra y que se conservan en el archivo de la Causa General, y lo que es más importante su cruce con otros testimonios y el análisis crítico -no todo lo que se afirma ante un Consejo de Guerra es exacto- ya estaba en mi obra “El último José Antonio” que naturalmente incluía todas las citas a los documentos en sus ochocientas notas. Y es más, toda esa documentación está al alcance del teclado de cualquier español porque hace tiempo que está colgada en la red por el Centro de Documentación de la Memoria Histórica. Ergo la novedad y lo inédito no es tal.  
 
   En algo es novedoso lo hasta ahora publicado de este nuevo trabajo: su nueva e inverosimil imagen del fusilamiento. Y es que Zavala parece ignorar que los Mauser de la época no disparaban ráfagas sino que se tiene que mover el cerrojo tras cada disparo; que es un arma que carga cinco balas y que los retrocesos y movimientos hacen muy difícil mantener la línea en el tiroteo del oeste que parece transmitir. Nos cuenta que los catorce “fusileros” (yo los dejaba en doce más uno que tiró el fusil y decidió no participar) realizaron 5 ó 6 descargas, ochenta tiros. Ya es de por sí difícil que formaran con holgura doce milicianos en aquel patio tan pequeño pero lo de las descargas tiene poca base. Yo lo deseché, pero citaba las referencias a esas cinco o seis descargas, entre otras razones porque los falangistas que estaban en la prisión y sobrevivieron que estaban rezando por José Antonio, porque el fiscal Ricardo Gullón y el propio Miguel Primo de Rivera, recordaban dos descargas y es muy difícil pensar que ese dato no lo hubieran retenido con claridad sus familiares y los falangistas que lo idolatraban.  
 
   Zavala es un autor que gusta del efectismo y nos cuenta como son acribillados por esos ochenta disparos, pero… La primera descarga se hace a tres metros, pero según la recreación el pelotón se abría en semicírculo por lo que los situados más cerca de los condenados ubicados lateralmente a los ejecutados tendrían el cañón de sus mosquetones a un metro de la cara de sus víctimas y ello es altamente improbable. La primera descarga, a una distancia que hace imposible el fallo, mata y derriba (los disparos a José Antonio fueron al pecho y la cabeza… se conservan las imágenes de los impactos en el muro y el testimonio de los falangistas que consiguieron entra en el patio en los días siguientes con un testigo y guardar algunas balas como reliquia). Y es a partir de aquí cuando se cae la historio o no.  
 
   Ochenta disparos para qué. En la primera descarga José Antonio está en el suelo, en la segunda los chicos de Novelda. Tengo la impresión de que Zavala piensa que disparaban en ráfaga o de forma continua y ve el cuerpo de José Antonio cayendo a cámara lenta acribillado una y otra vez, pero la realidad es que tras cada descarga los milicianos tenían que mover el cerrojo y volver a apuntar, pero a quién… a los cuerpos que están en el suelo. A Zavala le sobyuga la idea de la “chusma” que dibuja Arboleya, la “carnicería” y ve a los milicianos, sádicos y sanguinarios, los “malísimos rojos”, disparando una y otra vez sobre los cuerpos que estaban en el suelo. Y eso siempre que los componentes del pelotón, que no recibieron órdenes de fuego en ningún momento -en eso estamos de acuerdo los testimonios, Zavala y yo-, llevaran cinco balas en el peine y una en la recámara, lo que dista de ser usual en un pelotón que en una ejecución solo dispara una vez. Olvida Zavala que una parte de esos sádicos y sanguinarios que acribillan cadáveres en el suelo habían estado en la prisión custodiando a José Antonio un par de meses, que habían asistido al juicio como guardias, que incluso José Antonio pregunta a alguno de ellos… No me parece muy creíble la orgía de disparos.  
 
   Voy a precisar una cuestión al titánico y esforzado autor: cuando González Vázquez declara al Tribunal que a la izquierda de José Antonio quedan tres y no cuatro de los chicos de Novelda, dice la verdad porque el espacio que existía era muy pequeño y estaba reducido por la existencia de unos escalones que luego fueron retirados; difícilmente podían situarse contra el muro hasta la esquina más de cuatro personas, por ello José Antonio se coloca algo más adelantado, casi en la vertical de la esquina, y el cuarto de los mártires de Novelda quedó al otro lado, lo que significa que el cañón del mosquetón de los milicianos que, según la reconstrucción de Zavala, tiene prácticamente al lado estaría a menos de un metro. Quienes hemos estado en la casa-prisión sabemos que una formación juvenil en los días del Veinte de Noviembre se componía de seis o siete filas con un pasillo en el centro que permitía pasar a una persona y una fila de público a cada lado; que en otro tipo de formaciones quedaban seis filas frente a la cruz y tres en el lateral y no quedaba más espacio. Lo más lógico, bien fueran 12+1 o 14 (no coincidimos en parte de los nombres), es que el pelotón formara en una fila en pie y otra rodilla en tierra.  
 
   Baste por ahora el señalar estas advertencias. No voy a entrar en la recuperación, en base a curiosas interpretaciones de los textos, de la vieja e irrisoria teoría de que la orden de ejecutar a José Antonio vino de Moscú. Si la argumentación más extensa del libro, supongo, se basa en ese tipo de referencias la credibilidad de su hercúlea investigación quedará bajo mínimos.  
 
   Ahora bien, no quiero cerrar estas líneas sin detenerme en los dos anuncios de contenido que no aparecen en las cuatro páginas de La Razón, cosa lógica porque perjudicaría la posible clientela lectora habitual de ese diario, pero sí en los reclamos del libro: el primero, que nos va a explicar que Franco no hizo nada por intentar excarcelar a José Antonio, lo que es algo más que una falacia que ya estaba en su primer libro; el segundo, que nos va a contar que de no ser asesinado podría haber sido el líder conservador, y esto sí que es una manipulación producto de no haber entendido al personaje. De razonar semejante cosa más vale que lo hubiera dejado mudo como hizo en su pasión.  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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