“Los muertos matan a los vivos” (II) Julián Marías y el imperio de la mentira

 
 
Pío Moa
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(Continuación de la presentación de Los mitos del franquismo en el Casino de Madrid)
 
 
 
   Luego trataré otras cuestiones de las muchas del libro, o surgirán en las preguntas después de la presentación,  pero ahora basten estas tres cuestiones generales, la de la destreza política y militar de los franquistas, la de sus capacidades para la economía y la del carácter de su régimen,  para dejar claro que la imagen  de él, creada masivamente durante estos años, no se corresponde a la verdad; es más, resulta muy contraria a la verdad. Y esto tiene consecuencias actuales de la mayor relevancia. En 1977 el filósofo Julián Marías, uno de los contadísimos antifranquistas demócratas que hubo,  escribió un artículo titulado “La vegetación del páramo”, demostrando que la versión del franquismo como  una época de “páramo cultural” era radicalmente falsa. De nada sirvió, porque los poderosos y desinformadores medios de masas y una multitud de pequeños  intelectuales  persistieron en el mismo tópico, haciendo caso omiso de los hechos. Veinte años después, Julián Marías, desconcertado por el poder de la mentira, escribió otro artículo: “¿Por qué mienten?” Marías se refería a la mentira sobre la cultura, que era el terreno que mejor conocía, pero hablaba más en general. Los jóvenes mienten, diríamos, en nombre de otros. Su motivo principal es la ignorancia: no saben nada, aceptan pasivamente lo que les han dicho y lo repiten como cosa propia. Hay un curioso grupo, formado por los que empezaron a actuar hacia 1956 –fecha muy significativa–. Tuvieron, ya desde entonces, la voluntad de dar por nulo todo lo que se había hecho antes para dar la impresión de que con ellos, y sólo con ellos, se iniciaba una resistencia a las presiones oficiales y un intento de independencia. Finalmente, los decididamente mayores, los que vivieron y escribieron en ese ya lejano periodo, con frecuencia se pliegan a las presiones dominantes, temen ser acusados de complacencia  (con el franquismo) si afirman y valoran lo que muchos hicieron.   
 
   Pero lo importante no era tanto la mentira como sus efectos, y vuelvo a citar a Marías:  No se abrirá de verdad el horizonte de España mientras no haya una decisión de establecer el imperio de la veracidad, la exclusión de la mentira. Creo que mentir descalifica al que lo hace, y debe tener la consecuencia inmediata de su desprestigio. Cuando alguien lo hace, los que lo saben deben tomar nota y obrar en consecuencia. Hay que tener en claro a quién se puede estimar, en quién se puede confiar. No es infrecuente el caso de quienes, en cierto momento de su vida, han cedido a las tentaciones dominantes y han renunciado a decir la verdad; ese día han perdido su condición de intelectuales. La proporción es variable según las edades y las regiones españolas, pero el peligro es muy amplio.Con diversos pretextos, hay gentes dedicadas a lo que llamo la “calumnia de España”. Ningún pretexto me parece aceptable para ello; no sólo en nombre de España, sino, todavía antes, en nombre de la verdad.    
 
   Este segundo artículo fue publicado en 1997. ¿Qué ha pasado desde entonces? Pues ha pasado que los mentirosos, en lugar de ser desprestigiados como Marías deseaba, han persistido en sus campañas con creciente impulso, desprestigiando por todos los medios a cuantos ponemos en evidencia sus falsedades. Como volvía a señalar Marías en un artículo posterior, en la actualidad la mentira es demasiado frecuente y demasiado inquietante. No me refiero a los errores, que en principio se pueden aceptar, aunque por supuesto se pueden evitar, sino a la falsedad deliberada, buscada, difundida con grandes recursos, lo cual puede producir una intoxicación de la sociedad, una especie de septicemia que puede poner en peligro la salud colectiva.  La enorme difusión y la eficacia de los medios de comunicación permite que el cuerpo social quede contaminado por la mentira (…) Me preocupa la general pasividad con que la mentira se acoge. Algunos, llevados por la fuerza de la propaganda, no la advierten, se podría decir que la aceptan; otros sienten cierto malestar, una impresión de que “no es eso”, pero carecen de toda reacción propia. Esto hace que se produzca una amplísima impunidad de la mentira, que esta no tenga sanción ni remedio.”  En ese sentido he dedicado Los mitos del franquismo “a quienes respeten la verdad y sientan la necesidad de defenderla”.Espero que sean cada vez más.    
 
   Muchos dirán que, de todas formas,  el franquismo es agua pasada y no tiene relevancia actual o la tiene solo como ilustración inocua. Creo que es un enorme error.Si observamos los desvaríos que han llevado a la democracia a la crisis actual, encontramos sus raíces en la consideración falseada del franquismo. Una falsedad interesada que nadie o casi nadie se ocupó de enmendar, fue la identificación de democracia con antifranquismo. Esta falsedad ha tenido las más amplias consecuencia políticas actuales De acuerdo con ella, los más demócratas en España habrían sido los comunistas y la ETA, que eran quienes habían ejercido oposición real a aquel régimen. Es más, la ETA habría sido quien realmente habría traído la democracia a España al haber asesinado a Carrero Blanco que, según esas versiones pueriles, era el último  bastión de la dictadura. El nivel del análisis político-histórico es a menudo a sí de simplón en España. Por supuesto, la mayoría de los partidos no querían a la ETA ni a los comunistas, pero adoptaron inmediatamente una gran parte de su propaganda para demostrar que a ellos nadie les ganaba a “demócratas” y por tanto “antifranquistas”.  Esto ocurrió también en la derecha, que prescindió enseguida de la lucha por las ideas y por la aclaración del pasado, temiendo que unas izquierdas y separatismos cada vez más extremos las acusaran de fascistas o algo así. De este modo, la izquierda y los separatistas iban imponiendo una historia falsa, y las derechas iban privando a España de su historia.     
 
   Y esto ha permitido muchas derivas siniestras. Expondré solo una: la ETA no fue considerada por los gobiernos, de izquierda o derecha, como un grupo asesino al que había que aplicar el estado de derecho, sin más. Por el contrario, se insistía en negociar con ella, mientras se mentía a los ciudadanos negándolo, para  ofrecerle una “salida política”, lo cual convertía inconfesadamente a sus presos en presos políticos, y daba a la banda terrorista grandes esperanzas de acabar saliéndose con la suya en alta medida. Con la única excepción de la época de Aznar, la salida política constituyó para la ETA una fuente de influencia y de poder.  No se ha analizado que la política de Aznar fue la única que dio resultados y que llevó a la ETA al borde del precipicio, según confesión propia. Y en ese punto, el PSOE, Zapatero, acudió al rescate de los terroristas, considerando sus asesinatos como un modo de hacer política, un modo recompensado con legalidad, dinero público en abundancia, proyección internacional y otras ventajas. Es más, la llamada ley de memoria histórica, dispone en su artículo 10 la concesión de 135.000 euros a las familias de “personas fallecidas en defensa de la democracia entre 1968 y 1977”. Vale la pena recordar que en 1968 comenzó la ETA su cadena de asesinatos deliberados, y que entre  esas fechas nadie falleció en defensa de la democracia, por las razones ya explicadas, es decir, que no hubo verdadera oposición democrática al franquismo. Algo parecido ocurre con los separatismos, que ni eran democráticos ni lucharon contra aquel régimen –excluyendo a la ETA—, pero que, por proclamarse antifranquistas ya se consideraban con derechos especiales, entre ellos el derecho a  mentir desaforadamente. Por eso los separatismos han sido impulsados y financiados desde los gobiernos, y favorecidos en la Constitución,  a partir de esa visión radicalmente falsa tanto del franquismo como de la democracia. La mentira profesionalizada, como señalaba Julián Marías, ha contaminado y corrompido nuestra democracia mucho más que la corrupción meramente económica, que tanto  y tan justificado escándalo despierta. Es una corrupción más decisiva y generadora.