Editorial de Julio de 2015

  
 
40º ANIVERSARIO
 
José Luis Jerez Riesco
 
CONTRASTES           
 
   La Historia debe  ser, por principio y como método, la búsqueda de la verdad, la narración fidedigna de la esencia en relación a los hechos  acaecidos;  las crónicas, pues, se deberían circunscribir a la  transmisión y plasmación de la verdadera  realidad de los acontecimientos, alejadas  de manipulaciones, falsas interpretaciones  y deformaciones interesadas,  que sólo buscan la intoxicación social por medio de la falsedad,  con aviesas intenciones espurias.                
 
   Los cuarenta años transcurridos en España,  desde el fallecimiento del  Generalísimo Franco,  es un periodo suficiente de reflexión,  desde una perspectiva espacio-temporal,  que, por el vértigo con el que se suceden en el mundo contemporáneo  los episodios, permiten ya señalar con nitidez una serie de reflexiones, sobre discordancias y contraposiciones, que se han operado, durante estos ocho lustros.                
 
   La primera gran paradoja es la euforia propagandística desatada en la actualidad, por los logreros y  trasgresores de la autenticidad, sobre una pretendida y  fraudulenta  “memoria histórica”, que comienza, para llevar a cabo su peripatética  revisión,  por erradicar todos los vestigios e improntas de la etapa que se pretende rememorar, con verdadero afán iconoclasta, aplicando  una mirada retrospectiva cargada de odio y de mezquindad. Es sintomático que el punto de partida para labrar la historia, que se desea revisitar,  sea suprimirla de forma implacable.                
 
   Los iconómacos de toda laya y condición comenzaron, tras la muerte en el ejercicio de sus funciones en la Jefatura del Estado Español, de Francisco Franco,  Caudillo de España, por suprimir del escudo nacional la leyenda expresada en tres palabras contundentes y  rotundas,  que eran la síntesis programática, el resumen de la aspiración y el objetivo del esfuerzo colectivo del pueblo español,  que se sentía orgullosamente  identificado con el significado de aquellas expresiones como mandato imperativo de elevación y firmeza de España:  “Una, Grande y Libre”.                
 
   La Unidad es  la premisa esencial y vertebradora que Franco defendió con firmeza, a ultranza, con acierto insuperable,  frente a los descuartizadores y separatistas, carcoma disolvente  que pretende la ruptura, mutilación  y disgregación del histórico solar, Patria común e indivisible  del pueblo español, como herederos de una Historia gloriosa y un prometedor destino. La unidad entre los  hombres y las tierras de España, en familia bien avenida, consolidada y armónica, no se negocia ni se discute, se defiende por sus hijos  con honor, en su integridad, auténtico preludio de grandeza y garantía comunitaria de libertad.  Firme y sin vacilaciones era el propósito de salvaguardar la unidad nacional bajo el mandato de Franco, garantía de la identidad y de plenitud, de unidad esencial, desde el respeto a la  diversidad regional,  tan llena de matices que enriquecen el acervo y el patrimonio común.
 
   Cuarenta años después de la ausencia del Caudillo, la unidad de España está siendo seriamente  cuestionada por facciones separatistas  y cismáticas que no cesan, impunemente, de ultrajar a la Patria y a sus símbolos más emblemáticos  y representativos. Se vulnera la legalidad, se ofende y ridiculiza, ante la pasividad  y permisibilidad gubernamental, de palabra y obra, el sentimiento nacional; la bandera de España, enseña de la unidad, es con frecuencia pasto de las llamas o bien  ha dejado de ondear, de forma ostensible y desafiante,  en franca rebeldía, en los mástiles de numerosos centros oficiales de las zonas más conflictivas y en el interior de las dependencias de gobiernos autonómicos secesionistas, sin una respuesta adecuada  e inequívoca. El himno nacional se abuchea en público, en acontecimientos deportivos, ante la presencia del monarca, sin una respuesta rápida, eficaz y contundente. El idioma común de todos los españoles, vehículo y garantía de comunicación y diálogo entre los españoles,  se suprime de la enseñanza reglada en amplias zonas del territorio e, incluso, se llega al esperpento de sancionar su utilización, como rótulo comercial de los establecimientos públicos y privados. En cuarenta años se ha pasado de la sólida cohesión a la metástasis separatista, de la unidad vinculante de la Patria al desafío abierto y sin tapujos de los que quieren su quiebra, rompimiento  y aniquilación.
 
   Otro de los aspectos más sensibles del distanciamiento y la hendidura abierta,  entre la herencia de Franco y el desgarro actual, es la matanza indiscriminada, libre y tutelada de los seres más desprotegidos e inocentes, por medio de la implantación del aborto, dependiente en exclusiva  del libre albedrío personal e irresponsable, espita  sanguinaria que ha exterminado,  diezmando generaciones enteras de españoles, a cientos de miles de “nasciturus”, en una hemorragia provocada e incesante, seres humanos concebidos y masacrados en la más completa,  absurda y antinatural impunidad, crimen masivo que atenta contra el primer derecho elemental de todo ser humano, el derecho a la vida, como argumento primordial de la existencia. Legalizar, como se ha hecho, el exterminio voluntario  de los inocentes no es un avance, es una claudicación y un crimen de lesa humanidad. Frente a la defensa y amparo a la natalidad, protegida y fomentada durante los años de paz, progreso y desarrollo que vivió España durante la égida  del Caudillo, se ha llegado en la actualidad a través de los métodos anticonceptivos y la potenciación del aborto como extinción traumática de la vida, a un decrecimiento y un retroceso sensible en las tasas de natalidad, lo que ha llevado, de forma inexorable, a un envejecimiento caduco,  perturbador e insostenible del tejido  y la estructura social.
 
   España que siempre ha tenido como timbre de gloria y espiritualidad tradicional, la evangelización de continentes y la divulgación, defensa y profesión de la Religión Católica, Apostólica y Romana, portaestandarte del mensaje evangélico, que acababa de salir victoriosa de una Cruzada de Liberación Nacional en su lucha contra el comunismo ateo, vio interiorizarse, bajo el régimen encabezado por Franco,  los valores y enseñanzas de la Santa Madre Iglesia en  la moral aplicada y compartida por la inmensa mayoría del pueblo español. Han bastado cuarenta años para que un ataque sinuoso y viscoso, inicialmente solapado y últimamente frontal  contra la religión y los valores que representa, para que se haya cercenado, por medio de las añagazas sacrílegas y permisivas,  en  sintonía con las directrices masónicas, los valores y principios en los que se asienta su magisterio. Del profundo  respeto se ha pasado a la zafia y grosera provocación, llegando a la profanación sacrílega de sus recintos en ocasiones y aprovechando cualquier resquicio para vituperar el sentimiento religioso que se hallaba tan arraigado como una de las señas de identidad de nuestra cultura.
 
   La familia tradicional, célula de la sociedad,  unión en matrimonio de hombre y mujer, por  el vínculo del amor, basada en el respeto mutuo y la recíproca asistencia para la procreación de la especie  y la educación de la prole,  era uno de los pilares básicos que edificaban la fortaleza y la cohesión social, que gozaba en la época de Franco de consideración,  especial protección y estímulo. El hogar familiar era un referente de estabilidad, donde los hijos  recibían los  primeros y mejores sentimientos, buenos consejos  y la educación en valores. La institución familiar ha sido albo, durante estos últimos cuarenta años,  de una perversa  aniquilación y destrucción de su origen y significado, siendo atacada por todos sus flancos. La estabilidad matrimonial se ha resquebrajado,  reduciéndola del carácter sacramental del que gozaba a una mera relación contractual, con facilidades y prebendas para la disolución y el divorcio, sin justa causa y por la vía rápida, sin tener en cuenta el interés legítimo de los hijos utilizados, en muchas ocasiones, como argumentos de conveniencia o moneda de cambio. El sexo ha pasado a ser una industria donde la promiscuidad irresponsable se ha tratado de inculcar en los hábitos juveniles. La autoridad de los padres se ha visto socavada. Las uniones sanas y naturales  se han mistificado por parejas de hecho variopintas  con las ecuaciones más dispares entre miembros del mismo sexo, sodomitas, invertidos, travestidos, homosexuales, lesbianas  y viceversa,  con permisión para la adopción y pérdida de los roles de sus progenitores y de los referentes paterno y materno filiales.
 
   Cuarenta años más tarde, las anomalías, deficiencias  y tendencias sexuales heterogéneas  han pasado a tener sus celebraciones populares, de los colectivos minoritarios que las tienen o padecen, que airean su condición o desvíos atípicos patrocinando jornadas y manifestaciones  callejeras de “orgullo” por su condición mutante en cuanto a los designios naturales. La sociedad se ha afeminado considerablemente, queriendo presentar ciertos vicios como virtud, síntomas del alejamiento de las épocas heroicas y de la inmersión en periodos de decadencia y degeneración cultural.
 
   Al cabo de estos cuatro decenios transcurridos se notan cambios sustantivos en relación, entre otras muchas,  a cuestiones tales como el consumo de drogas, extendido y generalizado,  circunstancia  prácticamente inexistente en décadas precedentes; el paro laboral como lacra del sistema democrático, que alcanza altos niveles y cotas tales que arrojan a los umbrales de la pobreza a una cuarta parte de la población residente en España; el multiculturalismo derivado de una inmigración incontrolada y salvaje, sin solución de continuidad; el materialismo globalizador, reafirmándose en un individualismo galopante y egoísta; el mercado como ley, medida de valor y baremo; la corrupción de la clase política sin límites, escrúpulos y  bajo sospecha, que afecta desde  las altas instancias y las más elevadas instituciones, a partidos políticos de todas las tendencias  y sindicatos; la politización de la Justicia en la que las altas magistraturas, el Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial están contaminados de ideología partidista por la elección a quienes deben la promoción y el cargo; el incumplimiento de las decisiones judiciales,  sin capacidad para cumplir y hacer cumplir las leyes en diversas materias en un presunto “Estado de derecho”;  el déficit de la economía que conlleva un endeudamiento incontrolado e inasumible; el sometimiento a las recetas emanadas de cónclaves  y poderes mundialistas que son quienes marcan las pautas a seguir en propio beneficio; la influencia de “lobbys”  y grupos de presión, entre  los que se encuentra la masonería secular,  en la toma de decisiones trascendentales; la baja calidad de la enseñanza a todos los niveles de instrucción y formación académica que posiciona a las aulas españolas en  los últimos peldaños de los países desarrollados; la falta de un espíritu patriótico con capacidad de esfuerzo y sacrificio para enmendar la deriva; la ocupación y dispersión de nuestras fuerzas armadas en conflictos y altercados internacionales, ajenos a los reales  intereses de España, permaneciendo amordazados e indiferentes ante el inminente peligro de ruptura de la misión que tienen encomendada de garantizar la integridad de la Patria; el afloramiento de grupos políticos populistas, de base marginal, de ideologías comunistas fracasadas,  disfrazados de modernidad con mensajes de odio y revanchismo; el oligopolio de los grandes medios de comunicación que controlan y manipulan la información; los representantes de las marcas blancas del terrorismo etarra ocupando responsabilidades de gobierno y gestión pública en varias provincias como afrenta a las víctimas de sus criminales atentados…
 
   Ante el contraste  de la España Una, Grande y Libre,  que fue el principal  legado del Generalísimo  Franco y la España imposible y sintomática en la que se ha varado nuestro porvenir, verificado el pronóstico con el agravio comparativo de los principales parámetros  de la España que fue y la del poder ser, la respuesta, para volver a la senda de la honra y el honor, pasa por la recuperación y defensa de los valores más genuinos de España y ello se consigue  con un ejercicio de entrega y responsabilidad colectiva, cuyo norte quedó trazado y  cincelado en nuestra Historia reciente por el Caudillo, que supo conducir a España con sensatez  por la ruta de los grandes ideales y realizaciones,  que son hechos tozudos  de referencia como el mejor de los argumentos.        
 
 

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