Francisco Torres García
No pocos escritores, historiadores y periodistas andan empeñados en hacer de este otoño su particular agosto a costa de Francisco Franco. Los aniversarios terminados en cero es lo que tienen. El último en llegar -probablemente ya sea el penúltimo- es José María Zavala. Lo ha hecho con una obra liviana, fruto de volver a grapar capítulos de sus libros anteriores, más próxima al chisme que a la historia, en la línea de lo escrito hace unos meses por la periodista Pilar Eyre a la que este autor acusa de ningunear sus investigaciones.
El título del invento es “Franco con franqueza. Anecdotario privado del personaje más público”, mucho título para tan escaso contenido real, en el que José María Zavala, fiel a su costumbre, al menos en algunas de sus últimas obras, se empeña en descubrir la rueda sobre aspectos supuestamente desconocidos que, en casi todos los casos, son de sobra conocidos. La mitad del libro es repetida, salde de sus dos libros sobre José Antonio, del escrito sobre Pilar Primo de Rivera y de uno bastante anterior sobre Ramón Franco. Como de costumbre sin notas ni aparato crítico. Fiel a su estilo, que resulta ameno y entretenido, todo hay que decirlo, plantea la historia como una investigación cuasi policial para resolver misterios.
No nos equivoquemos, a José María Zavala dista de caerle bien Franco. Es más, el palo a Franco que ha empleado en sus otras obras es casi el salvavidas al que se agarra para no acabar marginado con la vitola de la extremaderecha o similar. Es lo que le garantiza que se hagan eco de sus libros los medios de comunicación del centro y la derecha tipo ABC, La Razón, La Vanguardia o 13TV.
A Zavala lo que le interesaba, dejando a un lado las páginas repetidas, es introducirse de forma por cierto harto superficial, con referencias a unos pocos testimonios, en la vida íntima de Francisco Franco. Todos los tópicos antifranquistas de psiquiatra barato/aficionado afloran en esta obra que, en este sentido, no se aleja de lo habitual en los ladrillos antifranquistas de los sesenta de Ruedo Ibérico y similares (cerillita, complejos, problemas con el padre, voz atiplada, reprimido sexual…). Y, naturalmente, tal y como explica el autor en sus resúmenes y entrevistas, el Franco resultante es “cruel e inmisericorde” (¡Qué malo que era Franco! ¡Qué cruel! Resulta que no indultó al auditor del ministerio de Guerra, asesor de Largo Caballero para la aplicación de las sentencias de muerte -no solo la de José Antonio debemos suponer dado su cargo-, presidente del Tribunal de Guerra y de otros órganos represores republicanos, pese a que tenía una niña a su cargo. ¡Qué ejemplos nos presenta Zavala!). Un hombre que “no tenía piedad”, aunque eso sí, “no llega a lo de Hitler”. Siempre es un consuelo.
Fiel a su estilo José María Zavala evita poner, en estos temas complejos, la última palabra. Deja a otros que digan lo que parece que él quiere decir pero no se atreve o prefiere mantenerse en la nebulosa de la duda sobre lo que piensa. Ya lo hizo en su libro “La Pasión de José Antonio” y lo reitera en este para presentar a José Antonio, otra vez, como “el incómodo rival de Franco”, y, pese a las evidencias, mantener de forma indirecta que Franco no hizo todo lo posible por salvarlo, recogiendo todos los testimonios -sin revisión crítica alguna- que tal opinión tienen y silenciando tanto los hechos como a todos aquellos que opinan lo contrario de forma documental. Dar autoridad, como hace en el libro, en cualquier tema, a las inventivas de Ramón Garriga, que escribía desde su antifranquismo anímico sin más soporte que su opinión, o a las elucubraciones de Alcázar de Velasco, es de nota.
Poco o nada, más bien más nada que poco, aporta este prescindible libro a la hora de conocer la personalidad real de Franco, su mundo interior que hasta ahora es un terreno poco estudiado dada la falta de documentación personal accesible. Auparse para una investigación sobre la larga lista de libros de memorias de familiares de Franco o próximos a él, desde Franco-Salgado a Pilar Franco, editados en su tiempo por Planeta, cuando todos sabemos que son obras convenientemente cocinadas cuando no rehechas, sin pararse a pensar que un testimonio dista de ser una verdad objetiva en las más de las ocasiones, es preocupante.
Hace ya años que Zavala, en su libro sobre Ramón Franco, hizo el “gran descubrimiento” sobre los problemas sexuales de Francisco Franco y la deriva que ello pudiera tener sobre la paternidad de su hija. Vaya por delante, a Zavala se le pasa o lo ignora, ¿o quizás no y eso explica el modo de escribir?, que José Luis de Vilallonga, en un libro infame, sostuvo que Carmen era hija de Ramón Franco, y acabó en los tribunales con condena incluida. Ambos, curiosamente, han recurrido a las mismas fuentes, a los mismos chismes, a las mismas maledicencias y a escritores como Ramón Garriga y similares. Quizás por conocer el caso, José María Zavala se cuide mucho a la hora de pronunciarse, aunque busque llevar al lector a conclusiones similares o, cuanto menos, a sembrar la duda; porque de lo contrario ¿por qué no decir que Carmen es hija de Franco sin duda alguna, sin circunloquios?
Pero vayamos por partes. Hace años -aunque no pocos lo hayan leído en el libro de chismes de Pilar Eyre- Zavala nos obsequió con la gran primicia -sin que nadie medianamente serio le prestara mucha atención- de que Franco había perdido un testículo en África, lo que explicaba “muchas cosas” y le llevó a investigar sobre la paternidad de Carmen Franco. Y ahí comienza el gran misterio que con este libro por fin ha conseguido desentrañar.
La fuente de autoridad, la gran referencia, es la hija del doctor Antonio Puigvert, quien nunca atendió a Franco profesionalmente, aunque mantuvo en sus encuentros conversaciones sobre “temas que nadie podía sospechar”. Y entre esos temas, deduce Zavala, estaría el testículo perdido en la guerra. Ello lo transmitió el doctor a su hija -como no le atendió profesionalmente no hay secreto sobre el paciente ¡Todo solucionado!-, la también eminente doctora Ana Puigvert. Esta le dijo a Zavala que Franco era “monórquido”. El autor sumó dos y dos y le dio una palabra: el Biutz. El lugar donde Franco fue herido de muerte y en el que perdió según él el testículo, lo que le pudo provocar una “esterilidad parcial”, de ahí que solo tuviera una hija y tardara tanto tiempo en tenerla; o, en caso extremo, una impotencia total y…
Tras el libro de Pilar Eyre y su revelación sobre la “fimosis acentuada” de Franco que hizo que, según esta relevante investigadora, una vez tuviera su hija no volviera a tener más relaciones con su mujer -¡Cuánta tontería se tiene que leer!-, Zavala pidió un dictamen a la doctora Puigvert quien, partiendo de la herida del Biutz como causa de la perdida de un testículo, determina que Franco “quedaba imposibilitado para fertilizar por la afectación de la gónada restante y de savia seminal, provocándole, como digo, una infertilidad secretora y una disfunción eréctil”. Página antes -para animar la cosa- Zavala se ha acordado de que Sofía Subirán, a la que Franco pretendía y cuyas cartas y testimonios fueron publicadas hace años con errores a granel y de Ángeles Barcón quien decía que tenía las manos frías. Inmediatamente recordó a Marañón, quien en su estudio sobre Enrique IV (se le olvida el apelativo de “El Impotente”) anotaba este rasgo identificador de la “morfología de estos eunocoides y deficientes sexuales”. ¡Cómo le gusta a Zavala tirar la piedra y esconder la mano!
Claro que nos dice, no sea que acabe ante un tribunal, que pudo ser una “esterilidad temporal” y en una de las veces pudo engendrar a Carmen. Pero no contento cierra el capítulo correspondiente de este modo: primero, reproduce parte del texto que le ha mandado la doctora, “Finalmente, como informa Pilar Eyre, la <>. Estoy de acuerdo con esta afirmación. Por lo tanto, sin capacidad de engendrar, aunque no fuera en su caso la fimosis el motivo de dicha inactividad sexual, difícilmente hubiera podido tener una hija”; y añada Zavala: “Más claro agua”. ¿Pero qué está claro? Y ello nos lleva a un nuevo capitulo: “la paternidad”. Y otra vez el mismo juego para concluir, tras hablar de los misterios en torno a las partidas de nacimiento de Carmen que no son de la época, tras recorrer todas las maledicencias de los que ponían en duda la paternidad de Franco (Garriga, Alcázar de Velasco, Vilallonga…) o no les extrañaba que no fuera el padre (insuperable el recurso a Max Borrell para sembrar la duda), para concluir recordando que para saber la verdad sin la sombra de duda que algunos proyectan se necesitaría una prueba de ADN.
¡Ah, la Historia! Si Zavala conociera medianamente la biografía de Franco de verdad, más allá de los lugares comunes (medio libro poco tiene que ver con Franco directamente) sabría que Carmen Polo tuvo un aborto. Se habría dado cuenta de que Carmencita nació en 1926, algo menos de tres años después de la boda, no porque Franco tuviera “esterilidad temporal”, consecuencia de la pérdida de un testículo según Zavala, o porque sufriera una “fimosis acentuada” según Pilar Eyre, sino porque Franco estuvo en campaña casi con continuidad entre 1923 y 1925. Pero claro, para darse cuenta de eso era necesario investigar. Franco y Carmen se casaron en octubre de 1923 y el jefe de la Legión estuvo de permiso hasta finales de noviembre. Volvió a África para dirigir las operaciones de 1924 (Xauen) y Carmen se quedó en Ceuta; regresó a casa para estar poco más de una semana en diciembre de aquel año y tuvo que volver a salir para avanzar sobre Alcazarsaguer (desembarco de Anyera) y así hasta el desembarco de Alhucemas (septiembre de 1925). Si Zavala o la señora Eyre hicieran las cuentas encontrarían la razón de por qué tardaron algo más de dos años en engendrar una niña.
¡Ah, la Historia! ¡Qué fácil es inventar! Zavala sin sustento de prueba alguna, más allá de los chismes, deduce que la herida del Biutz fue la responsable de la pérdida de un testículo, porque no era posible que fuera monórquido de nacimiento. No sé si ha encontrado y lo guarda como as en la manga el informe sobre la herida. Evidentemente yo no lo he visto directamente, pero tenemos los testimonios de los dos doctores que lo atendieron. Primero, el capitán médico Antonio Mallou que le hizo la primera cura que le salvó. Segundo, el del médico militar doctor Blasco quien dejó su testimonio directo. Confieso mi ignorancia médica, pero el doctor Blasco señalaba que la penetración de la bala, que no afectó ningún órgano vital, entró por el vientre -señala en la radiografía unos tres o cuatro dedos más abajo del esternón-, rozó el diafragma por abajo y salió por detrás sin tocar el hígado que estaba en la trayectoria, lo que no parece avalar la tesis de Zavala si recurrimos a la anatomía elemental.
Pero estas son las cosas de un “Franco con franqueza” cuyo título más que una tesis es una antítesis formulada en tres palabras. Un libro cuyo mejor espacio para presentarlo me parece que sería el plató de Sálvame.
CODA CON ESTRAMBOTE: Ya sabemos que Paul Preston anda por ahí explicando que Francisco Franco es comparable con Adolfo Hitler. Zavala, más modesto, también los compara: “a las simpatías que pudieran profesarse a Franco y a Hitler les unía la pérdida de un testículo en el mismo año 1916”. Y nos informa que se ha desclasificado un documento sobre Hitler que lo confirma -en realidad fue en 2008-. Reduzcamos el valor de documento, se trata de unas transcripciones de las conversaciones que el médico/enfermero Johan Jambor tuvo con su sacerdote en los sesenta donde le revelaba lo apesadumbrado que estaba por haberle salvado la vida a Hitler, estos papeles llegaron a un historiador aficionado polaco que los publicó. Hitler, nos cuenta, estaba ensangrentado por el estallido de una granada en el vientre con la pérdida traumática de un testículo (¡selectiva la granada en tan delicada parte!). Pese a tan grave amputación en dos meses Hitler estaba otra vez en el frente (no sé si debiera consultar a su doctora de cabecera sobre tan asombrosa recuperación). Naturalmente ninguno de los biógrafos de Hitler desde Fest a Kershaw, que algo más que Zavala saben, ha dado crédito a una revelación que suena a chiste y que no es ningún documento con valor, pero a Zavala esto de los testimonios le chifla. Pero esta historia, cuyo origen es una pretendida autopsia soviética, es la que inspiró a Zavala para transcribirla al caso de Franco cuando poco después hizo su libro sobre Ramón Franco, cuyas páginas recupera para este. Lástima que su dominio de la bibliografía sea escaso. De lo contrario conocería los documentos desclasificados, documentos médicos de verdad, de hace un par de años sobre Hitler o habría leído el libro exitoso de Thomas Weber de 2012 desmintiendo el comportamiento heroico del futuro Führer en la IGM en el que indica que lo de la pérdida del testículo es falso. Pero no va a permitir Zavala que un riguroso estudio documental le arruine la película. Ya puesto podría haber comparado también a Franco con Napoleón, de quien también se dice que le faltaba un testículo -¡qué manía, cielos!-. O como gusta de lo paranormal recordar el valor de los hombres con un solo testículo que en la mitología artúrica guardan el secreto del camino al Santo Grial. Así que ya puestos, además de unas páginas sobre el brazo de Santa Teresa -otro clásico sobre el Generalísimo-, podía habernos dicho que el Caudillo era el guardián del cáliz de Cristo.