Regreso a las Termópilas

 
 
LET
 
 
   Gracias, escuetamente gracias, a vosotros, los que nos odiáis y que queréis ser nuestros enemigos. El que más de cincuenta mil rojillos se movilicen para impedir que 300 se reúnan en una cena privada nos entristece, pero al mismo tiempo nos llena de orgullo. Más de cien contra uno. ¡El temor que despertamos es infinitamente superior a nuestro número!
 
   Al grito de viva la libertad y la democracia, los partidarios del GULAG y la dictadura del proletariado han querido impedir que un grupo de españoles, 300, se reuniese en un hotel para la celebración de un acto, estrictamente privado, para recordar, a los cuarenta años de su muerte, al Generalísimo Francisco Franco.
 
   No deja de ser curioso que aquellos que en su fuero interno, y en ocasiones incluso en público, son defensores de Lenín y Stalín, los mayores asesinos de la historia de la Humanidad, afirmen que lo hacen en nombre de la democracia, y aspiren, en nombre de no se sabe bien qué derecho, a coartar a un grupo de sus compatriotas las más elementales libertades.
 
   Vivimos en el mundo al revés. Los herederos y defensores del Telón Acero, de las matanzas de Katyn, del exterminio del pueblo cosaco en Ucrania o de las tenebrosas dictaduras de los hermanos Castro en Cuba y del tiranuelo Kim Jong-un de Corea intentan presionar a una empresa particular, en una España genuinamente libre, para que incumplan un contrato en el que unos clientes quieren cenar y es su negocio de restaurante dársela, con el argumento de ser defensores de la LIBERTAD.
 
   En nombre de democracia insultan e intentan coaccionar a aquellos que homenajean al Jefe del Estado español que hizo posible, con su decisión y buen criterio, la llegada de esa democracia a España. ¡Su libertad termina donde la nuestra comienza! Parece, a su criterio, que el estado de derecho en el que vivimos tiene que estar hecho a la medida de sus deseos.
 
   Militares, falangistas, requetés y soldados dieron su vida en los campos de batalla de España para que ellos, los que se dicen herederos de sus enemigos, pudiesen reunirse en la actualidad con sus banderas roja, amarilla y morada, en una calle madrileña, para protestar contra el General en Jefe de estos combatientes que murió hace 40 años en su cama. El mismo Jefe del Estado español, por mucho que les fastidie, que ha hecho posible que se puedan manifestar contra él en una sociedad libre, democrática y próspera. A estos rojillos se les puede aplicar, con propiedad, la vieja frase castiza de ¡No sé por qué me tienen tanta manía si no les he hecho ningún favor! Franco sí les hizo un favor, darles la libertad y prosperidad que hoy disfrutan. No olvidan, no comprenden y, si tuviesen algo que perdonar, tampoco perdonan.
 
   En cualquier caso, nos llena de orgullo que 300 españoles, hombres y mujeres, les infundan tanto pavor como para movilizarse en un número tan enorme. Pretender que, ni siquiera, podamos quedar a cenar. Seguramente, la culpa la tendrá la cifra, 300. Los 300.
 
   Por lo que parece estos 300 nuevos espartanos, cifra mágica, la misma que en las Termópilas, amenazan con ser los vencedores de la horda de bárbaros que sueña con destruir la cultura occidental y nuestra forma de vida. Por eso temen, por eso se movilizan, gritan y se agrupan, aunque sin atacar, soñando con exterminar a los  nuevos espartanos de Leónidas que ahora tienen pasaporte español. No recuerdan que, tras la heroica resistencia de las Termópilas de los 300, los defensores de Europa, alentados por el ejemplo de valor de los espartanos, cerraron filas y vencieron a la horda en Salamina.    
 
 

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