Así mataron a los jóvenes carmelitas cuya lápida ordenó retirar Manuela Carmena

 
Contando Estrellas
 
 
 
   Tras el escándalo provocado, el Ayuntamiento dice ahora que fue un ‘error’He sido muy preciso a la hora de elegir el verbo robar, porque cuando se presenta un furgón del Ayuntamiento y sin pedir permiso ni comunicar nada, sus ocupantes se llevan una placa de un cementerio privado de forma ilegal, de lo que hablamos es de un robo en toda regla, aunque se perpetre con los medios que pagan todos los contribuyentes. De hecho, la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid ha anunciado que ha abierto diligencias para averiguar si procede expedientar al Ayuntamiento de Madrid por este abuso, y lo remitirá a la Fiscalía. Esta misma tarde el Ayuntamiento ha asegurado que se trató de un “error”, y que la lápida será devuelta mañana. Lo siento, pero hace ya tiempo que no creo en este tipo de “errores”.
 
 
Cementerio de Carabanchel Bajo donde se situaba la placa en honor a los 8 Mártires 
 
 
Los frutos de la Ley de Memoria Histórica creada por Zapatero
 
   Esta actuación del todo ilegal dice hacerse al amparo de la Ley de Memoria Histórica, que Zapatero impuso -y Rajoy ha dejado intacta, sin tocar ni una coma- para reescribir la historia de la Guerra Civil, presentándola como una guerra entre buenos (los rojos) y malos (los nacionales). Que ambos bandos cometiesen atrocidades por igual y esos rojos, en concreto, asesinasen a decenas de miles de personas es lo de menos, por lo visto. El caso es que el Artículo 1º de esa ley dice:
 
La presente Ley tiene por objeto reconocer y ampliar derechos a favor de quienes padecieron persecución o violencia, por razones políticas, ideológicas, o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil y la Dictadura, promover su reparación moral y la recuperación de su memoria personal y familiar, y adoptar medidas complementarias destinadas a suprimir elementos de división entre los ciudadanos, todo ello con el fin de fomentar la cohesión y solidaridad entre las diversas generaciones de españoles en torno a los principios, valores y libertades constitucionales.”
 
   Durante décadas, la izquierda española se ha esforzado en presentar la Segunda República como una democracia ejemplar -algo que no fue ni por asomo-, reclamando como las únicas víctimas dignas de mención de aquella contienda a las que fueron asesinadas por el bando franquista. Por eso cada vez que la Iglesia ha beatificado a sus mártires de esa guerra, a personas que fueron asesinadas por su fe, esa misma izquierda pataleaba, pues para las víctimas del bando rojo ha decretado la más miserable de las amnesias. Pues esa desmemoria es lo que me propongo frenar con esta entrada, recordando el martirio de esos ocho jóvenes.
 
 
La placa retirada 
 
Así fue la detención y asesinato de los ocho jóvenes carmelitas en 1936
 
   El lunes 27 de julio de 1936, diez días después del estallido de la Guerra Civil, a las cinco de la madrugada se presentaron guardias de asalto y milicianos en el Convento del Carmen de la localidad castellonense de Onda, para ordenar su desalojo. En el Convento había treinta religiosos carmelitas, entre profesos y novicios, la mayoría de ellos estudiantes menores de 20 años. Fueron registrados y sometidos a vejaciones, y sacados del convento con indumentaria seglar, proporcionándoles un salvoconducto con el que teóricamente podrían viajar hacia sus casas. El Convento, una vez desalojado, fue saqueado e incendiado por los milicianos rojos ese mismo día. Reunidos en la Residencia de los carmelitas situada junto a la Iglesia de la Sangre, rezaron juntos y cantaron la Salve a modo de despedida. Veintiuno de ellos tomaron el tren a Valencia, pensando que lo peor ya había pasado, pero durante el trayecto fueron reconocidos e insultados por milicianos que ya esperaban su llegada. En Villarreal detuvieron al subprior, que ejercía de superior del Convento de Onda durante el desalojo, el padre Anastasio Ballester Nebot, de 43 años: fue asesinado el 22 de septiembre de 1936 en Cuevas de Vinromá, Castellón.
 
   Los otros 20 fueron obligados a bajar del tren de Cabañal, al ser reconocidos como religiosos, siendo arrestados e interrogados. Finalmente no se presentó ninguna acusación contra ellos, y los que eran naturales de las dos Castillas, doce en total, continuaron su viaje hacia Madrid. Ya en la capital fueron nuevamente arrestados. Nueve de ellos fueron conducidos a un albergue para mendigos en el Paseo de las Delicias, donde permanecieron desde el 28 de julio hasta el 14 de agosto. Finalmente acabaron el un colegio de Ciegos en Vista Alegre, junto a los religiosos e invidentes recluidos en él. La noche del 17 al 18 de agosto, ya pasada la media noche y cuando ya estaban durmiendo, un grupo de milicianos entró en el dormitorio dando gritos, diciéndoles que tenían órdenes de llevárselos a la Dirección General de Seguridad. Ocho de los jóvenes fueron subidos a un camión y llevados al cementerio de Carabanchel Bajo. Allí les bajaron del camión y les fusilaron ante las tapias del camposanto. Sus cadáveres fueron dejados en ese lugar durante todo el día, desnudos. Más tarde los enterraron en dos tumbas separadas en el cementerio de Carabanchel, donde una vez terminada la guerra, en julio de 1939, se colocaron sendas lápidas con sus nombres.
 
Fueron beatificados en 2013 en Tarragona
 
   El 5 de junio de 1950 sus restos fueron exhumados y trasladados al santuario carmelita de Nuestra Señora del Henar, en Cuéllar, Segovia, siendo depositados en su cementerio. A día de hoy una lápida en este santuario indica los nombres de estos mártires sobre el sepulcro donde fueron depositados finalmente sus restos. Su proceso de beatificación se inició en 1960, aunque estuvo parado hasta 1992. Los ocho carmelitas fueron beatificados en Tarragona el 13 de octubre de 2013, junto a otros 514 mártires de la Guerra Civil.
 
Éstos eran los ocho carmelitas fusilados en Carabanchel
 
 
 
   Los carmelitas asesinados eran muy jóvenes: tenían edades comprendidas entre los 18 y los 22 años.
 
   Éstos eran los ocho recordados por la lápida robada por el Ayuntamiento:
 
   Daniel María García Antón. Tenía 22 años. Nació el 11 de diciembre de 1913 en Navacepeda de Tormes (Ávila). Solía acudir con su madre, Gregoria (maestra), y su hermana Ascensión al Santuario de Nuestra Señora del Henar, donde descansan hoy sus restos. Allí manifestó su vocación antes de cumplir los 14 años, ingresando en el seminario menor de Villarreal, Castellón, en octubre de 1927.
 
   Aurelio María García Antón. Hermano de Daniel María, acababa de cumplir 20 años. Nació el 14 de agosto de 1916 en Navacepeda de Tormes (Ávila). Siguió los pasos de su hermano como carmelita en 1928, con sólo 12 años.
 
   Silvano María Villanueva González. Tenía 20 años. Nació el 6 de febrero de 1916 en Huérmeces (Burgos). Sus padres eran agricultores. Empezó sus estudios en el seminario menor de Villarreal. Durante el último registro, se plantó y dijo a los milicianos: “¿para qué otro registro, si no es por el gusto de molestarnos?” Dicho lo cual, los milicianos dejaron de cachearle.
 
   Adalberto María Vicente y Vicente. Tenía 20 años. Nació el 23 de abril de 1916 en Cuéllar (Segovia). Quiso ser carmelita a los once años, y entró en el seminario menor de Villarreal. Era muy aplicado en estudios y música.
 
   Francisco María Pérez Pérez. Tenía 19 años. Nació el 30 de enero de 1917 en Ros (Burgos). Siendo pequeño quedó huérfano de madre. Su padre se casó de nuevo y su madrastra le trató muy mal. Un tío suyo sacerdote lo acogió e ingresó en el seminario de Villarreal en 1928. Era muy alegre e inteligente. En el tren que les condujo a Madrid, incluso hablaba de Dios con los milicianos anarquistas.
 
   Ángelo María Reguilón Lobato. Tenía 19 años. Nació el 1 de junio de 1917 en Pajares de la Lampreana (Zamora). Bautizado como Cipriano, quedó huérfano a una edad muy temprana, haciéndose cargo de él sus tíos Isaías y Joaquina. A los doce años ingresó en el seminario. Estaba estudiando filosofía cuando estalló la Guerra Civil. Tras ser fusilado, su cadáver no fue reclamado por nadie durante muchos días, de modo que se tuvieron que emitir anuncios describiéndolo.
 
   Bartolomé María Andrés Vecilla. Estaba a punto de cumplir los 19 años. Nació el 26 de agosto de 1917 en Pajares de la Lampreana (Zamora) Fue bautizado como Nicomedes, ingresando muy joven en el seminario. Fue detenido un día antes de concluir el noviciado. Aunque no hay muchos datos sobre él, se dice que hizo profesión de fe antes de ser martirizado.
 
   Ángel María Sánchez Rodríguez. Era el más joven de los ocho: sólo tenía 18 años. Nació el 2 de agosto de 1918 en Pajares de Lampreana (Zamora). Fue bautizado como José, y era amigo de la infancia de su compañero de martirio Ángel Reguilón. Ingresó en el seminario menor de Villarreal con 14 años. Era muy devoto de la Virgen del Carmen. Enfermó tras ser detenido, pero quiso seguir con sus compañeros hasta el final.