Julián García García
Porque ya me encuentro en la tercera edad (estúpido eufemismo) estoy acostumbrado a oir, incluso a escuchar, majaderías de todo tipo.Viene esto a cuento porque, hace como dos o tres años, la casualidad me hizo coincidir con una especie de guía turístico de unos 30 años de edad que, bajo los soportales de la Plaza Central de Alberche del Caudillo, mi pueblo, explicaba a una veintena de atentos mozalbetes el origen y la historia del pueblo en el que se encontraban.
Así, tuve oportunidad de escuchar diversas lindezas. Entre ellas, la que batió el récord era más o menos la siguiente: “Franco creó los pueblos de Colonización para su propia gloria y mantenimiento; asignando casa y tierras a los adictos al Régimen de los pueblos circundantes“.
Llegados a este punto, fue tanta mi estupefacción que pregunté al conductor del autocar en el que se habían desplazado sobre el origen y la naturaleza de la visita. “Son un profesor y un grupo de alumnos de la Universidad de Castilla-La Mancha“, me dijo. En ese momento comprendí por qué nuestra universidad regional tienen el prestigio que tiene y, también, por qué un exalcalde de Talavera se refiere a ella como “la Universidad de la señorita Pepis“.
Y es que, no por casualidad, yo conozco Alberche desde sus orígenes. Afortunadamente, llegué a él procedente de Calera el 1 de marzo de 1956 y desde entonces he permanecido aquí, compartiendo mi estancia con Talavera.
Hasta ahora, ésta era la estupidez más gloriosa escuchada sobre Alberche, su Caudillo y los pueblos de Colonización; pero he aquí que hace como un par de meses tuvimos noticia de que un individuo, supuesto abogado de un supuesto despacho, nada menos que de Madrid, pretendía, o tal vez lo hizo, denunciar ante el Juzgado de Instrucción a la alcaldesa alberchana y ello “por inducción al odio entre los vecinos”.
Tal acusación causó sorpresa general, porque, al comentar la noticia, nos preguntábamos unos a otros si la alcaldesa nos había inducido al odio entre nosotros y contra quién; y, si así había sido, cómo era posible que no nos hubiésemos enterado; y, sin embargo, en un prestigioso despacho de abogados de Madrid el problema había calado tan hondo que habían postergado los, sin duda, innumerables asuntos que tenían sobre la mesa para ocuparse de tan grave problema.
En su rueda de prensa, el supuesto letrado afirmaba que la alcaldesa (no sé si los anteriores alcaldes también) incitaba al odio entre los vecinos; los cuales, en buena lógica, tendrían que ser redimidos nada menos que desde Madrid. La causa de la incitación: No haber retirado del nombre del pueblo la denominación del titulo por el que se conoce al fundador del mismo.
Como si a cualquiera de nosotros se nos pretendiese retirar uno de nuestros apellidos porque nuestro padre o madre no son del agrado sobrevenido de alguien ajeno a nosotros mismos.
Pero, además, se olvida de explicar a los medios de comunicación asistentes algo que cualquier estudiante de Derecho debe saber, si pretende aprobar la asignatura: que entre las competencias del Alcalde no figura la de alterar el nombre del municipio. Aunque, tal vez, esto sólo sean minucias para tan prestigioso letrado, al que auguro grandes éxitos profesionales.
En Alberche sí tenemos memoria histórica. Todos los que vinimos a este lugar en los años 50 sabemos que el pueblo y sus regadíos se fundaron y establecieron sobre fincas de secano expropiadas por el Régimen a auténticos “afectos al Régimen” y no al revés. A continuación se asignaron a las familias que reunían unos especiales requisitos de necesidad social y económica. En buena lógica, más numerosas entre los procedentes del bando republicano.
En los primeros años, a los colonos nos costó sudor y lágrimas sacar las familias adelante, lo que forjó a estos pueblos de una idiosincrasia especial. Se compartían mulas, carros, aperos, pan, alegrías y penurias con el vecino, sin importar si uno u otro había disparado desde una u otra ribera del Ebro; si desde la Casa de Campo o desde la Ciudad Universitaria.Con los 60 llegó cierta prosperidad y, aunque también hubo emigración, ésta fue inferior a la de los semejantes que quedaron en los pueblos de procedencia.
Llegaron los 70, con ellos la democracia y, a partir de ahí, la gente votó en cada ocasión lo que estimó oportuno, que no fue siempre lo mismo. Aquí ganaron unos u otros, en virtud de la conveniencia puntual de la mayoría, lo que demuestra que en Alberche se suele votar con la cabeza, dejando los demás órganos para otros menesteres.
Hoy, Alberche es un pueblo relativamente próspero. Mucho más podría serlo, si ciertos poderes no se lo impidieran; aunque eso merece un artículo aparte.Y, viviendo es esta paz social mantenida durante más de sesenta años, ahora llega un personaje, al cual probablemente conozcan en su casa, a decirnos que va a denunciar a nuestra alcaldesa por no alterar el nombre original de nuestro pueblo, incitando, por ello, al odio entre los vecinos.
Nunca escuché borriquería mayor. Y que me perdonen los borricos; pierden con la comparación.