José Utrera Molina
Exministro Secretario General del Movimiento
Sé que para muchos, los más jóvenes, este nombre no tendrá la resonancia debida. Pero yo quisiera con todo mi corazón romper ese silencio que siempre ha marcado una nota indebida en el acontecer de su rica biografía.
Antonio Castro nació el 12 de marzo de 1925, en Alcalá de Henares. Yo le conocí en los primeros años de existencia de las llamadas Falanges Juveniles de Franco. Pronto destacó como un doctrinario ferviente y preparado. Puedo decir que con absoluta serenidad y con un rigor intelectual inatacable profundizó en el fondo del ideal al que había servido. Ocupó puestos de mucha responsabilidad en el Sindicato Español Universitario SEU, y llegó a conseguir que se promulgara el Estatuto del Estudiante en 1954. Orador elocuente y periodista de raza, ejerció un magisterio que muchos hombres que le conocieron no podrán olvidar jamás. Era valiente, decidido e inasequible al desaliento.
Se Licenció y Doctoró en Derecho en la Universidad Complutense. Amplió estudios jurídicos en la Sorbona. Fue Profesor de Derecho Administrativo y ganó las Oposiciones al Cuerpo Técnico Administrativo del Instituto Nacional de la Vivienda y de Letrados Sindicales. Dio lecciones de periodismo político en ‘La Hora’, ‘Juventud’, ‘Arriba’ y ‘Pueblo’, sucesivamente, con su nombre o bajo seudónimo (Florito, Cañero, Juan de Alcalá). Y más tarde en ‘El Imparcial’ (como Juan Ruiz) y desde 1981 en ‘El Alcázar’ (como “Diego Boscán”).
Tuve el acierto de nombrarle, cuando era Ministro, Delegado Nacional de Prensa y Radio del Movimiento y desde aquél puesto ejerció su profesión con brillantez, ecuanimidad y sin desdoro de su filiación política. Fue Procurador en Cortes desde 1969 y por designación del Caudillo, Consejero Nacional del Movimiento desde 1974. Y desde 1977 hasta 1990, año en el que se jubiló, ejerció como Inspector General Jurídico del Ministerio de Obras Públicas. No he conocido a nadie con tanta calidad humana, con tanta fuerza de convicción, con tanta e ilustrada valentía. La última vez que le escuché, fue en una gran conferencia que pronunció en la Gran Peña. Hablábamos con frecuencia y yo me enriquecía con el extraordinario rigor de sus reflexiones y con el efluvio de una fe que jamás conoció ni la quiebra ni la derrota.
Era un bienaventurado que ejerció la política y el periodismo con dignidad y sin el menor género de cobardía. Era todo un ejemplo. Su recuerdo me acompañará siempre porque trayectorias como la suya enriquecen nuestro corazón que hoy le guarda un infinito agradecimiento, porque también a mí me ofreció lecciones de moral política difícilmente superables. Desde ese limpio cielo de primavera en el que creemos los falangistas, desde su lucero, Antonio Castro Villacañas me enviará una sonrisa agradecida. Y yo levanto con emoción la bandera de su verdad, defendida siempre con ímpetu, esfuerzo y limpia paciencia sin que se arrugara su corazón, siempre al servicio de España.