¿No hay cultura española ni historia de España? ¿O les da alergia como en Francia?

Pascual Tamburri
La Tribuna del País Vasco 
 
 
 
   El muy bienamado Emmanuel Macron, candidato deseado por los medios de izquierda, centro y derechita tanto como lo fue la señora Clinton, es un pozo de sabiduría. Él, llamado a salvar la Francia uniforme, individualista, laica y jacobina, se despachó hace poco con un “Il n’y a pas de culture française. Il y a une culture en France. Elle est diverse”.
 
   Candidato de los negocios, del sistema político y de la mundialización cultural, se enfrenta a una campaña electoral en la que una cuestión centra todos los debates: la identidad nacional. Qué es Francia, en suma, y qué ha de ser, o no ser. Tiene todo a su favor, los poderosos, los grandes grupos culturales y empresariales, los amigos extranjeros con o sin mandil. Peor no puede rehuir ese debate. Y él cree que no hay cultura francesa, sino simplemente una cultura volátil en lo que hoy es Francia. O sea, lo pasajero y cambiante contra lo permanente y sólido, que se rechaza como intolerante o inexistente.
 
   Al menos en Francia tienen claro esto: que lo política, social y culturalmente correcto es el cosmopolitismo, la negación de las identidades y de su fundamento objetivo. Izquierdas y derechas están unidos y por eso Macron tiene buena prensa, literalmente, en España y en Francia. Pero en Francia hay una resistencia, al menos hay un debate. A los Grandes la identidad les suena a algo odioso y despreciable; pero hay Pequeños que no pasan por ese aro. ¿Y aquí? 
 
   Antes o después nuestros Macron tendrán quien les debata con inteligencia y espero que con suerte. Para ellos, una cosilla que hace años calqué del irrepetible d’Ors (padre, obviamente), para su diversión y para que no desaparezca en los mares de la red.
 
“La Historia de España en 500 palabras”
 
   Tierras y gentes dispares, aunque quizás remanso occidental de una Última Thule. Tierra de aventura para orientales hasta que Roma trajo luz. Escipión desembarcó, y la Urbe dio nombre y ser a Hispania. Tras larga lucha, España fue una, y con Augusto pueblo, razón y corazón.
 
   A la clara serenidad del Imperio sucedió la zozobra de la decadencia, pero en ella llegó Santiago con la Palabra. Trajano y Arcadio desde lo más alto, Dídimo y Veriniano desde las provincias, opusieron su espada al desorden. De la barbarie germana nació un nuevo orden visigodo. Con Leovigildo, una monarquía; con Recaredo, una Iglesia; con Isidoro, una conciencia. Era ya Patria y no provincia.
 
   Julián y Oppas, eternos traidores, vendieron la independencia y la unidad a invasores siempre ajenos. Del pueblo surgió la respuesta, y en lento despliegue de siglos Pelayo, Alfonso, Sancho, Fernando y Jaime reconquistaron la libertad. Una sola España, Portugal, León, Castilla, Navarra, Aragón, reinos que serán regiones, fueros que forjarán Derecho.
 
   Los Trastámara reconstruyeron el orden gótico de unidad e independencia sobre la hispana variedad. Isabel y Fernando renovaron la esperanza y expulsaron las conciencias extranjeras. Ágiles infantes imperaron en Europa, Colón llevó las velas por doquier, para Cortés y Pizarro: para Carlos, un monarca, un Imperio y una espada.
 
   Desde Thomar, Felipe el Grande reinó en toda España, como nunca desde Rodrigo. Mercaderes ingleses y racionales franceses empujaron después la decadencia, amarga pero digna. Una herida se abrió: Portugal, sin dejar de ser, se hizo Estado. El Imperio menguó y reyes Capetos medraron. ¿Eran las Luces -progreso, materia, razón, individuo- la solución?
 
   Tras Felipe y sus hijos ningún Borbón ha nacido y permanecido en España. Ésta, y su Corona, fue tratada como privilegio de una familia. Abandonada en el fango de Bayona, la soberanía fue tomada por un pueblo indómito y hecha en Cádiz Nación y Constitución. ¿Había acaso otro camino?
 
   De Cádiz a Cuba y al Ebro, España fue Estado y ya Nación, pero vivió ensimismada. La querella liberal convirtió el Atlántico en foso y excavó trincheras en la conciencia de las gentes. Lejos de mirar al mundo con ambición, los españoles se miraron con odio, en disputa de ideologías contrapuestas.
 
   Durante dos siglos Europa se acostumbró a la ausencia de España. Sembradores de cizaña predicaron secesión en las regiones. Egoísmo en unos, mentiroso odio de patria en otros. División de los espíritus, lucha de clases y miseria moral antes que material: corrupción, dolor, desorden. El Estado perdió la paz y la legitimidad. Media España recogió el poder de la calle y luchó por él contra la otra media. Franco, vencedor en la sangre, impuso el orden y creó nueva riqueza, pero no quiso resolver las grandes cuestiones seculares.
 
   Juan Carlos hizo verdad la previsión de Serrano Súñer, pues España, para seguir siendo, no puede huir de lo que Europa vive, ayer disciplina totalitaria, hoy libertad democrática. Antes que Estado y Nación, un pueblo, una libertad, una Patria; una fecunda variedad en la unidad. Mañana, Dios proveerá.