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Roberto Centeno
La
causa más relevante de que España se encuentre cada día más desvertebrada y
empobrecida es que tenemos la clase política más ignorante, antipatriota y
corrupta de nuestra historia. En palabras de Antonio García Trevijano, el
más grande pensador político español de todo el siglo XX, “el régimen del 78 supuso el triunfo de la cobardía y la deshonestidad.
La cobardía no camina en solitario, siempre se apoya en el bastón de la
ignorancia, y esta produce necesariamente irresponsabilidad. Y no solo del
Gobierno y de la clase política en su conjunto, sino de la casi mayoría de los
gobernados”. No en vano, el prestigioso semanario alemán ‘Der Spiegel’
afirma que “España tiene la peor
clase política de Europa”.
En
su conocido libro ‘Guerra y vicisitudes de los españoles’, el socialista
vasco Julián Zugazagoitia, ministro de la República durante la Guerra
Civil, hizo una crónica “por si tiene
alguna utilidad para quienes deseen conocer, serena y fríamente, la historia de
la guerra”. Aparte de describir con detalle la traición a la República del
PNV, lo que permitiría a Franco tomar Bilbao y luego Santander con muy escaso
esfuerzo, recoge la opinión de Juan Negrín, presidente del Gobierno de mayo del
37 a marzo del 39, maestro de Severo Ochoa y el hombre más inteligente y
honesto de la República, sobre los separatistas catalanes; algo que el
guerracivilista, anticristiano y antisemita de Iglesias ignora como ignora
casi todo, o igual que Sánchez, otro iletrado para quien España, la unidad
nacional más antigua de Europa, resulta que es una nación de naciones.
Negrín y Azaña, contra el separatismo
“A la victoria del primer día [en el
cruce del Ebro por el ejército republicano]
se mezcla la traición de los separatistas de la Generalitat”, clama
un Negrín decidido a aniquilarlos, “no
estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un
separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la
guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. Se
equivocan gravemente los que otra cosa supongan. No hay más que una nación:
¡España! No se puede consentir esta sorda y persistente campaña
separatista, y tiene que ser cortada de raíz. Nadie se interesa tanto como yo
por las peculiaridades de su tierra; amo entrañablemente todas las que se
refieren a Canarias y no desprecio sino que exalto las que poseen
otras regiones, pero por encima de todas esas peculiaridades, España”.
La
declaración de guerra al separatismo catalán por parte de Negrín
terminaría con estas frases más contundentes aún si cabe: “El que se oponga a la política de unidad
nacional debe ser cesado de su puesto fulminantemente. Antes de consentir
campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones, que de ningún modo
admito, cedería el paso a Franco sin otra condición de la que se desprendiese
de alemanes e italianos. En punto a la integridad de España soy
irreductible y la defenderé de los de afuera y de los de adentro. Mi posición
es absoluta y no consiente disminución”.
Zugazagoitia subraya
a continuación, “el propio Azaña no se
hubiera expresado con más vehemencia”. Azaña, que no tenía ni de lejos
la categoría humana e intelectual de Negrín —“No cree en nada, carece de fe, todo lo ve perdido. Se interesa, en
cambio, en las cosas más mezquinas y menudas. Está en los menores detalles de
su comodidad o de su pasión, lo demás no cuenta para él”, decía
Zugazagoitia de su jefe y correligionario en 1937—. En este tema, los dos
presidentes eran irreductibles y así lo expresaba Azaña: “Yo nunca he sido patriotero. Pero ante estas
cosas me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a
Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien
fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a
Franco. Y mientras, venga poderes, dinero y más dinero“.
El
responsable de Orden Público, Paulino Gómez, quería encarcelar a la
Generalitat al completo. Si el Frente Popular hubiera ganado la
guerra, a los separatistas vascos y catalanes a quienes consideraban una banda
de traidores y cobardes, después de lo ocurrido en Bilbao, Santoña y Laredo en
1937 y durante la batalla del Ebro en 1938, les habrían pasado a cuchillo.
Todo lo contrario que los izquierdistas actuales, solo preocupados en resucitar
rencores y resentimientos, unos enanos al lado de aquellos gigantes. Franco,
por su parte y presionado por la Santa Sede, amnistió a la mayoría; una
presión tanto más inaudita de la jerarquía católica cuanto que el propio
Zugazagoitia relata también una conversación con el presidente de la
Generalitat Companys, en la que este genocida se jactó de haber “exterminado a todos los curas, frailes y
monjas de Cataluña”, y ahora resulta que la mitad de la jerarquía catalana
está con sus asesinos.
Zapatero y Rajoy, la antítesis de Negrín y Azaña
Al
contrario que sus predecesores, Zapatero y Rajoy fomentan
decididamente, con la irresponsabilidad y cobardía que les caracteriza, el
separatismo catalán. Primero Zapatero, un irresponsable absoluto, diría que
aprobaría cualquier Estatut que les enviara el Parlamento catalán, y así
lo hizo. En su artículo primero, el Estatut afirmaba que Cataluña era una
nación, algo que no ha sido jamás, nunca en su historia ha sido independiente y
menos una nación. En sentido contrario, se permitían el disparate oceánico de
afirmar que España no lo era, es decir, la unidad nacional más antigua de
Europa, creada en el siglo VI por los visigodos y reafirmada en el siglo XV con
la total derrota y expulsión de los invasores musulmanes, que sería un gran
Imperio durante tres siglos, resulta que no era una nación porque así lo
deciden cuatro pueblerinos iletrados.
No solo eso,
todo el arco parlamentario de socialistas, comunistas y nacionalistas apoya la
aprobación de ese engendro, lo que es una muestra clara de la inaudita
degradación sufrida por la clase política, que reniega así totalmente de lo que
era la posición irreductible del PSOE y del PC cuando ambos
eran partidos políticos con una ideología y una visión clara de España, y hoy
convertidos en meras bandas mafiosas sin otra ideología que el poder, sin
programas económicos y políticos que se tengan en pie, y sin visión alguna de
España. A uno le entristeció particularmente en su día ver cómo políticos de
casta como Alfonso Guerra, que hoy claman por la aplicación del art.
155, votaban a favor de tamaño disparate.
El
siguiente y mucho peor aún que Zapatero fue Rajoy, el líder político más
cobarde de Occidente. Rajoy había prometido durante su campaña electoral enviar
a los ‘hombres de negro’ (intervenir) a todas las CCAA que no
cumplieran los objetivos de déficit, pero en lugar de ello les daría todo lo
necesario a coste cero para que siguieran despilfarrando, más de 220.000
millones de euros a día de hoy. De este dinero, la parte del león, más de
70.000 millones, se la entregaría a los separatistas catalanes para que
financiaran cómodamente la independencia, abrieran embajadas y persiguieran
todo lo español. Rajoy miraría para otro lado desde el principio ante los
incumplimientos flagrantes de la ley y ante la preparación con luz y
taquígrafos de la sedición, algo que no ha ocurrido jamás en ningún otro país.
La
mera provocación, conspiración o proposición para la sedición es ya un delito
(art. 548). Rajoy y su Gobierno han permitido que se consume el delito
Como
acusa García Trevijano, “esto no es
ponerse de perfil, como dice Sánchez, tan desleal a España como al
socialismo, es que jamás en la historia de los pueblos civilizados un
presidente del Gobierno ha cometido un delito tan grave como flagrante, al
erigirse en colaborador necesario de la conspiración y la proposición para la
sedición. Según los artículos 544 y siguientes del Código Penal, el delito
de sedición aunque no se consume tiene penas de cárcel de ocho a 10 años, y de
10 a 15 si fueran personas constituidas en autoridad. Según la jurisprudencia
del Tribunal Supremo, para que el delito esté consumado no es
necesario que haya logrado los fines propuestos, porque es un delito de
tendencia y de mera actividad”.
“La mera provocación, conspiración o proposición
para la sedición es ya un delito [art. 548]. Rajoy y su Gobierno han
permitido que se consume el delito, es decir, no han hecho nada para impedir la
sedición de Cataluña aunque no haya sido consumada. Rajoy ha claudicado en la
defensa del imperio de la ley y de la democracia, algo por lo que debería ser
destituido y procesado. Es el más grave de todos los crímenes
políticos concebibles. Algo que como es un delito infraganti debe
impedirlo cualquier autoridad, particularmente jueces”.
por