Paradoja: Franco, perseguido en España, mientras en Europa se honra a aliados del Reich

Redacción FNFF
Boletín FNFF nº 139

Un
soniquete habitual cuando los políticos y los propagandistas de la izquierda y
los separatismos atacan el Valle de los Caídos y esta Fundación es que en
Alemania o Italia no existe ningún monumento a Adolf Hitler ni a Benito
Mussolini; tampoco una Fundación Hitler ni una Fundación Mussolini. En
consecuencia, añaden, se debe exhumar el cuerpo del Generalísimo Franco y
prohibir la Fundación que, sin subvenciones, lleva su nombre y defiende su
obra. Para que así España deje de ser diferente.

La
primera respuesta a este cansino argumento debe ser que tanto Hitler como
Mussolini hallaron la muerte, el primer por su propia mano y el segundo
asesinado por partisanos comunistas, en el final de una guerra perdida, con
ejércitos extranjeros en el territorio de sus países. Por el contrario,
Francisco Franco murió treinta años más tarde, de ancianidad y rodeado por su
familia; la Asamblea General de las Naciones Unidas le dedicó un minuto de
silencio, a sus funerales públicos asistieron cientos de miles de personas y
dirigentes de todo el mundo; y su sucesor a título de rey ordenó su inhumación
en el Valle. Además, entre los méritos de Franco cabe destacar que encontró un
país con cartillas de racionamiento, saqueado y secularmente atrasado y lo dejó
en los más altos estándares mundiales de bienestar y desarrollo.

La
segunda respuesta, a la que dedicamos la portada de nuestro boletín, es que son
más frecuentes de lo que suponen los españoles las honras y los homenajes a
gobernantes europeos que fueron aliados militares y políticos del III Reich en
su combate contra el comunismo.

Finlandia
fue, junto con Italia, el único país aliado de Alemania que escapó al destino
de convertirse en satélite de la URSS y de sufrir un régimen comunista. Y eso
que había formado parte del Imperio ruso como gran ducado, tuvo que enfrentarse
a una sangrienta guerra civil y fue
atacada en 1939-1940. Cuando Hitler desencadenó la Operación Barbarroja (junio
de 1941), Finlandia participó a fin de recuperar los territorios arrebatados.

El
jefe de las Fuerzas Armadas de Finlandia, mariscal Gustav Mannerheim, que
recibió la visita de Hitler en 1942, causó numerosas bajas al Ejército Rojo. En
agosto de 1944 se convirtió en presidente de su país para retirarlo de la
guerra, cargo en el que se mantuvo hasta marzo de 1946. A pesar de su
implicación en la guerra, los Aliados no le juzgaron ni persiguieron. Murió en
1951.

En
Finlandia es honrado como un padre de la patria. El 4 de junio, día de su
cumpleaños, se celebra el día de la bandera. Su tumba es guardada y respetada,
su casa es un museo y una gran estatua ecuestre adorna la Plaza Mannerheim en
la capital, Helsinki. Incluso en San Petersburgo se ha colocado una placa para
recordar su estancia en la ciudad como oficial del Ejército imperial.

El
zar Boris III, rey de Bulgaria entre 1918 y 1943, ascendió al trono en lugar de
su padre debido a la abdicación de éste por la derrota del país en la Gran
Guerra. En agosto de 1943, después de visitar a Hitler, que le exigió desplegar
su Ejército fuera de Bulgaria, a lo que se opuso, falleció. El monarca también se
negó a aplicar las órdenes de deportación de judíos. En la actualidad se
desconoce el paradero de su tumba, cuyo hijo y sucesor fue acogido por el
Caudillo en España: los comunistas exhumaron su cuerpo y lo enterraron en un
lugar desconocido.

Desde
1990, su nombre ha sido reivindicado. El Congreso de EEUU declaró en 1994 que
había salvado a 50.000 judíos. Hay avenidas y paseos con su nombre en la
capital, Sofía, y otras ciudades, como Varna y Plovdiv. En 2016 se inauguró una
estatua suya en el jardín del Museo Nacional de Historia de Bulgaria, en Sofía,
que es la que reproducimos.

Miklós
Horthy pasó de edecán del emperador Francisco José I y almirante de la flota
imperial de Austria-Hungría en la Gran Guerra a regente de Hungría entre 1920 y
1944. En 1919 derrocó la dictadura comunista instaurada por Bela Kun y se
desempeñó como jefe del Estado hasta que los nazis le depusieron cuando intentó
sacar a Hungría de la Segunda Guerra Mundial. Fue aliado del III Reich para
conseguir la revocación del Tratado de Trianón, que había mutilado el país, y
así recuperó territorios que habían recibido Rumanía, Eslovaquia y Serbia. En
marzo de 1944, Hitler ordenó la ocupación del país; sólo entonces comenzó la
deportación de judíos, contra la que luchó el diplomático español Ángel Sanz
Briz. Los húngaros colaboracionistas de la Cruz Flechada le tildaron de traidor
y de “amigo de los judíos”. En octubre Horthy fue detenido por los alemanes y
trasladado a una prisión en Baviera. Los norteamericanos le liberaron y
permitieron marchar al exilio, a Estoril (Portugal), aunque los soviéticos y
sus lacayos húngaros querían ejecutarle. Falleció en 1957.

En
1993, su cuerpo fue trasladado a Hungría y una multitud, entre la que había miembros
del Gobierno, lo recibió. El primer ministro József Antall le calificó de
“patriota”. Se le enterró en el panteón familiar. Desde 2012 se le han dedicado
numerosos monumentos, estatuas y calles en todo el país. En 2013, se colocó un
busto suyo en una iglesia calvinista en Budapest, cuya foto reproducimos. La
única oposición a estos honores proviene de la izquierda húngara.

El
general Ion Antonescu fue nombrado por el rey Carlos primer ministro en agosto
de 1940, cuando Rumanía había sido forzada a entregar partes de su territorio a
sus vecinos y el régimen se desmoronaba. Participó en la Operación Barbarroja y
se comprometió con el Eje hasta el extremo de que Rumanía fue el tercer país
que más tropas aportó a la alianza en Europa. Se mantuvo en el cargo hasta
agosto de 1944, en que el Ejército Rojo invadió el país y el rey Miguel le
destituyó. Los ocupantes le juzgaron y fusilaron.

La
recuperación de la figura de Antonescu, comenzada después del derrocamiento de
la tiranía comunista de los Ceaucescu, fue detenida por exigencia de autoridades
extranjeras, sobre todo de EEUU, debido a la presión del lobby judío. En 2002,
se aprobó una ley que acusaba al Conducator de responsabilidad en la matanza de
miles de judíos y forzó la retirada de los seis monumentos que ya se habían
erigido. Sin embargo, queda un busto suyo en una iglesia de Bucarest.

Y
como recordamos hace unas semanas en nuestra página web, en Italia la casa
natal de Mussolini, en Predappio, acoge exposiciones, a la vez que el alcalde
promueve la construcción del museo dedicado al hijo más ilustre del pueblo y al
régimen fascista.

Alguien
puede sospechar que ponemos al Generalísimo en el mismo platillo de la balanza
que los aliados del Eje. No es así. El Pacto Tripartito, que unía a Alemania,
Italia y Japón, se firmó en Berlín en septiembre de 1940 y al acto asistió únicamente
como observador el ministro de Asuntos Exteriores español, Ramón Serrano Súñer,
pero sin romper la neutralidad. Posteriormente, se adhirieron a dicho Pacto el
Reino de Rumanía, el Reino de Bulgaria, el Reino de Hungría, la República de Eslovaquia, el Reino de
Yugoslavia y, desmembrado el anterior, el Reino de Croacia. La República de
Finlandia mantuvo con el Eje una alianza estrictamente militar contra la URSS.

Los
homenajes que los pueblos de Finlandia, Hungría y Bulgaria hacen a sus
principales gobernantes en la Segunda Guerra Mundial se realizan a pesar de que
éstos no consiguieron salvarles de la guerra ni de la opresión comunista. ¿Qué
honores debería otorgar el pueblo español a Francisco Franco cuando él triunfó
donde Horthy, Mannerheim y Boris III fracasaron, es decir, en obtener
independencia y paz y en amparar a los judíos que escapaban del exterminio?