REVUELTA ANTIFRANQUISTA

No se pueden mutilar 40 años a una gran Nación 

Hermann Tertsch

ABC (17-XI-2017)

La
Diputación de León y el Ayuntamiento de la ciudad de León acaban de aprobar por
heroica unanimidad «retirar los honores concedidos en su día al general
Francisco Franco y eliminar las huellas de su régimen en la provincia». Cuando
se cumplen 42 años de la fecha en que el general moría en la cama como jefe del
Estado de un régimen sólido y por nadie amenazado, surgen las revueltas
temerarias contra el dictador. Políticos desprestigiados juegan al maquis, a la
gesta antifascista para las televisiones, al hoy tan asequible arrojo
antifranquista, y despojan a Franco de los honores que le otorgaron estas
instituciones en toda España. Pretendiendo enmendar supuestos votos no
voluntarios y libres. Es probable que en 1950 fuera difícil votar contra unos
honores a Franco en un ayuntamiento español. Aunque quizás no tanto como hoy lo
sería votar a favor de él en algunos rincones de España. Desde luego en febrero
de 1974 nadie obligaba al Club de Fútbol Barcelona a entregarle su máxima
distinción a Franco, ni a «La Vanguardia» a babear fervor franquista.

Más
allá de la ridiculez de todo el asunto, si nos metemos en las paupérrimas
mentes sectarias de nuestra izquierda y las igual de paupérrimas y además
acomplejadas de la derecha, puede tener sentido dedicar tiempo a quitarle
honores a quien debe ser oficialmente odiado y vilipendiado por la cofradía del
bien pensar para tener certificado de buena conducta que después lo permite
todo. Lo que resulta una aberración es la parte de la resolución que reza
«eliminar las huellas de su régimen en la provincia». ¿Qué huellas del régimen
van a eliminar? ¿Barrios de vivienda social, carreteras, túneles,
universidades, algún pantano quizás? ¿La inmensa obra civil y social de 40 años
de esfuerzos de toda la sociedad española que llevó a España de ser la
pordiosera de Europa con Rusia a estar cerca de los primeros países del mundo?
Quieren eliminar «las huellas del franquismo» sin entender que son ellos
mismos, sus casas, el agua que beben, su educación, sus escuelas, las
conquistas de sus padres. Y sus errores. Y sus crímenes. También sus mentiras.
Que han llevado a esta sacrosanta democracia al borde del abismo de la
inviabilidad y el fracaso. Por estar construida sobre cimientos de falacias que
impiden sus enmiendas y mejoras. La democracia es mucho mejor que aquella
dictadura. Aunque no deba dudarse tampoco de que aquella dictadura fue menos
mala que la que evitó. Pero mal está una democracia cuando hay que mentir en
ella tanto como en dictadura.

Se
empezó mintiendo al pretender que, salvo cuatro generales, «fachas», marqueses
y obispos, todos los españoles habían sido antifranquistas. Muy clandestinos,
eso sí. Se acaba mintiendo en casi todo. Así, la estafa se hizo habitual y la
falta de honestidad y el cinismo, costumbre. Por eso, la juventud no entiende
nada porque nada verdadero se le enseña entre consignas sectarias. Así, la
mentira cada vez más delirante lleva a regiones enteras a lanzarse a la
autodestrucción. De haber afrontado el pasado con más honradez, más coraje para
defender la justicia y la verdad, hoy se valoraría más la probidad y no se
aceptaría la impostura como costumbre. Cuarenta años de la vida de un pueblo no
pueden arrancarse y sustituirse por fabulaciones necias sin romperle la columna
vertebral y el alma. Por eso la obsesión por combatir fantasmas del pasado con
falsedades nos ha traído al borde de la autodestrucción. Por esa mentira
obsesiva, fuente de tantos males nuestros, fruto de la cobardía. Que tiene en
España secuestrada a la verdad, la única receta para la fortaleza y la
libertad.


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