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Pío Moa
Los
logros del franquismo, expuestos muy en síntesis en la entrada anterior, son
indiscutibles, pero según sus críticos no valen nada, porque, en
definitiva, en el franquismo “no había libertad”, “era una dictadura”.
El
tema requiere una aclaración. Pocos problemas más profundos que el de la
libertad. “Aduéñate de la palabra libertad y podrás esclavizar a todo el
mundo”. Quizá por eso las ideologías compiten entre sí por adueñarse de la
palabra, la invocan sin cesar, generalmente unida a la de democracia.
Así, la ETA, el PP, los separatistas, el PSOE, Podemos, C´s, los nazis,
los comunistas… todos son partidarios de la libertad y la democracia, aunque es
obvio que cada cual entiende a su manera tan nobles palabras. Así que habrá que
plantear el asunto en términos más racionales. En Europa, una
introducción a su historia he expuesto cómo las ideologías, invocando la
libertad y la razón, tienden inevitablemente a anular ambas.
Vamos
a la cuestión del franquismo. Quienes con más furia han atacado a aquel régimen
por no permitir “la libertad” han sido, lógicamente los comunistas, y no vamos
a discutir aquí lo que ellos entienden por tal cosa. El argumento lo han
adoptado también muchos liberales, los separatistas, los centristas, muchos
católicos políticos; y todos ellos, con más o menos ímpetu se declaran
antifranquistas por esa razón. Es casi lo único que los une, junto con una
hispanofobia difusa o abierta, como casi lo único que unía al Frente
Popular era el odio a la Iglesia y el desprecio a España.
Pero
interesa aquí especialmente el argumento en boca de muchos liberales. Que
estos coincidan con los comunistas tiene una base histórica: la Alemania nazi
fue vencida por los demócratas anglosajones y los totalitarios soviéticos en
alianza, recayendo lo esencial del esfuerzo y el mérito en los soviéticos, y
eso ha establecido una especie de afinidad ideológica, más por parte de
los liberales que de los comunistas, pue el número de liberales que han
mostrado simpatías o “comprensión”, por el comunismo es bastante mayor
que el inverso. Los comunistas han sido mucho más radicales en su ataque
al liberalismo.
Por
lo dicho, cuando se afirma que en el franquismo no había libertad tendríamos
que empezar por plantearnos desde qué punto de vista. Por simplificar: ¿desde
el punto de vista liberal (y en tal caso debemos preguntarnos por qué no
hubo oposición liberal al franquismo, salvo desde el exterior, y con
rasgos criminales)? ¿O desde el comunista (y en tal caso deberíamos aclarar
el tipo de libertad que había en regímenes comunistas)?
Lo
primero será distinguir entre libertad personal y libertad política.
Cuando Solzhenitsin vino a España constató la gran libertad personal de la
gente: podían viajar dentro y fuera del país, leer los periódicos extranjeros y
libros de todo tipo traducidos, podían hacer huelga sin graves consecuencias,
etc. Cabría añadir otras cosas: menos delincuencia y menos gente en la cárcel
que en los demás países eurooccidentales, más seguridad en las calles, en
particular para las mujeres, facilidad para cambiar de trabajo con una economía
de práctico pleno empleo, o de buscarlo fuera, o para comprar o vender
propiedades, o para crear empresas… Y así con otros muchos índices
de libertad. Esto es lo que suele llamarse libertad personal, y en ella la
España franquista no tenía nada que envidiar a la Europa más rica, más bien al
contrario en varios aspectos. Y era así desde el mismo final de la guerra.
Julián Marías, nada profranquista, lo ha explicado bien. Y el ex stalinista
polaco Kolakowski constataba que un régimen totalitario no podía vivir
con las fronteras abiertas, y el franquismo siempre las había mantenido así. La
única excepción fue cuando Francia, que no España, cerró la de los Pirineos por
un tiempo.
Claro
que estos críticos, comunistas, liberales o seudoliberales y otros, no se
refieren a esa libertad personal, sino a las libertades políticas, concretadas
en los partidos. Y es verdad que no estaban permitidos los partidos al
estilo de las democracias “burguesas” o “socialistas”, cosa explicable por la
experiencia de la república y la guerra. Pero quienes habían vencido al Frente
Popular no eran un pequeño grupo de oligarcas, sino un conjunto de fuerzas
políticas que durante la república habían llegado a representar a la mayoría
(no contamos las elecciones del Frente Popular, por su carácter
fraudulento). Es decir, el franquismo sí permitía libertad política… para
los suyos, en rigor cuatro partidos principales y bastante distintos entre sí. El
principal, el de los católicos políticos ligados al Episcopado; después, con
más o menos fuerza según las circunstancias, los carlistas, la Falange y los
monárquicos. Cada uno de estos partidos, que se llamaron “familias”, tenía sus
órganos de prensa, sus organizaciones particulares con asociaciones
juveniles, femeninas o sindicales. Y en cada una de esas familias
existió siempre un sector antifranquista.
Por
tanto, podríamos decir que el franquismo era un régimen de libertad política
para sus partidos componentes, los cuales, desde luego representaban a la mayor
parte de la población. Y de falta de libertad política para los partidos
vencidos en la guerra, y que casualmente habían llevado al país a la
máxima confrontación, impidiendo la convivencia en paz y en libertad.
Ahora
bien, ¿hasta qué punto carecían de libertad los partidos derrotados? En los
años 40 fueron sin duda drásticamente reprimidos. Era una época de enormes
riesgos para España (guerra mundial, aislamiento, maquis, hambre provocada…) y
no podía ser de otra forma. Pero obsérvese que al terminar la guerra
mundial existieron las mejores condiciones para que los vencedores de Alemania
nos impusiesen la “libertad” a base de bombardeos y tanques, lo que debiera
haber motivado una rebelión de los “oprimidos” españoles contra el régimen.
Pero nada de esto ocurrió, y el maquis quedó aislado y fue vencido.
Y
pasados aquellos peligrosos años, los vencidos volvieron a disfrutar de cierta
libertad de expresión, creciente, y de influencia más o menos consentida en
medios universitarios, obreros y otros. En los años 60 y 70 aumentaron
mucho la expresión y organización de esas fuerzas, generalmente girando en
torno a organizaciones abiertas o semiclandestinas comunistas y
eclesiásticas, aunque nunca llegaron a poner al régimen en aprietos. Así,
el editor del Grupo 16, Juan Tomás de Salas, podía jactarse de su
liberalismo y al mismo tiempo decir que la prensa de ese género “que era la de
más credibilidad y lectores”, tenía a la ETA “por uno de los nuestros” (y
lo era).O tener la revista comunistoide Triunfo una fuerte difusión
en ámbitos universitarios. O prensa eclesial-progresista como Cuadernos
para el Diálogo podía criticar a la URSS por haber dejado salir del GULAG
a Solzhenitsin, en medio de una amplia campaña de denigración en la prensa
contra dicho premio Nobel. Por poner algunos ejemplos bastante
significativos.
La
base de la crítica al régimen por su falta de libertad era que entonces “no se
podía votar”. Es cierto –salvo en referendos por lo demás muy indicativos–,
y diversos observadores extranjeros se asombraban de que el pueblo, en
general, se tomase con tanta calma o indiferencia esa “grave
mutilación” de sus libertades. Pero la cosa tiene su explicación. Por una
parte, la gente recordaba todavía la república, con posibilidad de votar a
partidos que eran poco mejores que mafias, al paso que veía cómo la oposición
al régimen era básicamente comunista o comunistoide, mientras su libertad
personal permanecía y sus condiciones materiales de vida mejoraban cada año. Votar
a este o el otro partido, de los que desconfiaban por la experiencia
republicana, no parecía demasiado importante a casi nadie.
Y
algo más: los logros mencionados en la entrada anterior, en particular la
resistencia del régimen a las presiones, amenazas y chantajes de fuerzas
exteriores tan tremendas, solo pudieron ser posibles por el apoyo,
abierto o implícito, de una gran mayoría del pueblo, como pudo comprobar el
maquis. Un apoyo que, por lo arriba señalado, no fue forzado por el terror,
sino por la experiencia histórica que volvía indeseable para la gran
mayoría la vuelta a algo parecido a la república. Sobre todo esto hay todavía
más que decir.
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